La Coqueta Editora es un proyecto colectivo de edición de poesía fundado en 2017 e integrado por María Laura Pintos, Marcos Ibarra, Laura Alonso, Lucía Delbene y Magdalena Portillo. Recientemente, este colectivo editorial ofreció su respaldo a algunos proyectos concursantes para los fondos Amanda Berenguer, una iniciativa del Instituto Nacional de Letras del Ministerio de Educación y Cultura para financiar ediciones de poesía. De los proyectos respaldados por La Coqueta, tres fueron seleccionados, y los tres libros fueron presentados conjuntamente el 6 de abril. Se trata de Adiós a los marjales de Corea, de Santiago Pereira, No perdemos la vida si entendemos que desapareció, de Diego de Ávila, y La habitación del sesgo, de Alicia Preza.

Los tres poetas elegidos, aunque jóvenes, tienen ya una larga trayectoria. Santiago Pereira (1983) es poeta y performer, integra el dúo Pereira-San Martín y ha publicado tres libros, además de obras de poesía sonora en CD y streaming. Ha recibido varios premios, entre los que se destacan el primer premio del concurso de poesía joven de Casa de los Escritores del Uruguay (2011) y una mención honorífica en los Premios Nacionales de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura (2014), además de participar en varios colectivos autogestionados, como Orientación Poesía y Poesías Performáticas. Alicia Preza (1982) es poeta y dramaturga, y además de contar con dos libros publicados (El ojo de la lluvia, 2010 y Obertura de la fiebre, 2016, ambos por editorial Yaugurú) ha dirigido varias obras de teatro de su autoría. Por otra parte, durante mucho tiempo coordinó junto con Andrea Estevan el ciclo de poesía La pluma azul en varios espacios. Diego de Ávila (1984) cuenta, por su parte, con tres títulos individuales (Piedra de sol de noche, Mental, 2011; Ecuador, Estuario, 2017; La piscina interminable, La Coqueta, 2019). Sus textos aparecen en varias antologías y publicaciones colectivas en Uruguay, Venezuela, Guatemala y España.

No es necesario buscar en el diccionario la palabra “marjal” para meterse en Adiós a los marjales de Corea. Basta la definición poética que el autor incluye al principio del libro (“Marjal / luminoso squirt del cielo / la continuidad del piélago // riqueza de fauna y flora / estación de paso de aves migratorias / que hoy regresan / con el filántropo propósito de vivir solo de vivir / para dar sentido por ellas”). El marjal, con sus peces, aves y flora, es a la vez escenario y protagonista. Refiere a un ensueño que va diluyéndose en lo cotidiano, en un diminuendo que lo irá dejando apenas como lo que es, una imagen. En el medio, Pereira construye un mundo fecundo y rizomático en el que una y otra vez volvemos a los mismos tópicos, que se van resignificando mientras avanzamos en el texto.

Se trata de un libro largo, abigarrado. Cada imagen es explorada en detalle, en una interrogación obsesiva. Paralelamente, se desarrolla un vínculo erótico del yo lírico con un tú que aparece y reaparece. El marjal también responde a los vaivenes de ese vínculo, expandiéndose hasta la inmensidad o contrayéndose a los límites de una representación.

También hay una tensión entre imágenes muy arquetípicas (los peces como sinónimo de abundancia y, a la vez, de sacrificio, simbolismo muy ligado al cristianismo primitivo; las aves migratorias como imagen de tránsito y renovación y, a la vez, confundiéndose con la imagen del ser amado; la imagen bíblica de la rosa de Sharon) con intertextualidades más actuales o con alusiones a nuestra realidad tecnológica. Todo lleva a una tensión entre las imágenes de la naturaleza y las del mundo humanizado, tensión presente también intrínsecamente dentro del yo lírico y, presumiblemente, de cada ser humano, en la forma de Eros y Thanatos, la pulsión vital que desborda y expande contra la pulsión de muerte que apaga y contrae al yo en las nimiedades y las rutinas.

Por su parte, Diego de Ávila, en No perdemos la vida si entendemos que desapareció, nos ofrece un trabajo reflexivo e imaginativo, no exento de cierto humor áspero y ácido, sobre el recorrido de la vida. Como dice León Miché en la contratapa, “un camino para la comedia doméstica y la suavidad del drama, como si el dolor y la confesión fueran los lados gastados de una moneda que ya no sirve y que ahora intercambiamos por entretenimiento, ironía y cierto alivio frugal”. El libro trasunta desencanto y lejanía, pero siempre existe una suerte de sonrisa irónica que aliviana la carga. (“Tengo el talento de sentirme bien cuando los hielos / de arriba quiebran las cosas enlazadas / y cuelgo por un rato antes de desprenderme / y caer de cabeza en la casa de un amigo / para tomar algo”).

El yo reflexiona sobre su lugar en el mundo y sobre las cosas vividas, desde una actitud desapegada. De Ávila, siempre muy profuso en imágenes, utiliza un lenguaje sencillo para transmitir ideas profundas y complejas. A su vez, la relación macrocosmos-microcosmos se pone en funcionamiento con la intervención de los objetos cotidianos y los elementos de la naturaleza presentes en la vida urbana: “yo solo miro pedazos / de árboles, y quizás cosas que los árboles hacen al viento / o si no, partes de azucenas que se van en el aire, / pero mi atención está en el parque, donde las luces abren una / rompiente rara de flores estacionales / y donde árboles adultos / dejan una pasmosa cara de guardia de seguridad”. Se pone en juego la tensión entre lo vivido y lo que se vive, lo que el yo fue y lo que es ahora, pero el ímpetu lúdico de las imágenes evita que se caiga en la pesadez existencial o en una autoficción estéril. En definitiva, pese a los embates del tiempo, el poeta no pierde su capacidad de asombrarse y atender a las pequeñas cosas y, por supuesto, jugar con el lenguaje.

Alicia Preza, en La habitación del sesgo, se inclina hacia la prosa poética con unos toques narrativos para ofrecernos una distopía plena de simbolismos, no exenta de toques surrealistas y quizá algo de ciencia ficción. Los personajes aguardan en espacios mayoritariamente cerrados, con alguna excursión excepcional, mientras afuera el mundo se llena de seres “digitados”, “robóticos”, en una alegoría de los tiempos pandémicos que se explicita desde las primeras páginas (“13 de marzo. ¿Te acordás cuando entró el virus? El que mataba detrás de la apariencia inocente de los muñecos de vidrio. Todos ellos proyectaban algo nuestro. Y se nos parecían”).

Pero no se trata de una alegoría simplista, y de no ser por ese fragmento La habitación del sesgo podría hablar de muchas cosas. El mundo que crea puede tranquilamente obedecer a cualquier circunstancia que implique un disciplinamiento, y por consiguiente un aumento de la hostilidad del afuera para quien no se adapte a las circunstancias. Se manejan a la vez simbolismos arquetípicos, como la intervención de animales (ciervos, jabalíes y demás) que funcionan como manifestación de la naturaleza, de lo salvaje, lo que se intenta vanamente constreñir y dominar. Afuera, los “digitados” constituyen el triunfo de la técnica sobre el instinto, y en el medio se encuentran, en la habitación, quienes intentan conservar su humanidad.

En el ir y venir de los seres que conforman esta tertulia se conjugan las pasiones humanas con la intensidad que el mismo encierro propicia. El amor y el desamor, el deseo y la frustración, las tristezas, las alegrías, y siempre la creación como vía de escape y salvación, se muestran en un desfile de imágenes y símbolos. Mientras tanto, los personajes buscan, en este clima opresivo, algo que los rescate. Puede ser una visión fantástica (un ciervo blanco que en la noche emite tanta luz como para escandalizar a los vecinos) o simplemente una melodía o un aroma. Pero la buscan sobre todo en estos encuentros en los que el yo se funde con el nosotros.

Puede decirse, al final de las lecturas, que los jurados de los Fondos Amanda Berenguer (Matías Núñez, Francisco Álvez Francese y Leonor Courtoisie) hicieron justas elecciones, con lo que ya de paso podemos hablar de la importancia de que existan formas de financiamiento para proyectos culturales como las ediciones de poesía, más teniendo en cuenta que este género no suele ser de los favoritos de la industria editorial. La trayectoria de La Coqueta Editorial, por otra parte, es un ejemplo de cómo mediante la autogestión se pueden lograr productos de gran calidad. El acierto de estas tres publicaciones se apoya en ambas circunstancias. Bienvenidas sean.

Adiós a los marjales de Corea. De Santiago Pereira. No perdemos la vida si entendemos que desapareció. De Diego de Ávila. La habitación del sesgo. De Alicia Preza. Montevideo, La Coqueta, 2022.