Pocos autores han tenido tanta importancia en el desarrollo de la literatura universal como Henry James. Sería fácil para mí, que soy uno de sus admiradores, decir que está entre los mejores escritores del mundo. Sin embargo, increíblemente, hay muchos lectores que aún no lo conocen, y estos, ya sabemos, suelen desconfiar de los juicios tajantes de los reseñistas. Tal vez ayude –una estrategia que siempre rinde– mencionar algunos nombres ilustres que han reconocido el valor de este gran escritor: Jorge Luis Borges, Ezra Pound, David Lodge, Graham Greene. En este breve espacio es imposible recoger y comentar los juicios de todos ellos, pero me voy a quedar con algunas frases contundentes que pueden llegar a situarnos en la pista de su importancia: “Cuando Henry James murió, sentí que ya no quedaba nadie a quien preguntarle nada. Hasta entonces había tenido la sensación de que existía alguien que lo sabía todo” (Pound); “James es tan único en la historia de la novela como Shakespeare en la historia de la poesía” (Greene); “Henry James, el primer novelista verdaderamente moderno en lengua inglesa” (Lodge); “No sé de una labor más asombrosa que la de Henry James” (Borges).

Ahora que he conseguido captar vuestra atención, intentaré explicar por qué James es un autor tan extraordinario. No voy a ahondar en su biografía, que es fácil de conseguir, sino en otras cuestiones más importantes. Diré, simplemente, que fue un novelista, cuentista, crítico y dramaturgo que nació en Nueva York en 1843, que al final de sus días obtuvo lo nacionalidad inglesa y falleció en Londres en 1916. Dicho esto, me detendré en aquello que lo convierte en un autor imprescindible: su singularidad como narrador.

La lección del maestro

En primer lugar, James era un gran prosista. Utilizaba frases largas, con complementos, oraciones subordinadas y acotaciones, pero no se perdía en ellas y hacía gala de un gran sentido del ritmo. Lograba esa música fluida y sin embargo envolvente que sólo los autores clásicos consiguen crear. Es de ese tipo de prosa que puede hacer que un lector desee convertirse en escritor. Tenía mucho ingenio para crear historias, utilizaba símiles y recursos poéticos con mucha elegancia y hacía un gran trabajo con los personajes. En sus manos, estos no eran simples agentes que se encargaban de llevar a cabo una acción, sino que se transformaban en el corazón de la historia. Una peripecia o un final dependerían del carácter de los personajes, por eso él los elaboraba tanto, habilitando que pudiéramos asomarnos a las capas de su psiquis, a lo intrincado de su naturaleza. De este modo, muchas veces llevaba a cabo una de las tareas más difíciles que puede proponerse un escritor: escribir un final sorprendente y que, sin embargo, después de la primera impresión se nos revele como perfecto dentro de la lógica perversa del relato, y acorde, en todo, con la naturaleza profunda de los caracteres. Por si todo esto no fuera suficiente, hay algo más que explica la vigencia y el valor de este autor: su “modernidad”. Lo determinante que puede llegar a ser el punto de vista, junto con el uso deliberado de la ambigüedad, son los elementos que nos permiten comprender por qué James es considerado un autor bisagra entre la narrativa clásica y la contemporánea.

Más que nada, se dedicó a pintar a la sociedad estadounidense e inglesa de su tiempo. Trabajó las diferencias entre ambas culturas y se centró en la segunda. De hecho, el carácter reservado de la sociedad inglesa le venía como anillo al dedo. La elegancia y el “tono elusivo” del estilo de James encajan perfectamente con la flema y la reticencia británicas. Por eso, el mayor brillo de su prosa surge cuando se ocupa, como lo hace por lo general, de las clases altas y sus ambientes.

El famoso tono elusivo de James se refiere a girar en torno a un centro (un tema, un misterio) sin decidirse a abordarlo de un modo deliberado, hasta dar la impresión de que sólo intenta sacarnos de nuestra zona de confort para llevarnos hacia nuevos límites, para obligarnos a viajar por nuestra propia mente.

Uno puede acercarse a James de muchas formas, y todas son buenas, pero yo recomendaría tres obras no demasiado extensas: “Lo real” (1893), Otra vuelta de tuerca (1898) y La figura en el tapiz (1896). Con estos exquisitos bocados uno puede asomarse a temas como las paradojas de la creación artística, la construcción de la realidad y los límites de la interpretación.

Siempre vigente

James nunca dejó de editarse, pero la reedición de sus obras tuvo un auge en 2016, cuando se cumplieron 100 años de su fallecimiento, por lo que actualmente los lectores disponen de una amplísima oferta que no deja de crecer. Entre las editoriales más notables que hoy se consiguen en español cabe mencionar a Alba, Penguin Random House, Casimiro, Valdemar, Cátedra, Siruela, Funambulista, Alianza, Eneida, Impedimenta, Páginas de Espuma, Debolsillo, Cuenco de Plata, Abada, Meracovia y Ediciones B, entre muchas otras. Algunas editan cuentos sueltos, otras se han ocupado de formar su propia “biblioteca Henry James”; es el caso de la española Funambulista, bellamente editada, y de la argentina Cuenco de Plata, que aporta ejemplares traducciones y notas. De las últimas novedades, lo más relevante es la edición en tapa dura de los cuentos completos (por primera vez en castellano) por el sello Páginas de Espuma. Por ahora, salió el primer tomo de tres; está previsto que aparezca uno por año. Apenas llegó este a Uruguay, no tardé en hacerme con un ejemplar, y debo decir que colmó mis expectativas. Está muy bien traducido y editado, sigue un orden cronológico –lo que permite apreciar la evolución del autor– y contiene abundante información sobre los relatos: es una joya.

Cuentos completos. Henry James. Madrid, Páginas de Espuma. 1.032 páginas.