Es el cumpleaños de Anne Carson. Es domingo 21 de junio y cumple 70 años. Ha de estar moderadamente feliz, ya que el jueves ganó el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Feliz pero no sorprendida, por algo es la mayor poeta de habla inglesa de la actualidad. Nada de eso es importante. Son noticias de ayer.

Lo importante, lo que ocurre hoy (cualquiera sea el hoy), es su poesía. Una poesía que confirma la posibilidad de que erudición y placer compartan la misma cama. Así pasa en, por ejemplo, La belleza del marido: un ensayo narrativo en 29 tangos (2002, editado en español en 2003 por Lumen). Obviamente, no son tangos en la definición estricta de la palabra. O lo son en el modo en que alguien que nació en Canadá imagina el tango. Son, en ese sentido, un error. Una posibilidad inmejorable.

A esta poeta canadiense el error le parece el big bang de la poesía y el lenguaje. Así lo ha dicho en “Ensayo sobre las cosas en las que más pienso”, un poema de su libro Hombres en sus horas libres (2001, editado en español en 2007 por Pre-Textos). Experta en lenguas antiguas y traductora del griego, escribió: “Aristóteles dice que la metáfora hace que la mente se experimente a sí misma en el acto de cometer un error”. Y en esto la poesía es como la vida: “La verdad verdadera en el caso de los humanos es la imperfección”. Hay un eco ensayístico y, sin embargo, la textura y la elección precisa de las palabras, además del modo en que esos ladrillos están combinados, logran que el conjunto del poema tenga una sonoridad poética potente que se entrelaza con esa vocación explicativa que sugiere el título.

Si la poesía nace del error, en La belleza del marido el error es el matrimonio mismo. Un errado matrimonio movido por la fascinación por un hombre bello. Por eso los 29 poemas dan cuenta de ese desgaste, de esa erosión, de esa crueldad, de ese deseo. La voz narradora –muchos de los poemarios de Carson son intensamente narrativos, al punto de que se les ha llamado con frecuencia novelas en verso– hace un ejercicio de introspección sin concesiones y anota esa deriva con prolijidad etológica. Aunque apartada físicamente, la voz narradora principal no está sola. A su auxilio acude el británico John Keats: “Dedico este libro a Keats (¿fuiste tú quien me dijo que Keats era médico?). Por su entrega total a la belleza y porque una dedicatoria ha de ser imperfecta si se quiere que un libro conserve su libertad”. Y en cada uno de los tangos hay frases de Keats tomadas de fuentes diversas, desde la tragedia Otón el grande (1819) hasta las anotaciones que Keats hiciera en su copia de El paraíso perdido (1667), de John Milton.

Esas referencias clásicas no enturbian la fluidez de la poesía de Carson, sino que, por el contrario, la dotan de una “erudita naturalidad”. Como si las palabras de los autores de la antigüedad o el romanticismo no fueran pasto de filología, sino fragmentos de una larguísima conversación sobre el error, el amor y la belleza.