Un misterio digno de la mejor historia de detectives tiene en vilo al mundo literario: alguien está robando manuscritos aún no publicados, y todavía no se sabe con qué intenciones.

Según la noticia difundida la semana pasada por The New York Times, la extraña modalidad de estafa se viene llevando a cabo a través de internet y afecta a autores que han sido anunciados por sus editoriales como de próxima publicación. La maniobra consiste en el envío de un mensaje de correo electrónico que simula ser de la editorial en cuestión y que es enviado desde un sitio web que también imita el de la compañía.

La investigación descubrió que la maniobra se hizo con escritores renombrados como Margaret Atwood e Ian McEwan, entre otros, pero también con debutantes casi desconocidos, cuya propiedad intelectual no tendría valor en el mercado negro. Lo más sorprendente para la industria es que los manuscritos que los estafadores adquirieron mediante este procedimiento no aparecen aún en ningún sitio, no se encuentran en la dark web y nadie se ha contactado con autores o editoriales para exigir recompensas.

Además de las habilidades de los ladrones para copiar sitios web o cuentas de correo, lo que sorprende es su capacidad de comunicarse usando el lenguaje y las inflexiones específicas del mundo editorial.

En los últimos tres años fueron engañados escritores de todas partes del mundo, aunque la cifra aumentó en 2020, sobre todo en Estados Unidos, al punto de que Penguin Random House y Simon & Schuster (antes de que la primera comprara la segunda) habían advertido a sus respectivos autores.

Hay casos más complejos. La estadounidense Cynthia D’Aprix Sweeney fue contactada en 2018 por quien decía ser su agente, pidiendo la continuación de su manuscrito. “No puedo esperar para saber lo que le ocurrirá a Flora, Julian y Margot”. En ese momento, todavía no se había anunciado la salida de su nueva novela, ni mucho menos su contenido.

La principal teoría entre los editores es que se trata de alguien de la rama de la industria que se encarga de vender derechos de los libros a editoriales extranjeras o a estudios de cine y televisión, cuyos clientes podrían pagarle para conocer un texto antes que la competencia y cerrar un acuerdo lucrativo. Pero hasta ahora no ha aparecido un Sherlock Holmes o una Miss Marple que ponga fin a las especulaciones y encuentre al culpable.