Richard Holmes (1945) es un biógrafo británico que goza de un gran predicamento entre sus lectores y colegas, debido, tal vez, a que no se limita a acumular datos, sino que se plantea la biografía como un problema. Intenta llegar a las capas más profundas de la personalidad y, de ese modo, responder a preguntas cruciales. Desarrolla la biografía con un pulso de novela y, a medida que pasamos las páginas, sentimos el vértigo de la revelación inminente. A esto le agrega algo que vuelve a su trabajo muy pintoresco: intenta seguir el periplo de su personaje, camina por los campos y las callecitas que recorrió este y, así, no sólo nos entrega una biografía sino también un libro de viajes. Una vez que nos metemos en la dinámica del texto, terminamos interesándonos no sólo por la suerte del personaje, sino también por la del propio biógrafo.

En el libro Huellas, tras los pasos de los románticos, el autor recorre las Cevenas francesas siguiendo los Viajes con una burra por los montes de Cevennes de Robert Louis Stevenson (1879). Viaja a París, en pleno mayo de 1968, para investigar las aventuras revolucionarias de Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo, luego estudia la muerte de Percy Shelley, visita las casas que recorrió Lord Byron y, de nuevo en París, procura desentrañar las circunstancias que llevaron al suicidio a Gérard de Nerval. La aventura promete, y Holmes no defrauda.

Viaje iniciático

En 1878, Stevenson, autor de La isla del tesoro y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, entre otros clásicos, hizo un viaje de 12 días que recoge en un libro titulado Viaje con una burra por los montes de Cevennes. Es un texto menor en la producción del escocés, pero simpático, con una buena muestra de su prosa fluida e ingeniosa. En 1964, cuando tenía 18 años, fascinado por este librito, Holmes decidió hacer el mismo viaje y escribió sus impresiones en un diario.

El primer capítulo de Huellas, tras los pasos de los románticos está basado en el diario de Holmes y es un testimonio de aquella experiencia de juventud, al tiempo que, con buen tino, alterna pasajes del libro de Stevenson. Holmes no viaja a lomos de una burra, sino a pie, pero aun así lo hizo en situaciones muy precarias, recibiendo de cuando en cuando los alimentos o el cobijo que le proporcionan los pobladores franceses que aún tienen muy presente el viaje de Stevenson. El resultado es muy bueno desde el punto de vista narrativo y sorprendente en otro plano, porque los dos viajes revisten, bajo la mirada del biógrafo londinense, un carácter iniciático: el de Stevenson le permite reencauzar su vida sentimental, y el de Holmes lo insta a transformarse en biógrafo.

La revolución interior

El segundo viaje de Holmes es a Francia, en pleno mayo del 68. Si bien toma nota de los sucesos de relieve, su investigación se termina centrando en la vida de la británica Mary Wollstonecraft (1759-1797), autora del libro Vindicación de los derechos de la mujer (1792). Aprovechando que Wollstonecraft produjo gran parte de su obra mientras cubría como corresponsal los momentos más crudos de la Revolución francesa, Holmes hace un intento de paralelismo entre ambas instancias históricas. Pero lo más interesante de su planteo pasa por las “revoluciones” o los movimientos que se producen en el interior de los individuos, las dudas y los cuestionamientos de conciencia que vienen de la mano con los grandes cambios.

Un velero hacia la inmortalidad

El tercer capítulo del libro refiere a un viaje de 1972 y está dedicado al poeta inglés Shelley, casado con una hija de Wollstonecraft, Mary Shelley (autora de Frankenstein).

Holmes se traslada a Italia e investiga la azarosa vida del matrimonio, las cuestiones relativas a la ambigua relación con Claire Clairmont, una amiga de ambos autores, y las dudas sobre la paternidad de la hija de esta. También, como era de esperar, se detiene en las circunstancias que condujeron a la muerte del poeta mientras navegaba en el velero “Don Juan”, llamado así en honor a su amigo Lord Byron.

Fue una muerte curiosa, porque a juzgar por algunos poemas de Shelley que Holmes reproduce, él podría haber anticipado su propio final. Y si esto no fuera suficiente, también están los diarios de Mary Shelley, que recuerdan las pesadillas que su marido tuvo poco antes de fallecer.

La cinta de la langosta

En el último capítulo del libro, Holmes cuenta el viaje que hizo a París en 1974 y sus investigaciones en torno al poeta Gérard de Nerval. Cuenta la historia que, en los meses previos a su suicidio, Nerval se paseaba por las calles de París con una langosta marina que llevaba sujeta con una cinta de seda azul. Más allá de que muy a menudo esta imagen se asocia con la precaria e intermitente salud mental del célebre autor romántico, también es cierto que ejemplifica su capacidad de pensar y actuar distinto que el resto, algo que en un artista puede transformarse en un valor.

Mucho se ha escrito sobre esta anécdota de la langosta, pero nadie lo ha hecho con tanta agudeza como Holmes, quien al estudiar a sus personajes acostumbra a preguntarse por qué tomaron tal o cual decisión. Esto es muy interesante en el caso de Nerval, porque la interrogante que queda flotando en el aire es por qué se suicidó. La respuesta a esa incógnita se relaciona directamente con la pretendida locura de este genio del romanticismo. Holmes recuerda que en las obras de Nerval los animales cumplían un papel simbólico y también ocurría algo similar en su vida privada, ya que en varias oportunidades les envió animales a sus amigos a modo de mensajes en clave simbólica. Yendo un poco más lejos, el biógrafo encuentra que la langosta aparece en el arcano 18 del Tarot y que su significado se relaciona de un modo asombroso con el poeta. Holmes señala que, según los estudiosos del Tarot, la langosta que aparece en esta carta simboliza el inconsciente y que “el significado negativo de la decimoctava carta nos avisa de los peligros de la imaginación descontrolada, cuando nos entregamos a la fantasía como una manera de escapar del mundo de la razón y de la realidad”. Cuando pensamos en Nerval, que entraba y salía de las alucinaciones como quien abre puertas en su propia casa, empezamos a comprender el significado último de esa langosta sostenida con una cinta de seda. El propio Holmes reconoce, y no puedo dejar de pensar en esto con un estremecimiento, que cuando estudiamos una personalidad tan particular como la de este autor francés, las soluciones habituales se vuelven insuficientes y las respuestas esotéricas comienzan a seducirnos. Poco a poco, según avanza la investigación, uno va comprendiendo los peligros de vivir en más de un mundo.

Huellas, tras los pasos de los románticos | Richard Holmes. España, Turner Noema. 348 páginas.