La gentrificación (del inglés gentry, “baja nobleza”) es un fenómeno de la dinámica urbana posindustrial en el que, para revitalizar barrios degradados o empobrecidos, los operadores inmobiliarios y comerciales crean ofertas para atraer a pobladores provenientes de las clases medias, lo que genera paulatinamente un aumento del costo de los alquileres, los productos y los servicios de la zona, que termina desplazando a los pobladores originales, que no pueden afrontarlos.
Muchas veces, especialmente en barrios muy ligados al patrimonio histórico y cultural local, y por tanto muy tentadores para el turismo, en sus primeras etapas el proceso de gentrificación incluye la llegada de artistas y trabajadores creativos, que comienzan a instalar pequeños emprendimientos individuales o colectivos, como casas culturales, pequeños pubs, tiendas de objetos de diseño o comidas (muchas veces de consumo segmentado, como tiendas naturistas o rotiserías veganas). En este proceso toma visibilidad una identidad que prácticamente nadie quiere asumir: el hípster, una forma estereotipada del productor y/o consumidor de bienes culturales “alternativos”, que también incluye una estética y un repertorio simbólico propio.
Todo esto ha colocado a artistas, trabajadores creativos y operadores culturales en una posición muy incómoda y contradictoria, generando no pocos autocuestionamientos colectivos. Por un lado actúan como agentes de una dinámica neoliberal a la que muchas veces se oponen ideológicamente, pero ciertas posturas también reivindican el rol integrador del artista y trabajador creativo, y hasta en algún caso colectivos de artistas han coordinado con las poblaciones originales reclamos y acciones tendientes, al menos, a paliar los efectos negativos de este proceso, y hasta se ha intentado introducir el concepto de “gentrificación positiva”.
Un ejemplo clásico ha sido el barrio Lavapiés de Madrid, pero este tipo de autocuestionamientos también se vivieron en el ámbito cultural montevideano cuando se conformó el circuito de El Bajo, en la Ciudad Vieja, que tuvo un impacto importante en las clásicas poblaciones de los conventillos. Otro tanto puede decirse que está ocurriendo en nuestros tan emblemáticos barrios Sur y Palermo.
En Retablo, la escritora madrileña Marta Sanz ensaya dos cuentos cortos con toques de novela negra, con una cuota importante de humor, obviamente también negro, cuyo marco narrativo se encuadra claramente en estos fenómenos, y notoriamente intenta reinventar el imaginario urbano madrileño, con el apoyo de las ilustraciones de Fernando Vicente.
En el primer cuento, “Extraños en un tren (versión amarilla)”, dos ancianas que viven en el mismo edificio se hacen amigas y comparten inquietudes y penurias. Una de ellas soporta muy irritadamente la presencia de su hijo divorciado, desempleado y adicto al juego, que se ha instalado en su casa, mientras la otra enfrenta el duelo por la muerte de su perro, al que no pudo salvar por el costo de los medicamentos. En medio de estas simples anécdotas, una farmacéutica aparece muerta en circunstancias extrañas. Cuando aparece la Policía en la escena del crimen, el oficial a cargo murmura: “Estos albanokosovares y rumanos son unas bestias”. Un poco más tarde, el hijo ludópata de una de las ancianas desaparece misteriosamente.
En el segundo Blas, un anticuario cincuentón, una verdulera de la que está secretamente enamorado y un tabernero, residentes históricos de un barrio madrileño, se ven invadidos por hípsters que instalan sus pequeños emprendimientos “alternativos”. Por consiguiente, conforman una especie de brigada vandálica, que por las noches sale a sabotear los recién instalados locales y a veces a amedrentar a los habitantes históricos del barrio, que comienzan a copiar el estilo hípster en vestimenta y consumo. Pero estas pequeñas acciones no pueden detener el proceso, y Blas termina viendo a su vecino, el carnicero, cerrando su comercio (“porque parece que estos hípsters asquerosos sólo comen tofu y otras mierdas veganas”) y teniendo que soportar, a su lado, a un joven emprendedor con un local de jabones artesanales. Poco después, su amada verdulera desaparece.
Si bien sorprende el desenlace en ambos cuentos, la sorpresa no parte de sobre quién recae la sospecha del crimen, aunque es posible que, más que de un descuido de la autora, parta de una intención ligeramente paródica hacia el género policial del cual se desmarca la novela negra. Un poco a la manera de Agatha Christie, es tan identificable la caracterización de “el menos pensado” que, casi inmediatamente, nuestras sospechas recaen sobre ese personaje.
Aunque en realidad el punto fuerte de Retablo, potenciado por la mezcla entre costumbrismo y novela negra, consiste en el retrato de estas tensiones territoriales en la dinámica urbana. Los personajes, divididos entre “los de siempre” y “los recién llegados” (sean hípsters o albanokosovares), llevan en sí no sólo el conflicto por el territorio, sino también sus patrimonios simbólicos. Abundan los guiños hacia la tradición castiza, generalmente asociada a pensamientos conservadores, y que aquí funciona como anclaje a las identidades localmente arraigadas. El perro de la ancianita de “Extraños en un tren” se llama Felipe IV, en clara alusión a Felipe IV de Austria, cuyo reinado se caracterizó por una ardua lucha para unificar administrativa y culturalmente los territorios hispánicos, con grandes hostilidades desde el resto de España, incluyendo una importante sublevación en Cataluña que le costó muy cara a la intervención española en la Guerra de los Treinta Años. Por su parte, “Jaboncillos Dos de Mayo” alude desde el título a la fecha de una importante revuelta de las guerras de independencia durante la ocupación napoleónica, que sirve para nombrar el comando anti hípster que organiza el protagonista.
Las ilustraciones de Vicente, impecablemente realizadas, refuerzan el sentido del texto sin caer en las obviedades, y resultan útiles, además, para que el imaginario urbano desplegado por Sanz pueda anclarse en el lector que no conozca el escenario, especialmente en lo que refiere a la cultura local. De todos modos, los personajes y escenarios urbanos ilustrados tampoco son tan distintos a los de los barrios históricos de Montevideo y Buenos Aires, sometidos a procesos similares, lo cual genera una familiaridad que ayuda al lector rioplatense a “meterse” en la historia.
Retablo, de Marta Sanz. Madrid, Páginas de espuma, 2019. 94 páginas.