Hay temas que parecen no agotarse nunca. La Segunda Guerra Mundial, así como su proceso previo, parece ser uno de ellos. Dentro de esta gran novela, uno de los capítulos más revisitados y a la vez inagotables es el Holocausto. Por un lado, es una de las tragedias colectivas más impresionantes que ha visto el siglo XX. Por otro, este episodio tocó especialmente a una cultura tan atenta por una parte a la escritura y por otra a los orígenes genealógicos como la judía.

Los relatos de autores de origen judío europeo que investigan sobre sus antecedentes familiares, llevándonos inequívocamente al Holocausto, del cual los ancestros son o bien víctimas o bien sobrevivientes, son por demás abundantes (en nuestro país tenemos como ejemplo Las cartas que no llegaron, de Mauricio Rosencof, además de muchos libros menos célebres centrados en la misma temática). Además, miles de instituciones y asociaciones alrededor del mundo se encargan de mantener la memoria del Holocausto, financiando investigaciones, libros, documentales... Por tanto, es inevitable, al encontrarse con Historia de los abuelos que no tuve, del historiador francés Iván Jablonka, preguntarse qué más se puede agregar a una historia tan revisitada y conocida, en la que las trayectorias individuales resultan tan parecidas en tanto la experiencia colectiva fue tan masificada.

La edición original en francés es diez años anterior a esta edición castellana. Los abuelos de Jablonka, Matés e Idesa, nacieron en un pequeño poblado polaco, Parczew (según el autor, se pronuncia parshéf). Matés era talabartero e Idesa costurera. En los años 30, fueron activos militantes comunistas, lo cual les valió persecución y prisión. Más tarde, emigraron hacia París, cercados por la persecución política y el creciente antisemitismo. En 1940, ante los avances alemanes sobre Francia, Matés se alistó en la Legión Extranjera y participó en la batalla de Soissons. Finalmente, durante la ocupación fueron deportados a Auschwitz.

No se trata de un libro fácil. No solamente por la temática, sino también por la cantidad de documentación y testimonios utilizados. La mirada de Jablonka no deja de ser la de un historiador, y cada aspecto de la historia está prolijamente avalado por una prueba. No obstante, eso permite que el relato carezca de efectismos emocionales, sin que por eso pierda su fuerza. Como él mismo dice, al comienzo del capítulo donde arrestan a sus abuelos en París: “Podría inventar ruidos de pasos en la escalera, golpes en la puerta, despertares sobresaltados. Pero quiero que mi relato sea indudable y esté fundado en pruebas, o en el peor de los casos, en hipótesis y deducciones. Y para cumplir con ese contrato moral, tengo que asumir la incertidumbre como parte de un relato pleno, entero y, a la vez, rechazar la facilidad de la imaginación, aunque esta llene el vacío de un modo maravilloso”.

Esta distancia es, a veces, más efectiva por la fuerza de los hechos. La fría estadística de cuántas personas fueron ejecutadas y cuántas admitidas en el campo en dos convoyes que llegan a Auschwitz un día cualquiera (justo el día que llegan los abuelos de Jablonka) resulta quizá más espeluznante que cualquier escena hollywoodense sobre el Holocausto.

A su vez, también se narran episodios poco explorados de esta historia. Por ejemplo, la forma en que el comunismo impactó en las comunidades judías del período de entreguerras, llevando a muchos jóvenes a rechazar las tradiciones judías en pos de la igualdad de la humanidad entera y entrando en tensión con las tendencias sionistas (“Cuando digo ‘judíos’ comprimo a mis abuelos bajo esa capa de seguridad identitaria que toda su vida quisieron quitarse de encima para abarcar lo universal”). Las especulaciones del autor sobre cómo habrán reaccionado sus abuelos a los sucesos políticos de aquella Europa dan cuenta de la complejidad de estos momentos, y también son una reflexión respecto de cómo se construye la identidad.

Por otra parte, Jablonka no sólo cuenta la historia de sus abuelos, sino también la historia de su investigación en búsqueda de familiares y allegados en los orígenes y en la diáspora, lo cual lo lleva a moverse entre Francia, Polonia, Estados Unidos, Argentina e Israel. Siempre conserva esa mirada aparentemente distante, de la cual apenas sale ocasionalmente para recordarnos que está hablando de algo que lo implica. Quizá estos momentos expliquen que, pese a que se trata de una investigación histórica, se incluya en la colección Panorama de Narrativas de Anagrama, puesto que la forma de implicarse del autor lo acerca al género testimonial. No obstante, insistimos, esta implicación se produce de una forma muy mesurada y sutil.

Hacia el final del libro se incorpora un apéndice en el que, además de algunas fotos familiares y los árboles genealógicos de ambos abuelos, se encuentra un glosario de términos en yidish, hebreo y arameo corrientes entre las comunidades judías y que el autor utiliza. También una nutrida sección de notas y un mapa de la batalla de Soissons.

Como ya dijimos, no se trata de un libro fácil. Para algunas personas, quizá el tema agote o esté agotado. Para quien se interese, las principales virtudes del libro son el rigor histórico, la narración equilibrada, ausente de excesos catárticos, y una visión de la identidad bastante más compleja de lo que podría suponerse.

Historia de los abuelos que no tuve. De Iván Jablonka. Anagrama, Barcelona, 2022, 424 páginas.