Los oficios se guardan en la memoria. El conocimiento de un oficio se hace patente en la práctica, donde el oficio de guardar genera una memoria con la que es posible leer y reinventar lo que ya no existe (o ignoramos). Paula Simonetti (Montevideo, 1989) ha generado en su nuevo libro, El conocimiento y la ignorancia, una memoria reconocible de cómo practicar el conocimiento de la escritura sin hacerlo (desde la ignorancia).

Gran hallazgo la publicación de este libro por parte de la editorial La Coqueta, que nuevamente demuestra que se ha posicionado como uno de los catálogos más interesantes y selectos del mercado editorial poético.

En general, los escritores conocen qué terreno, qué margen de amplitud recorrerá su texto. No basta con la experiencia personal del poeta para que el libro cobre valor. Los lectores de poesía, muchos de ellos poetas, seguimos buscando un reencuentro con el otro, con la otredad. Podemos llamar a esto obra, poesía, lenguaje, pero en los anaqueles de las librerías son pocos los libros de poesía que llaman la atención antes de ser ya canónicos. Pienso en el denso trabajo de lenguaje y materialidad del libro de Ana Strauss Ororó (Yaugurú, 2017), o en el memorial posmitológico que recorre la poeta Claudia Magliano en esa gran estructura llamada El corazón de las ciruelas (Civiles Iletrados, 2017). Vemos, en estos ejemplos, libros cuya urdimbre comienza en la palabra pero se sostiene en una concepción de poema total en la que cada plano o cada hueco adquiere significancia sin la necesidad de validarlo por un relato extratextual.

El libro de poesía que hoy leemos no es ya la expresión íntima de aquello que se necesitaba decir. No porque el espacio poético no sea íntimo, que lo es. Pero esta intimidad ya no tiene la ilusión de ser algo cierto, verdadero, como si aquel recogimiento tan intimista trasfigurase a las palabras en valores incuestionables.

La hipertextualización que genera convivir con las redes sociales ha generado una intimidad sobreletrada, sobreinterpretada y, por tanto, sobrevivida. Nuestra propia experiencia de la intimidad está mediada por textos que necesitan acelerar la memoria: las selfies, los estados, las historias de Instagramm no hacen otra cosa que deserotizar el momento, convertir el espacio vital en la mera vida. Byung-Chul Han, en su libro La agonía del Eros, apunta: “El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos del yo y del rendimiento, es un orden social del que ha desaparecido por completo el Eros. La sociedad positiva, de la que se ha retirado la negatividad de la muerte, es una sociedad de la mera vida, que está dominada tan sólo por la preocupación de asegurar la supervivencia en la discontinuidad”.

El conocimiento y la ignorancia nos habla de este problema. Señala con un espacio vacío todo lo anquilosado y lo muerto que existe en el hábito del conocimiento. Y cómo el espacio vital necesita abstenerse de anuncio, de proclama y de manifiesto. Como si en la afirmación del conocimiento también se llamase al delirio que implica esta afirmación. El espacio de la creencia asoma como lo único real para desenvolver el nudo del lenguaje y hacer de la mera vida un espacio de inclusión de sueños y líneas de fuga. En este viaje, la poesía logra plegarse sobra la idea de lo sagrado, no por la imposición autoritaria (de autor) del conocimiento, sino por la experiencia corporal, visceral, del Eros.

En Pasión crítica, Octavio Paz, respondiendo a una entrevista de Fernando Savater, declaraba: “Le diré que la poesía es celebración. Ahora bien, la celebración puede acompañarse también, o transformarse, en maldición. Tal es el caso de Dante, que juntamente celebra y maldice. Incluso cuando la poesía brota de la duda, como es el caso de buena parte de la poesía moderna, la duda poetizada se transfigura en una suerte de afirmación”.

Para Simonetti, esta duda es un eje creativo. La duda sostiene la pregunta, sostiene a Eros: “y no sé si el problema / es que realmente no vinimos al mundo / para pensar sobre el mundo / o es que el mundo vino a nosotros / y no sabemos qué hacer con su presencia”.

Encontramos poemas en los que Eros es también un Ethos y se acerca a la autoficción. Redescubrir la mera vida en términos de ficción para poder tener libertad ante los espacios de reproducción letrada: las lecturas, los encuentros literarios, es decir, lo que Santiago Márquez llamó el mercado editorial psiquiátrico. Para esto, Simonetti nos presenta un poema llamado “Este es un poema que nunca leería en un encuentro de escritores”, en el que dice: “para escribir necesitamos eso / para escribir necesitamos / para escribir/ para / eso / que luego negaremos con vehemencia” (17).

Este libro reconoce el proceso de creación poética como un recogimiento en el plano de la mera vida. El proceso de la invención, separado de la mera vida, es capaz de convertir el acto artificial u oficioso de la escritura en una estrategia para el devenir erótico, es decir, un canal para el retorno del Eros a fuerza de la vibración de palabras en la mera vida. El conocimiento y la ignorancia representa los valores principales de la vida social frente a los cuales una mujer se posiciona cuestionando el valor de verdad –es decir, de enunciación– que signan uno y otro.

Paula Simonetti desnuda el conocimiento y le pone un disfraz de ignorancia. Entonces ya no sabemos quién esconde a quién, si la ignorancia esconde al conocimiento o si uno y otro no son, también, creencias que elegimos sostener en nuestro universo de lenguaje ficticio. “En el caso de que usted dudara / o supiera algo digno de saberse / yo lo ignoraría”.

El conocimiento y la ignorancia, de Paula Simonetti. Editorial La Coqueta. Montevideo, 2018, 62 páginas.