Desde Sócrates y Alcibíades o Safo y Anactoria a esta parte, las relaciones entre amantes maduro/as y muchacho/as más jóvenes es un tópico muy explorado por las narrativas sobre vínculos homoeróticos. La causa podría buscarse en una herencia casi inconsciente de estos íconos grecolatinos, o al hecho de que en las relaciones hetero solemos tomar como normal que el varón sea un poco mayor que la mujer, por cuestiones heredadas de épocas pretéritas (y no tanto), y de contextos en que la elección de pareja es una decisión indisociable del aprovechamiento de los ciclos reproductivos. Por eso, la diferencia de edad entre amantes hetero sólo llama la atención cuando la mujer es mayor que el varón, especialmente si ella ya se acerca al final de su edad fértil, o cuando el deseo de una persona adulta se dirige hacia alguien lo suficientemente joven para encontrarnos de lleno en la pedofilia. También podemos pensar en las posibilidades narrativas que ofrecen las proyecciones que puede hacer un personaje maduro sobre uno más joven del mismo sexo, difíciles de lograr cuando el deseo se dirige hacia alguien del género opuesto y que, por consiguiente, vendrá por definición con otra educación afectiva y erótica.
Garth Greenwell debutó como novelista con éxito descollante en Lo que te pertenece, elegida entre las mejores novelas de 2016 por varios medios especializados y generosamente premiada. Fue hecha a partir de una nouvelle que acabó por dar forma a la primera parte, titulada Mitko.
Mitko es el único personaje con nombre propio (los demás nos serán presentados por medio de iniciales). El narrador, un profesor de literatura estadounidense que da clases de inglés en Sofía, Bulgaria, lo conoce en los baños del Palacio de Cultura. Mitko es un joven marginal que sobrevive en base al intercambio de favores sexuales por dinero y otros regalos. El profesor desarrollará una intensa atracción hacia Mitko, y consecuentemente, también el lector. Mitko fascina por su vitalidad, su atractivo y su seguridad en sí mismo, y, en gran parte, por la intriga. La imprevisibilidad de sus acciones, sus ausencias y reapariciones, su apretada cartera de clientes, lo errático de sus focos de atención, los esfuerzos del protagonista para encontrar una lógica a lo que lo complace y lo disgusta, y el condimento de la extrañeza provocada por el entorno, la gris y decadente Bulgaria, y ese idioma que el narrador, pese a vivir en ese país, no domina del todo. Greenwell demuestra una gran destreza narrativa al lograr en el lector una atracción hacia el personaje análoga a la que siente su protagonista.
Pero resultará muy evidente que, desde un principio, se trata de un amor no correspondido. Mitko tiene con él una relación más bien utilitaria, lo que lo deja en una posición dominante respecto de su cliente-amante. Por otra parte, la posibilidad de punición en caso de que nuestro sensible y enamoradizo profesor estadounidense le exija a Mitko más de lo que está dispuesto a dar en relación a lo que recibe (él podría recurrir a sus contactos en el “bajo mundo” para robarle o castigarlo físicamente) aporta a ese pequeño toque sadomasoquista que el vínculo ya tiene, aunque de todos modos el profesor se esfuerce en complacer a su amado por el simple placer de hacerlo.
Paralelamente, el narrador ahondará en los recuerdos de su infancia y pubertad y, sin que nos lo diga directamente, nos resultará imposible no encontrar una vinculación entre esta fascinación morbosa y masoquista y la culpabilidad asociada a la homosexualidad que el protagonista vivió en sus primeros años, a través del rechazo de su padre y del callado enamoramiento hacia su amigo hetero de la adolescencia. Más tarde, esta culpabilidad se materializará en una enfermedad venérea que Mitko le contagia y con la que él, a su vez, podría haber infectado a su pareja, un estudiante residente en Portugal que lo quiere de verdad.
Imaginarios
En la solapa, el crítico J Mc Aloon, de The Telegraph, compara esta novela con Lolita (Vladimir Nabokov, 1955) y La muerte en Venecia (Thomas Mann, 1912). Pero, si se nos permite espoilear esta atrapante narración, hemos de decir que rara vez en los catálogos editoriales de multinacionales como Penguin o Planeta se encuentran novelas que terminen tan trágicamente. No se trata de una atracción erótica tan controvertida como las de los clásicos mencionados. Sería muy injusto que hoy en día divertirse un rato con un taxi-boy de Europa del Este le significara a un varón gay occidental de clase media ilustrada un camino hacia la total decadencia, la prisión o la muerte. Lo común en este tipo de novelas pareciera ser poner al protagonista en un entorno exótico y extraño y permitirle asomarse a una realidad sórdida y/o marginal, pero salir ileso.
También parecen repetirse ciertos estereotipos del imaginario occidental sobre el mundo postsoviético. Por fortuna para nuestro protagonista, lo que lo salva en este encuentro entre su mundo y el de Mitko es que él se mueve en un entorno occidental e ilustrado, con lo que la homosexualidad de por sí no será una mancha infamante como lo es para el joven y la mayor parte de su clientela. Esta diferencia, fundamental en que la trama no derrape hacia la tragedia, responde a cierta idea de que en estos países se vive algunos años “hacia atrás” en cuanto a libertades civiles y eficiencia institucional. Este cliché apenas se disimula con el hecho de que, dada la sensibilidad cultural del protagonista, este disfruta de esa ambientación “retro” que le ofrece este escenario narrativo. Salvo unos necesarios momentos de incomodidad, como advertir que las enfermeras que le extraen sangre para el test de ETS (enfermedades de transmisión sexual) no usan guantes, el protagonista suele ensoñarse con el entorno en lugar de satirizarlo despreciativamente o generar repugnancia o temor, como pasa en muchos productos de ficción de consumo masivo provenientes del antes llamado Primer Mundo cuando se refieren a los Balcanes.
Greenwell parece ser particularmente consciente de que lo que se nos muestra no será finalmente tan terrible, que la tensión emocional con la que el protagonista enfrentará esta obsesión erótica y sus consecuencias no será más que un goce mórbido, la dramatización de una culpa que ya no tiene sentido cargar. Apenas tendremos tiempo para sentir pena por Mitko, atrapado en los estratos más bajos de la supervivencia, en cuanto suspiremos con alivio por sabernos a salvo. No obstante, en el camino hacia la feliz resolución los momentos de desazón e incertidumbre son muy bien manejados por el autor, hasta hacernos creer varias veces que realmente nos encontramos al borde de algún precipicio.
Pese a no ser, finalmente, tan audaz como promete, se trata de una novela hermosamente escrita, de ágil lectura, y que explora con agudeza el amor y las relaciones en los tiempos que corren.
Lo que te pertenece. De Garth Greenwell. Barcelona, Penguin Random House, 2018. 224 páginas.