Daniel Chavarría (San José de Mayo, 1933-La Habana, 2018), “escritor cubano nacido en Uruguay”, como él mismo decía, murió en Cuba el viernes, a los 84 años. Vivía en el país caribeño desde 1969, y había llegado hasta allí a bordo de un avión de la aerolínea colombiana Avianca que secuestró en Bogotá para escapar de los servicios de seguridad. Según contó al semanario Voces en una entrevista de 2011, ese antecedente le impidió por muchos años salir de Cuba, hasta que una amnistía dictada por el gobierno de Colombia para todos los casos de secuestro le devolvió la libertad de circulación. Verborrágico y apasionado por las historias de aventuras, Chavarría fue el gran héroe de la narrativa policial cubana y uno de los más reconocidos escritores policiales de habla española. Recibió numerosos premios, entre los que se destacan el Hammett de la Semana Negra de Gijón en 1992 por la novela Allá ellos, el Planeta de Novela en 1993 por El ojo dindymenio (también publicada como El ojo de Cibeles), el Casa de las Américas de novela en el año 2000 por El rojo en la pluma del loro y el Premio Nacional de Literatura de Cuba en 2010, en reconocimiento a toda su obra.
Chavarría se graduó como profesor de Letras Clásicas en la Universidad de La Habana, aunque había empezado sus estudios en Montevideo, en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Fue profesor de literatura clásica en latín y griego, traductor de literatura alemana en el Instituto Cubano del Libro, y un reconocido articulista sobre temas políticos y literarios. Pero cuenta su leyenda que antes de ejercer esos nobles oficios supo ser cerrajero en Hamburgo, buscador de oro en el Amazonas y guía picaresco en el Museo del Prado, además de aeropirata, como ya se dijo. Hablaba con fluidez cinco idiomas y era capaz de idear historias vibrantes y arrebatadas que discurrían por los más variados escenarios. Cualquiera de sus novelas es pródiga en fragmentos que podrían, por sí solos, dar lugar a películas o series de aventuras. Había leído a los grandes narradores de los siglos XIX y XX, y era capaz de robar anécdotas sin ruborizarse y de mejorarlas con enormes dosis de imaginación y un talento narrativo que le permitía navegar las agitadas aguas de su propia escritura sin encallar nunca, o casi nunca. Decía que haber crecido sin televisión le había facilitado el ingreso a las novelas, pero también reconocía a la memoria familiar y a la temprana infancia en el campo la inclinación por los relatos bien condimentados.
Comunista desde joven, dejó Uruguay en 1961 y anduvo por América Latina tratando de armar guerrillas que hicieran posible una revolución como la cubana en el continente. Admitía haber sido estalinista hasta que Cuba le mostró un socialismo humanista de raíces cristianas, que parecía más cercano a la tradición latinoamericana. Era un ferviente admirador de Fidel Castro y se reconocía “incondicional de la Revolución”. Se sentía cubano porque los cubanos lo sentían suyo, y lucía con orgullo los reconocimientos obtenidos en su país de adopción.
En 2009 había publicado Y el mundo sigue andando, su libro de memorias, que resultó un gran éxito editorial, y en 2013 publicó una biografía novelada de Raúl Sendic, titulada Yo soy el Rufo y no me rindo. Su última obra publicada fue la novela El último room service, en 2017.