La memoria del exilio ha sido una constante en la literatura uruguaya desde fechas obvias. No obstante, no ha habido un solo camino para contar estas vivencias, que pueden hallarse más o menos ficcionalizadas, desde el forzoso realismo del testimonial, pasando por una infinita gama de grises, hasta obras que antes de lanzar el derrotero, crean un mundo. Cristina Peri Rossi, en La nave de los locos (publicada originalmente en 1984), elige este último camino.
El personaje principal se llama Equis y no es casualidad. Es el nombre de una incógnita o de una encrucijada. Equis vaga por mares, ciudades e islas sin rumbo fijo, con la memoria fragmentada y sabiéndose incapaz de volver atrás.
Pero este mapa que recorren los personajes no corresponde a lugares conocidos o determinables, aunque al comienzo del relato crucemos el paso de Gibraltar, puerta de entrada a la vieja Europa, o hacia el final aparezca Londres. Las ciudades podrían ser cualquier ciudad, los pueblos, cualquier pueblo, y los desplazamientos, cualquier viaje. Lo que se pone en juego es la tensión del individuo frente al espacio que habita, entendiendo el espacio no sólo en términos físicos. Aunque a veces también ciertas secuencias, ciertas evocaciones, aluden a la realidad de los exiliados políticos latinoamericanos (como la desaparición de Vercingetorix, compañero de viaje de Equis), estas son planteadas de una forma lo suficientemente elusiva y atemporal para que el texto siga manteniendo ese punto justo entre lo particular y lo universal.
Se trata de una novela llena de simbolismos e intertextualidades. A lo largo de la narración se intercalan fragmentos que describen una serie de tapices medievales alusivos a la Creación, que parte de la crítica (incluyendo la contratapa de esta edición) interpreta como un “contrapunto” con el “caos y desorden contemporáneos”. No obstante, puede interpretarse también como reafirmación, más que como contrapunto. Porque en ese caos también hay un orden. Tanto Equis como el resto de los personajes se encuentran insertos en la organización territorial del espacio, deben hacer lo que pueden en el lugar que transitan.
Los primeros capítulos transcurren en una embarcación. Las aguas, simbólicamente, alojan al caos primordial al mismo tiempo que son sustento de la creación. Equis será devuelto a la tierra con una nueva identidad, la del extranjero. En las ciudades conseguirá distintos trabajos, comprará libros y discos y deambulará estableciendo cada tanto alguna interacción con los lugareños, sintiéndose siempre ajeno. Más tarde arribará a una isla, cercana a un poblado llamado Pueblo de Dios, donde encontrará a una joven llamada Graciela y a Morris, una suerte de ermitaño que más tarde viajará a la metrópoli, que llama “el gran ombligo”. Estos personajes complejizarán la trama, agregando distintas líneas narrativas que confluyen en haberse encontrado en esa isla en la que, al decir de Graciela, todos son extranjeros. Particularmente poética es la aparición de Gordon, un hombre que pisó la Luna y que sigue atado a ese recuerdo, anhelando volver. A diferencia de Equis, que es extranjero por encontrarse fuera de su lugar de origen, Gordon se sentirá extranjero en la Tierra por no poder volver a un punto de llegada.
En los diálogos se encuentran profundas reflexiones sobre la condición humana, especialmente la condición del individuo errante: “Yo no nací extranjero. Es una condición que he adquirido con el tiempo y no por voluntad propia”, afirma Equis a una de sus interlocutoras casuales. La condición de extranjeros o exiliados de los personajes –además de los momentos de desplazamiento– conlleva diálogos francos y concienzudos que difícilmente pueden establecer con los habitantes de las ciudades, inmersos en rutinas cotidianas que impiden pensar demasiado.
El erotismo también es un componente de esta novela, como ocurre en casi toda la obra de Peri Rossi. Desde la obsesión de Equis con la actriz sesentista Julie Christie hasta la representación de una cinéfila escena lésbica en un cabaret, pasando por la cita de Equis con una dama entrada en años y en carnes o el enamoramiento de Morris con Percival, un niño de nueve años que conoce en la metrópoli, Peri Rossi establece una interrogación en torno al deseo que, lejos de resolverse en afirmaciones o certezas, se diluye en el misterio de por qué se desea a un ser y no a otro. En Peri Rossi el deseo es constitutivo del individuo, algo que lo define y lo mueve, y se convierte, en suma, en una medida de la libertad.
Tampoco la mirada feminista está ausente. Uno de los momentos en que los tapices medievales dialogan más estrechamente con la trama es cuando la creación de Eva, y las respuestas de un grupo de escolares a la pregunta de Graciela, que les pide que le hablen de Adán y Eva en el paraíso y se deja traslucir la misoginia internalizada desde la infancia. Misoginia que también encarnará el patrón de Equis en los últimos capítulos del libro, cuando Equis trabaja escoltando autobuses que transportan mujeres hacia clínicas abortivas en Londres.
En suma, no es simplemente una novela sobre el exilio. En ella se entremezclan conflictos humanos universales. Desde la soledad de cada ser frente a su destino hasta los vericuetos del amor y el deseo, desde los conflictos del individuo frente a sus semejantes hasta la interrogación sobre la existencia de un orden universal.
La nave de los locos es una de las obras más importantes de Peri Rossi y de la literatura hispanoamericana en general. Esta reedición de Hum permite revisitar un texto cuyas lecturas no parecen agotarse, en virtud de la complejidad y profundidad de la trama.
La nave de los locos. De Cristina Peri Rossi. Montevideo, Hum, 2022, 184 páginas.