El 1936 Stefan Zweig visitó por primera vez Montevideo. Había sido invitado al congreso mundial de PEN Clubes de Buenos Aires. Casi 80 escritores de 50 países se reunieron bajo la presidencia de HG Wells, con el fascismo como inevitable punto de fricción. La guerra civil española fue tema dominante. El alemán Emil Ludwig dio un discurso ardiente contra el nazismo. A su lado, Zweig no hizo comentarios. Su país, Austria, todavía no había sido atacado por Hitler, aunque su comunidad –Zweig era judío– era ya víctima explícita de los ataques de los nazis.
En la primavera de 1940 Zweig visitó por segunda vez Montevideo. Dio una conferencia en el Radio City (“La unidad espiritual del mundo”) y visitó el museo Balzaciano de Santiago Gastaldi, en Villa Colón (Lezica 5731). Venía, esta vez también, de Buenos Aires, donde había leído su conferencia “Los misterios de la creación artística”.
En esa época vivía con su esposa Charlotte Altmann en Ossining, a una hora en tren de Manhattan, donde terminó Brasil, país del futuro y su libro autobiográfico El mundo del pasado. Este último es particularmente importante en la obra de Zweig, porque es donde, por primera vez, hace pública su condena al régimen de Hitler.
Durante el período nazi, Zweig ayudó con sus influencias y su dinero (era un rico heredero, y un superventas con ingresos cuantiosos por concepto de regalías) para sostener a perseguidos y conseguir visas y permisos de salida para muchísimas personas acosadas por el régimen. Por insistencia de Zweig, Eleanor Roosevelt tramitó y facilitó la huida de decenas de judíos. Sin embargo, Zweig nunca había publicado opiniones negativas sobre Hitler, que, sin embargo, expresaba en sus círculos cercanos.
En las décadas de 1920 y 1930 fue el escritor más célebre del mundo. Escribió cerca de 80 obras que incluyen poesía, teatro, ficción y ensayo. Sus tramas melodramáticas combinaban una prosa que heredaba cierta recarga de adjetivos floridos de la literatura de folletín de fines del siglo XIX, con descripciones de personajes verosímiles y situaciones realistas. Sus heroínas son, generalmente, fuertes, desafiantes del orden establecido, sexualmente activas y firmes en su voluntad de ejercer las nuevas libertades que prometía el siglo XX a las trabajadoras.
El domingo siguiente al desfile de 1942 del carnaval de Río de Janeiro, Stefan, con 60 años cumplidos en noviembre, tomó una sobredosis de barbitúricos en su casa de Petrópolis, donde vivía desde hacía algunos meses. Su esposa Lotte, 25 años menor, se suicidó algunas horas más tarde. Ambos fueron encontrados el lunes de tarde por sus empleados domésticos. Parecían dormir en su cama de matrimonio. Stefan, boca arriba, con el rostro vuelto hacia Lotte. Ella, de lado, frente a él, tomándole delicadamente una mano.
Para sus millones de admiradores en todo el mundo, esas muertes fueron desconcertantes. La explicación más común es que Zweig había perdido toda esperanza en que el mundo se salvara del nazismo. Por otra parte, su reticencia a criticar a Hitler hasta sus últimos días quizá le producía remordimientos que se sumaban al tormento de su desarraigo. Brasil, el país que lo había acogido y donde tenía miles de admiradores, no recibió bien el libro que le dedicó: la izquierda consideraba que, al contrario de lo que decía en el prólogo, el libro confirmaba prejuicios y tópicos de burgués europeo sobre América del Sur, y, peor, su elogio desmesurado justificaba la dictadura de Getúlio Vargas.
Después de su muerte se publicó su última novela, Novela de ajedrez (Schachnovelle), el segundo libro en el que habla explícitamente contra el nazismo. Zweig era un narrador con un gran dominio del oficio, y este último relato se beneficia del despojamiento de los excesos ornamentales de otras de sus obras. Es un buen texto para echar un primer vistazo, si no se ha leído ninguno de sus libros, a la obra de este autor tan prolífico.
Al final, tablas
En algunos autores la textura lingüística es esencial, y en otros importa más la idea, la trama o el carácter de los personajes. La obra de estos últimos se lleva bien con las trasposiciones al cine, y ese parece ser el caso de Zweig: cerca de 30 películas se basan en textos suyos. Dos películas se basan en su novela póstuma, y son muy distintas y distantes. Verlas, y leer el libro que les dio origen, echa luz no sólo sobre la obra de Zweig, sino, sobre todo, sobre cómo cambian los lectores en pocas generaciones.
Su Novela de ajedrez cuenta la historia del doctor B., un aristócrata, abogado vienés, administrador de bienes de la iglesia, que fue torturado durante meses por los nazis para sonsacarle información sobre las cuentas secretas del clero. El relato se cuenta en primera persona, y comienza por un lugar completamente ajeno a la historia del abogado: en un transatlántico que navega desde Europa rumbo a Buenos Aires viaja el campeón mundial de ajedrez, un individuo tosco y altanero, que es desafiado por un millonario escocés a jugar una partida. Cuando está a punto de perderla, aparece de pronto el doctor B., que le aconseja al escocés ciertas jugadas que le permiten terminar la partida en tablas. A partir de ese momento, el narrador le cede la palabra al doctor B., que cuenta su propia historia de detención y tortura psicológica.
El libro se publicó en 1942, poco después de la muerte de Zweig. En 1960 el alemán de origen austríaco Gerd Oswald filmó una adaptación (Schachnovelle, en español conocida como Juego de reyes y en inglés como Brainwashed) muy respetuosa de la trama original, pero sobre todo del tono psicológico delicado, de un crescendo medido, con el protagonismo de un notable Curd Jürgens. En el año del aniversario de la muerte de Zweig, 2022, se estrenó una nueva adaptación de la novela, a cargo del alemán Philipp Stölzl, con un desconcertante guion del letón Eldar Grigorian: Schachnovelle, también conocida como Chess Story y The Royal Game.
La trama pierde la sutileza del original de Zweig y convierte en una alegoría gritona el juego de ajedrez en un paralelismo toscamente explícito entre la situación del barco y la del encierro y tortura del doctor B. Stölzl tiene gran oficio como director de ópera y videos musicales, y también como director de escenas de acción, pero carece de la sensibilidad para el detalle que pide el asunto de Zweig, que Oswald había capturado 60 años antes.
La diferencia entre ambas películas es un dato más para entender por qué hoy resulta difícil leer a Zweig. En todo caso, si en esta época se hace lo de Wes Anderson con su El gran hotel Budapest (que se presenta como “basada en escritos de Stefan Zweig”), el lector tiene derecho a interpretar los textos como se le dé la gana, incluso si el texto no está de acuerdo.
Es cierto que el paso del tiempo tiende a hacer imposible entender qué quiso decir el autor cuando lo escribió, y el texto es algo que permanece, que está ahí, y el lector hace lo que puede, que normalmente es lo que quiere. Sin embargo, estamos aún cerca, tanto por el poco tiempo que ha pasado desde la muerte de Zweig (82 años) como por el estado del mundo, que no parece menos desquiciado que entonces.
Una biopic
Una película que no se basa en ninguno de sus libros, sino en lo que se sabe de su vida, es muy recomendable para intentar entender no sólo sus circunstancias, sino también las del mundo en los años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial: Stefan Zweig, adiós a Europa, (Vor der Morgenröte, 2016) de la alemana Maria Schrader.
La película se organiza en escenas que parecen arbitrariamente recortadas de la vida de Zweig en América: en el Jockey Club de Río de Janeiro en 1936; el mismo año en el congreso del PEN Club de Buenos Aires; en un campo de caña de azúcar en Bahía, en 1940; en el apartamento de su exesposa en Nueva York, en 1940; y en Petrópolis, los días previos y el siguiente al de su muerte. La película, con guion de Schrader y Jan Shomburg, tiene una puesta en escena elegante y austera, y unos diálogos precisos, sutiles, que convencen de la verdad del retrato de Zweig.
Y para quienes queden seducidos por la figura del escritor, hay 80 libros más y casi otras 30 películas por descubrir.