En un momento en el que la mayor parte de la producción cultural se ha centrado en las particularidades, las contingencias, en las experiencias o identidades divergentes de lo “hegemónico”, rara vez se encuentran autores o autoras que emprendan la exploración de conceptos universales. La misma intencionalidad de la búsqueda de lo “universal” resulta sospechosa. Los “universales” se han construido sobre la base de ocurrencias particulares que se imponen como norma, y la sola enunciación de su plausibilidad genera la desconfianza de un intento uniformizador y hegemonizante.

Es difícil saber si Nicolás Alberte (Montevideo, 1972) tuvo en cuenta lo ambicioso de su objetivo con Área de Broca. El título alude a la región del cerebro relacionada con la producción del lenguaje, al igual que el primer poema del libro, que se complementa con el “área de Wernicke”, otra región del cerebro relacionada con la comprensión del lenguaje oral y escrito. Tanto el área de Broca como la de Wernicke son mencionadas en textos que se incluyen en páginas posteriores, así como varias referencias a las neurociencias, y particularmente a la neurolingüística. Se podría decir que hay una suerte de hilo temático en todo el libro que ameritaría la clasificación de “obra conceptual”, y que en sí consistiría en una interrogación sobre el lenguaje, materia prima, obviamente, de la poesía.

Pero circunscribir el poemario a lo dicho en el párrafo anterior puede dar una idea no sólo más acotada, sino también más aburrida, de lo que realmente es. La interrogación sobre el lenguaje en sí mismo es una característica casi generalizada de la poesía de la segunda mitad del siglo XX hasta ahora, y por sí sola no amerita que una obra en particular revista cierto interés más allá de una exhibición de virtuosismo formal. Pero lo que menos interesa a Alberte aquí es la materialidad del lenguaje, sus construcciones. Se trata más bien de una exploración sobre su naturaleza, su ontología, sus qués y no sus cómos. De una forma bastante similar a la película Baraka (Ron Fricke, 1992) o a la divulgación científica de Carl Sagan, el poeta va poniendo el foco de lo micro a lo macro, llevándonos por todas las ocurrencias posibles de las mismas exploraciones. En los primeros textos, las alusiones a las neurociencias cumplen la función de llevarnos al primer interrogante: qué es lo que nos hace seres dotados de lenguaje, cuál es esa misteriosa relación entre ciertas áreas específicas en el cerebro y la capacidad de transmitir o aprehender una emoción o una experiencia. Y en última instancia, qué es esta emoción o experiencia, qué es uno mismo. (“Hemos dado por tierra con el cuento del espíritu y el alma. / Sabemos de tu cerebro dónde está cada cosa: / aquí está la sensación del pánico, / aquí está el sabor del beso / con que los humanos se alimentan devorándose, / aquí está la presión amable / de la mano de tu madre sobre tu pecho y así / todo lo que haga falta. / Dios estará alojado de incógnito / en el Hotel Wernicke / durante una larga temporada”.)

Pero también iremos remontándonos desde y hasta realidades más amplias en el lenguaje como creador de cultura, de significantes colectivos, con alusiones lejanas que irán desde la Antigüedad grecolatina o el budismo tibetano, pasando por el descoloque de las nuevas realidades mediáticas, hasta hechos muy cotidianos y prosaicos, como si quisiera volver a situarnos en que, en definitiva, estamos hablando de un dispositivo cuya función primaria era comunicar a dos seres próximos en el tiempo y el espacio, antes de servir para crear universos simbólicos enteros o permitir que nos lleguen las palabras de un sabio de la Antigüedad. No obstante, entre todos estos planos hay algo que anuda la experiencia humana: el haber tenido que decir o comprender lo dicho, lo cual conjuga todas estas contingencias y las hace aprehensibles sorteando distancias inconmensurables en tiempo y espacio. (“Una noche mi abuela se acostó / como cada día por más de cinco décadas con mi abuelo / y en la madrugada / lo despertó cantando en sueños. / Nunca nadie supo la canción, / por la mañana estaba muerta: / eran ambos frágiles y viejos / y después de contárnoslo / él la siguió. // El poeta chino lo resume en un solo signo / que dice todo esto, llora / y se parece a un cisne”.)

En última instancia, Área de Broca, partiendo de la pregunta sobre el lenguaje, termina por ser una exploración de la condición humana, en tanto la especificidad de la condición humana pasa, en gran parte, por el lenguaje mismo, ya sea porque entendamos que no hay una realidad preexistente a él, y entonces es el lenguaje el que crea realidades, o porque creamos que sí, hay una realidad exterior al lenguaje y este es nuestro medio privilegiado para aprehenderla y comunicarla. Casi involuntariamente, el foco se pone en el lugar contrario al propuesto originalmente, lo que escapa a los márgenes de lo decible, a esa pequeña porción de masa encefálica que, pese a lo localizable o mensurable que la encuentren los científicos, contiene incalculables porciones del universo.

En este contexto, el poeta es quien viene a rescatar esa dimensión mágica de la experiencia, invocando en sus palabras todo aquello que el lenguaje racional, utilitario, deja fuera. La ciencia y la técnica buscan referirse a una realidad externa al lenguaje, y este funciona como una suerte de compartimento en el que esa realidad es colocada por fuera de quien la enuncia, de forma que este pueda observarla sin implicarse en ella. Esto da una cierta sensación de control, de seguridad sobre la realidad exterior, pero al mismo tiempo todo lo que las palabras no pueden aprehender forma parte de una abismal y aterrorizante zona de incertidumbre. El lenguaje poético, en cambio, es una realidad en sí misma, y el poeta vive en ella a placer y resguardo, protegido de cualquier peligro nombrado o innombrado. (“Palabras tristes o alegres / que más tarde aprenderá / a designar como elegía o himno, / y sobre esas paredes construirá su techo / a la intemperie de todo / menos de su amor por la lengua”.)

Por último, otra gran virtud de Área de Broca, también presente en obras anteriores de Alberte, consiste en plantear conceptos profundos y complejos, además de un importante bagaje de referencias culturales, con un lenguaje sumamente sencillo, sin despliegues de virtuosismo innecesarios ni simplificaciones excesivas.

Nicolás Alberte ha publicado cinco libros de poesía y dos novelas desde 2004. Ganó el Premio Nacional de Literatura en 2019 por su novela inédita Amantísima. Área de Broca obtuvo el tercer Premio Nacional en poesía en 2015.

Área de Broca. De Nicolás Alberte. Montevideo, Yaugurú, 2020. 88 páginas.