Nicolò Cincotta, un joven de Chucuito, pequeña localidad próxima a la costa peruana, nacido en una familia de inmigrantes italianos, emprende un viaje a Puno, en la sierra, junto con Tadeo, un amigo de la familia que debe arreglar allí unos problemas con el socio de su hermano recientemente fallecido. Con este fin le pide a Nicolò que se haga pasar por abogado, y este acepta de mala gana. Luego de ese viaje surgirá para Nicolò una posibilidad de mudarse a Estados Unidos, y así comenzará un periplo que incluirá Italia y Montevideo y en el que la búsqueda de un lugar en el mundo se volverá paralela a la búsqueda de la propia identidad, esfumada por una persistente sensación de desarraigo.
En esta novela de Bruno Podestá el personaje parece más un testigo, aunque sea su deriva la que, en definitiva, esté hilando la historia. Hay algo, sí, que parece conectarlo con su sitio de nacimiento, pero se trata justamente de algo muy opuesto a la idea de algo sólido o arraigado: las historias de corsarios, parte importante de la memoria histórica de Chucuito, en cuyas costas hubo varios enfrentamientos y naufragios de barcos piratas en la época colonial. En su adolescencia, Nicolò había empezado a acumular diarios y escritos con el nombre “Cuadernos corsarios”.
Pero el periplo de Nicolò comienza por lo exactamente opuesto, y lo exactamente opuesto se halla en el mismo país. Tadeo se lo expresa claramente a Nicolò: “Tú has viajado por el interior y lo conoces [...] El lago Titicaca, el altiplano, son otro país para mí”. En el contraste entre la costa, que mira hacia la lejanía indeterminada del océano, que trae historias de inmigrantes y piratas y despierta la curiosidad de adentrarse en lo desconocido, y la sierra, con sus yacimientos incaicos y cultura originaria, donde todo parece incrustado allí desde el fondo de los siglos, se llega a un extrañamiento en el que la copa de grapa que le ofrece el socio de Tadeo (también de origen italiano) le resulta algo más real y corpóreo, más familiar y conocido que todo lo que lo rodea.
A lo largo de la lectura, vamos dándonos cuenta de qué está encontrando Nicolò. No de qué está buscando, puesto que sus derivas no parten del objetivo de “buscar” algo. Pese a que la narración sigue un orden cronológico bastante lineal, y no hay planos de realidad contrapuestos, de pronto los sitios y las cosas comienzan a confundirse. Porque igual está la guerra que expulsó a los abuelos de Nicolò de Italia metida en la costa o la sierra peruana, o las costas de Chucuito en la rambla de Montevideo, igual está el mundo azteca en los artesanos mexicanos que trabajan bajo la supervisión de Nicolò en un taller de lápidas para mascotas en Kansas, y a Montevideo se llega desde una librería del distrito limeño de Miraflores, en donde Nicolò encuentra un libro que habla de esos personajes tan montevideanos, los bichicomes, y se despierta la intriga sobre si son realidad o una invención literaria.
En los últimos tiempos, este tipo de narrativas migrantes son corrientes tanto entre algunos best sellers como en ediciones de autor hechas por escritores independientes, o en obras que ya están pasando a ser canónicas. Antes de 2020, nos acostumbramos a vivir en un mundo hipercomunicado y deslocalizado, y la construcción de la propia identidad se ve complejizada por la multiplicidad y la ubicuidad de los escenarios en los que esta se desenvuelve. Lo que vuelve atractivos estos cuadernos corsarios es la agudeza en la observación antropológica y la memoria histórica: mientras en muchas narraciones de este estilo los lugares del tránsito son apenas un escenario, no exento en algunas ocasiones de un exotismo bastante etnocéntrico, Podestá encuentra en cada uno de sus tránsitos dos o tres rasgos de los sitios y sus habitantes que en un principio perecen anecdóticos o aleatorios, pero terminan siendo definitorios de identidades e historias, sin caer nunca en el pintoresquismo ni en facilismos estereotipantes. En medio de ese periplo, el protagonista va encontrando sus afinidades y sus distancias. Hay una interesante mezcla de “lejanías” que nos resultan familiares (como el legado de la migración italiana, por ejemplo, que raramente podemos ubicar en “el país incaico” desde nuestro imaginario conosureño, pero lo tenemos fuertemente arraigado a nuestra propia identidad) y otras que hemos explorado poco, demasiado atentos a nuestros más habituales exilios en el norte, o entre nuestros vecinos latinoamericanos, en la cosmopolita Buenos Aires. Cierta idea de la Patria Grande nos ha hecho buscar dentro de nuestro continente más bien las afinidades que las diferencias, olvidando que en la diversidad cultural de esta región también hay muchísimo espacio para el extrañamiento. Y esto se plasma no sólo como un paisaje, sino también en la geografía personal de la mente y el alma del protagonista.
Bruno Podestá nació en Lima en 1946, se crio en donde empieza su novela, en Chucuito, y estudió Sociología en la Facultad de Economía y Administración de la Universidad del Pacífico. Ha ejercido la docencia en Perú, Italia, Alemania y Estados Unidos y desde la década de 1990 reside en Uruguay, donde comenzó su producción literaria.
Cuadernos corsarios. De Bruno Podestá. Montevideo, Yaugurú, 2020, 104 págs.