Roberto Fernández Retamar publica Calibán (1971) a partir de una pregunta:

Un periodista europeo, de izquierda por más señas, me ha preguntado hace unos días: “¿Existe una cultura latinoamericana?”. Conversábamos, como es natural, sobre la reciente polémica en torno a Cuba, que acabó por enfrentar, por una parte, a algunos intelectuales burgueses europeos (o aspirantes a serlo), con visible nostalgia colonialista; y por otra, a la plana mayor de los escritores y artistas latinoamericanos que rechazan las formas abiertas o veladas de coloniaje cultural y político.

Se le atribuye a Fernández Retamar haber concebido su Calibán a partir de una relectura del Ariel de Rodó, reconociendo la calidad de la escritura, pero discrepando en la identidad latinoamericana que el uruguayo depositaba en el personaje de Ariel.

José Enrique Rodó y Fernández Retamar surgen de contextos afines; por un lado, la Guerra Hispano-estadounidense de 1898, y por otro, el enfrentamiento de Estados Unidos con la Revolución de 1959. En ambos casos, aun cuando hay quienes (Enrique Mena Segarra o Alberto Methol Ferré, entre muchos) opinan de modo diferente, el Caribe y lo que se conoce como la “Doctrina Monroe” (1823) de James Monroe y el “Destino Manifiesto” (1845) de John L O’Sullivan, así como el utilitarismo, el materialismo y los modos de producción capitalistas, son ejes centrales en ambos textos.

Fernández Retamar presumiblemente comenzó la escritura de su texto a partir de 1968, en ocasión del Congreso Cultural que se desarrolló en La Habana y congregó a artistas, intelectuales y periodistas bajo la consigna “El colonialismo y el neocolonialismo en el desarrollo cultural de los pueblos”. La “pregunta” del comienzo de Calibán permite fechar la gestación del libro en esos días.

Las venas abiertas de América Latina (1971) coincide con la publicación de Calibán, aunque es de suponer que tanto Galeano como Fernández Retamar venían escribiendo desde antes. Galeano termina en 1970 para poder presentarse al Premio Casa de las Américas en la categoría de ensayo testimonial.

Como relata Kovacic en la primera biografía sobre Galeano (2015: 196-197), el jurado estuvo integrado por el argentino Rodolfo Walsh, el mexicano Ricardo Pozas y el cubano Raúl Roa. “Aquel jurado de prestigiosas figuras de la izquierda, según supe después, consideró que el libro no era lo suficientemente serio como para recibir el Premio”, comentaría Galeano tiempo después (citado en Armas, 2012). Parecería que el estilo que conjugaba el ensayo con la narrativa y el tono poético desconcertó al jurado. (Ana María Vara, 91)

Galeano y Fernández Retamar habían leído el Ariel de Rodó. La situación del latinoamericanismo era particular no sólo por la Revolución Cubana, sino también por el comienzo de la instalación de las dictaduras en esta parte del mundo; el golpe de Brasil de 1964 y los avances de regímenes autoritarios eran crecientes. Eso, en medio del proceso de descolonización en África, la guerra de Vietnam y la creación de ámbitos de enfrentamiento de la intelectualidad en Occidente y, en particular, el “caso Padilla” (1968) en Cuba y la revista Mundo Nuevo en París. Además del influjo de la “Teoría de la dependencia”, la obra de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, El desarrollo del subdesarrollo (1966), de Gunder Frank, y mucho más aún.

Foto del artículo 'Galeano entre Rodó y Fernández Retamar'

La diferencia central –o una de las varias probables– radica en los acentos que cada uno de los tres autores plantean. Rodó le habla a la juventud de América en una exaltación de la espiritualidad frente al utilitarismo y el modo deshumanizante de producción junto a lo que bautizó como la “nordomanía”. Fernández Retamar dialoga con Rodó, pero especialmente con los Estados Unidos del bloqueo y luego de la invasión de Bahía de Cochinos (1961), aunque dirigiéndose a quienes cuestionaban el modelo cubano. Para Fernández Retamar ese cuestionamiento era una posición contrarrevolucionaria y a favor del imperialismo.

Galeano va más allá que Rodó y Fernández Retamar. No se trata sólo del enfrentamiento de una sensibilidad latina frente a la sajona. No se trata sólo del momento que se está viviendo en los 60 en América Latina. Galeano revisa la historia colonial de los imperios hispano-portugueses desde su llegada a las Indias, y el extractivismo que imponen como modelo de producción. No hay un planteo antirrodoniano explícito ni tampoco una celebración calibanesca. Su visión es general de un modo diferente a la universalidad latina de Rodó o del latinoamericanismo de Retamar.

A fines de los 60 y comienzos de los 70 había diferentes proyectos sobre América Latina: algunos eran más panamericanistas o claramente intervencionistas, como el Plan Camelot (1964), afines al Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe; otros tenían su centro en la Revolución Cubana y en movimientos como la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), creada en agosto de 1967 en Cuba. Eran también los años del desarrollo del II Concilio del Vaticano (1962-1965), de la Encíclica de Juan XXIII “Pacem in Terris” (1963), del comienzo de la Teología de la Liberación (1964), de las Encíclicas de Pablo VI “Humanae vitae y Populorum progressio (1967 y 1968), de la IIa Conferencia Episcopal de Medellín (1968); esta última central en el latinoamericanismo de algunos en esos años.1 También de la consolidación de diferentes movimientos revolucionarios en varios países de nuestra América, al igual que la creación de grupos paramilitares de represión.

Sin embargo, Galeano, poco antes de fallecer, en una conferencia en Brasilia, afirmó respecto de Las venas abiertas de América Latina: “No sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado”. Para luego agregar: “Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital”.2 Quizás en estas declaraciones haya huellas del rechazo de los cientistas sociales y del argumento del Jurado de Casa de las Américas. A pesar de estos reparos, el libro se convirtió en un hito de la historia del pensamiento latinoamericano y en una intervención política en las luchas de nuestra América durante muchas décadas. Sobre la relación con los cientistas sociales y el modo discursivo particular de Galeano, Pablo Messina y Alejandro Gortázar publicaron hace unos días en Brecha artículos de interés.

No todo fue éxito tras éxito. En 1976 Carlos Rangel publicó Del buen salvaje al buen revolucionario. Fue la crítica más notoria en el escenario político de la llamada derecha en la casi inmediata publicación de la obra de Galeano. Veinte años después, Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa publicaron El manual del perfecto idiota latinoamericano (1996) y luego, los mismos tres autores volvieron con El regreso del perfecto idiota (2007). La necesidad de combatir Las venas abiertas... continúa, y en marzo de 2019 Eduardo Sánchez Rugeles revisa el cruce entre Rangel y Galeano, y afirma: “El libro de Galeano, por otro lado, a pesar de su valor documental y estilístico, se ha convertido en un panfleto. Los usos políticos de Las venas abiertas de América Latina han transformado su argumento en una especie de populismo for dummies [sic]”, para luego matizar diciendo, en relación al regalo de Hugo Chávez a Barack Obama, que:

El gesto populista degrada, en gran medida, el trabajo ensayístico de Galeano. Las venas abiertas... es una tesis de la que se puede discrepar, pero el texto no deja ser un resumen completo y necesario sobre una vasta tradición de pensamiento latinoamericano que muchos políticos inescrupulosos han explotado a conveniencia”.3

Los cuestionamientos no provenían de quienes estaban y siguen estando políticamente en la vereda de enfrente, sino también –y esto ya fue dicho– de algunos académicos, por considerarlo un ensayismo que no se condecía con las reglas de la academia. En Rangel y los posteriores autores del Idiota hasta llegar a Sánchez Rugeles, que califica la obra de “panfleto”, tenemos una muestra de las batallas sobre América Latina en los tiempos de las dictaduras del Plan Cóndor entre los 60 y los 80, en los 90, cuando el liberalismo y el neoliberalismo se imponían, y a comienzos del siglo XXI, cuando la mayoría de los países –sudamericanos, al menos– eran de izquierda o de centroizquierda. En 2019 se llegó al resurgimiento de varias derechas no sólo en América Latina, sino también en el hemisferio norte. América Latina, en tanto espacio simbólico y político, continúa siendo un campo de batalla ideológico que viene desde los inicios del propio proceso emancipador.

Foto del artículo 'Galeano entre Rodó y Fernández Retamar'

¿Por qué ubicar Las venas abiertas de América Latina entre el Ariel de Rodó y el Calibán de Fernández Retamar? Porque estos autores publicaron obras que constituyeron puntos de inflexión en el pensamiento latinoamericano de sus respectivas épocas, escribiendo ensayos. Ni siquiera José Martí, con su artículo “Nuestra América” (1891), inició la historia del latinoamericanismo. Tampoco lo hizo el Ariel de Rodó. La obra de Galeano se inserta en una larga lista que quizás se inicie en Londres con Simón Rodríguez, Simón Bolívar, Andrés Bello y muchos otros. Nombres y hechos que recorren no sólo Las venas... sino también Memorias del fuego (2009).

Arturo Ardao estudió con rigor la Génesis de la idea y el nombre de América Latina (1980) atribuyéndosela no a los deseos coloniales de Francia sino al letrado colombiano José María Torres Caicedo.4 El contexto en que Torres Caicedo escribió estaba marcado por la invasión de Nicaragua por parte William Walker. En 1856, Torres Caicedo publicó “Las dos Américas”, poema en el que ya distinguía entre la América Latina y la del Norte: “La raza de la América latina, / Al frente tiene la sajona raza, / Enemiga mortal que ya amenaza / Su libertad destruir y su pendón. [...] El mundo yace entre tinieblas hondas: / En Europa domina el despotismo, / De América en el Norte, el egoísmo, / “Sed de oro e hipócrita piedad”.5 Torres Caicedo escribe en el contexto de la invasión de Walker y su aspiración de controlar al conjunto de naciones centroamericanas. Oberlin Molina (2016),6 afirma que la invasión de Walker reafirma el sentimiento antiimperialista de Estados Unidos y lo vincula con lo que habrá de ocurrir con Puerto Rico y la Guerra Hispano-estadounidense.

Esto importa porque muestra cómo Estados Unidos, a través no sólo de la Doctrina Monroe sino de la concepción del Destino Manifiesto, estimula o da pie a un pensamiento latinoamericano que es básicamente antiimperialista. Nicaragua y Cuba –como antes México o los enfrentamientos con Perú, entre otros– definen un territorio en disputa y marcan el latinoamericanismo que tendrá jalones como la anexión de México (1848), la Guerra Hispano-estadounidense (1898), la Revolución Cubana (1959). Jalones que continúan hasta ahora, como lo muestran el caso del golpe de Estado de Bolivia o la presente lucha en Perú –donde vuelven a aparecer actores como Vargas Llosa– y que indican que –a pesar del cambio de Donald Trump por Joe Biden– las tensiones entre Estados Unidos y América Latina continúan. Alcanza con leer A escolha, libro de Michel Temer que confiesa haberse reunido antes del impeachment a Dilma Rousseff con militares con asesoramiento de Estados Unidos, o leer el apoyo de Biden, entonces vicepresidente, a Temer, para ver que el latinoamericanismo antiimperialista sigue teniendo gran parte de sus fuentes en las políticas del país del norte. Aclaro, decir “gran parte” no explica todos los latinoamericanismos y menos todos los antiimperialismos. Rodó, por muchas décadas, representó un latinoamericanismo diferente del de Martí.

Los contextos locales, continentales y globales establecen los diferentes latinomericanismos. Torres Caicedo no es equiparable a Juan Zorrilla de San Martín expresando en su “Mensaje de América” de 1892 un colonizado discurso poscolonial marcado por su nacionalismo católico conservador. El uruguayo representa una de las caras de los intelectuales hispanoamericanos que reivindicaron, sin cuestionamientos, la herencia española.7

El pensamiento latinoamericano y el latinoamericanismo son producto del proceso emancipador y decolonial que se integra a la geopolítica de Occidente, donde además de Estados Unidos participarán la Francia napoleónica, Reino Unido, el imperio español y el de Portugal, sin olvidar la presencia de Países Bajos y otros actores.

Cuba, Nicaragua, el Caribe y América del Sur son el campo de batalla marcado por las invasiones estadounidenses o las pretensiones que Mr. Blaine planteaba y Martí rechazaba.

Apenas tres años después de la Guerra de Cuba o Guerra Hispano-estadounidense, Martí, en “Nuestra América”, se posicionaba en las antípodas de Zorrilla de San Martín.

Lo interesante, como siempre, es dónde y desde dónde se enuncian estos ensayos y cuál es el contexto, como vimos con el poema de Torres Caicedo referido al filibustero Walker; sentimientos antiestadounidenses articulados en Torres Caicedo y en Rodó junto con la defensa de la cultura latina.8

El triunfo de Estados Unidos, o si se prefiere la derrota de España, va a enmarcar la redacción del Ariel de Rodó y también el texto de Rubén Darío sobre Calibán; aun cuando se afirme que Rodó reacciona al contexto uruguayo o se lo vincule a la situación mundial y al surgimiento de los nstados-nación continentales. La reacción de Rodó en Ariel y la ya mencionada de Darío frente al triunfo de Estados Unidos en la Guerra Hispano-estadounidense son discursos desde la derrota. Derrota que se convierte, parafraseando a José Pedro Barrán, en “la venganza cultural e intelectual del derrotado”.

Foto del artículo 'Galeano entre Rodó y Fernández Retamar'

Ariel no es solamente un canto a la espiritualidad y pureza de América Latina y un rechazo de la “nordomanía” calibanesca representada por Estados Unidos. Es una respuesta antiimperialista, aunque esté hablando de un latinoamericanismo que ignora lo que Martí había señalado en términos de raza y mestizaje. Una voz potente que recorre e inflama el latinoamericanismo de las primeras décadas del siglo XX.

En esa tradición vivió y se nutrió Eduardo Galeano. Guatemala, país ocupado (1967) es un libro escrito a la luz de una América que había conocido el golpe contra Jacobo Arbenz (1964) y varias intervenciones militares de Estados Unidos en el Caribe. Pero, sobre todo, a ocho años de la Revolución Cubana (1959). Las venas abiertas de América Latina es presentado al Premio Casa de las Américas y apenas logra una mención honorífica. Los escépticos académicos no vislumbraron lo que se vendría. Galeano escribía desde paradigmas que no complacían a la academia. Lo hacía sin tener un “balde en la cabeza”. No se ajustaba al “Lecho de Procusto” que le reclamaron. Lo que vino después mostró que iba ser un hito de la historia del pensamiento latinoamericano.


  1. A fin de traducir a América Latina el espíritu de Vaticano II, el papa convoca la II Conferencia General de obispos del continente, bajo la denominación “La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio”, y se señala como fecha del encuentro el mes de agosto de 1968 y comienzos de setiembre, en la ciudad colombiana de Medellín, previa realización del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional en Bogotá, con la bendita presencia de Pablo VI, primer papa en visitar a Colombia y al continente. 

  2. https://elpais.com/cultura/2014/05/05/actualidad/1399248604_150153.html 

  3. https://dialogopolitico.org/resenas/dos-visiones-diferentes-dos-lecturas-de-un-continente/ 

  4. Arturo Ardao, Génesis de la idea y el nombre de América Latina. Caracas, Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 1980. 

  5. El Correo de Ultramar. París, 15 de febrero de 1857, año 16, nº página S/N. https://ladiaria.com.uy/Ua0 

  6. Oberlin Molina sostiene que “esta guerra, sustituta de la guerra de independencia característica de la América española, coloca a Centroamérica en un lugar intermedio entre las primeras independencias y sus guerras (1808-1824) y la cuestión de las segundas independencias (Cuba, Puerto Rico) hacia fin del siglo XIX; y ese lugar intermedio se inserta en un despertar del americanismo que a partir de aquella fecha enfrentará una escalada colonialista de nuevo cuño” (“La invasión de William Walker a Nicaragua y la Guerra de Centroamérica (1856-1857): un balance historiográfico”, 2016, 39). 

  7. “Zorrilla de San Martín afirma: “La América, señores, reconoce su deuda: en las puertas del convento de La Rábida, arrodillada en esta tierra que pisó Colón el mensajero, y que es la tierra santa de la redención americana, a la que América vendrá un día en piadosas peregrinaciones, besa hoy en la frente a la fiera España, a la buena España; la besa sobre todo en sus cicatrices, la llamada madre, la llama grande, en el transporte de justicia secular, que ahora afluye a mis labios desde todas vuestras almas refundidas en la mía” (51). 

  8. La Guerra Hispano-estadounidense de 1898 tuvo antecedentes desde el affaire Virginius en 1873 en que Estados Unidos apoyaba las insurrecciones de Cuba frente a España. Es en ese largo período que va a culminar con la derrota de España en que se pronuncian tanto el discurso de Zorrilla como el de Martí, quien, como es sabido, había participado en 1888 en la “Conferencia Monetaria” y había cuestionado los planes panamericanistas de Mr. Blaine precisamente en el mismo país donde publicaría “Nuestra América” (1891), un año antes del ardiente discurso de Zorrilla en apoyo a España.