Elder Silva nunca escribió un poema para Sharon Tate, creo. Pero podría haberlo hecho. Él o algún otro integrante del grupo Fabla, aquel que formó en los 80 junto con Rafael Courtoisie, Víctor Cunha, Eduardo Darnauchans, Atilio Duncan Pérez (Macunaíma), Jorge Luis Hernández, Aldo Mazzucchelli, Luis Pereira y Edgar Sención. Pudo haber sido, Tate, la novia extranjera de Pereira. Ha de haber visto, Cunha, aquella película de Roman Polanski, La danza de los vampiros (1967), en la que Polanski encuentra a Sharon Tate en una bañera, cubierta de espuma, y, cuando ella se levanta para envolverse en una toalla, Polanski se va hacia la ventana y dibuja con el dedo, en el vidrio empañado, un corazón.
Empieza en esa secuencia la canción de amor a Sharon Marie Tate que el resto de la humanidad viene escribiendo desde entonces. El más reciente de esos acordes puede verse en estos momentos en la cartelera montevideana en forma de película de Quentin Tarantino. Érase una vez en Hollywood es un fraseo para oboe y guitarra en homenaje a esa beldad del oeste. La secuencia de Tate asistiendo a su propia película en una función de media tarde es la mejor prueba. Repárese en las plantas descalzas apoyadas en el respaldo del asiento de la fila delantera, apenas manchadas por el plantal de las largas botas blancas que alargan aun más sus larguísimas piernas. Podría haber sido la novia extranjera de Pereira, sí, pero también una heroína de Macunaíma.
Algo han de haber escuchado Courtoisie o Mazzucchelli sobre Ed Sanders, el poeta beatnik que escribió la crónica sobre el caso Sharon Tate –estuvo acreditado como periodista en el juicio contra sus agresores–, caso que es uno de los ejes de la película de Quentin Tarantino. Hoy Sanders, creador de la “poesía investigativa”, es un activo activista octogenario que vive en Woodstock.
Quizá alguno de los poetas de Fabla haya leído La pipa de tinta china, recopilación del también poeta Luis Bravo sobre los escritos carcelarios de Ibero Gutiérrez. Ahí se habla, como se hablaba en muchas mesas de café en ese 68 montevideano, de Charles Manson y Sharon Tate. Pero probablemente ninguno de ellos sepa que actualmente hay una banda uruguaya de rock pesado que se llama Sharon Tate’s Fan Club.
Elder Silva, que conocía las historias de domadores por mentas de su padre, domador, habría podido decir si es falso el modo de montar de Leonardo Di Caprio cuando entra al set de esa película en la película de Tarantino en la que interpreta a un forajido shakespeareano. Darnauchans podría haber pensado que ese vínculo entre el personaje de Di Caprio –estrella en decadencia– y su doble de riesgo –encarnado por Brad Pitt– es otra manera de plantear su Perdidos en la noche (1984). Tal vez habría pensado Elder, de no haberse muerto la semana pasada y haber llegado a ver la película de Tarantino, que la reversión de la realidad que plantea al final es un acto de justicia poética. Porque también las pestañas de Sharon Tate pueden ser un pájaro que tiembla.