Yo sugeriría un poco más de respeto por la vida,
un poco menos de camisa de fuerza para el futuro,
un poco más de indulgencia con lo inesperado, y
un poco menos de ilusiones tomadas por realidades.
Albert Hirschman

El sociólogo Gino Germani, ante un estudiantado que sabía políticamente radicalizado, solía abrir sus cursos en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) así: “Sabemos tres cosas: que la historia es la historia de la lucha de clases, que la contradicción moderna es burguesía versus proletariado, y que la oposición mundial es entre el Norte explotador y el Sur explotado. Eso lo sabemos. En este curso vamos a explorar lo que no sabemos”.

Más allá de la boutade del militante antifascista, el territorio de lo desconocido es oceánico en términos empíricos, teóricos y operacionales. Carlos Filgueira lo exploró sin sesgos ni ataduras, lidiando con las resistencias de los objetos a estudio mediante “linternas empíricas” antes que con grandes focos teóricos. Los problemas en ciencia social son muchos; a veces el investigador dispone de marcos teóricos y conceptos, pero no puede hacer operativas esas abstracciones por ausencia de indicadores o por la presencia de observables ambiguos: cada tanto aparecen ovnis.

A diferencia de la economía, donde variable y valor numérico de la variable son contiguos (inflación, superávit fiscal, coeficiente de apertura), en sociología suele haber déficit de indicadores e índices por lo elusivo de ciertos objetos. Por ejemplo, hasta que Theodor Adorno publicó su libro La personalidad autoritaria nadie había acometido la complejidad de medir un concepto de ese umbral de abstracción. Otras veces domina la ambivalencia. Por ejemplo, hacia 1950 las altas tasas de divorcio eran indicios de emancipación de la mujer respecto de la familia patriarcal en Occidente, a la vez que indicaban una completa sumisión de la mujer a las decisiones familiares en los países orientales, incluido Japón. Operacionalizar significa “nombrar con sentido”, y en este caso los indicadores designaban sentidos contrapuestos, imposibilitando la comparación internacional.

En otras oportunidades el sociólogo construye un indicador que no está conceptualizado ni mucho menos enmarcado en un cuerpo teórico. Ocurrió, por ejemplo, con la pobreza en América Latina durante algún tiempo, donde había una fórmula de cálculo (canasta básica multiplicada por coeficiente de Orshansky) desconectada de un concepto y de un marco teórico. También podrá surgir evidencia empírica que no encaje en ninguno de los paradigmas interpretativos, y que incluso los contradiga a todos: una excepción a la teoría o un cisne negro. En este caso no habrá conceptos a operacionalizar sino observables a conceptualizar: el investigador, inhibido de recurrir a la literatura disponible, deberá construir un rompecabezas conceptual, con piezas nuevas y piezas clásicas bajo funciones distintas.

Algunas veces la sociología, ante los escollos de la realidad, opta consciente o inconscientemente por aplicar la literatura a mano, ajustando el hallazgo al cuerpo teórico, o descartando la evidencia encontrada como anomalía. En decir, activando el sesgo de confirmación, encorsetando la realidad a la teoría en vez de reformular la teoría a la luz del hallazgo.

En otras ocasiones, el investigador no sabe distinguir entre teorías adecuadas para analizar las continuidades de largo plazo y teorías más aptas para captar coyunturas que condensan cambios.

Ninguna de estas cosas podrá señalarse a los trabajos de Filgueira.

La realidad enseña

Su sociología exploró sin prejuicio, con la vista, el oído y el método, terrenos inexplorados; mantuvo la pauta de adentrarse en lo desconocido con aplomo y sintonía. Mostró que esa realidad opaca enseña y que hay que captarla con los lentes y la graduación adecuada, sin violentarla, dándole nombre una vez que los fenómenos devienen persistencia cristalizada o estructura.

Así fue que ante el fin de la familia de aportante único, el crecimiento acelerado de los divorcios, el aumento de los hogares monoparentales, las uniones consensuales, los hijos nacidos fuera del matrimonio, el embarazo adolescente y la deserción de los varones de sus obligaciones familiares, Filgueira dio denominación al fenómeno: “Hay algo que quedaba elíptico, sin nombrar, [entonces] el título del trabajo Sobre revoluciones ocultas trata de nombrar eso, trata de hacer notar que están ocurriendo cosas muy impactantes, de hondos efectos para los protagonistas, que no están siendo reconocidas como tales por nadie”, decía en una entrevista que le realicé –a él y a su colega Mariana Paredes– para la revista Tres en 2001.

A la manera del maestro artesano, con pasión compleja, Filgueira fue examinando los contornos y superando los desafíos de la realidad sin torturar el dato, sin pretender hacerlo confesar según la corriente teórica en boga. En lugar de eso, detuvo el tiempo y recomenzó cada vez la hechura de un rompecabezas conceptual para dar cuenta de extrañezas empíricas que, vistas en conjunto, adquirían una inesperada consistencia.

Preguntas fuera de la caja

Filgueira se formuló preguntas “fuera de la caja”, aunque desde el conocimiento de la caja. Por ejemplo, quiso dar respuesta a las razones por las cuales Uruguay, que compartió a principios de siglo un sitio similar al de Australia, Canadá y Nueva Zelanda como colonia de poblamiento y exportador de materias primas, le tocó vivir un destino divergente. ¿Por qué el país quedó situado en el grupo de países subdesarrollados en la estratificación mundial mientras que los otros tres se convirtieron en socios minoritarios de los centros desarrollados?

Respondió este tipo de preguntas de “grandes estructuras, procesos amplios y comparaciones enormes” de manera compleja, adentrándose en factores internacionales –en el caso, los convenios de Ottawa, que excluyeron del comercio a Uruguay mientras mantuvieron el intercambio con los miembros del Commonwealth– y nacionales –modernización conservadora-latifundista en Uruguay versus modernización progresista, con reforma agraria e innovación en pasturas, en los países angloparlantes– en el artículo “La formación de las ‘naciones nuevas’ y sus trayectorias divergentes: algunas pautas comparativas”, publicado en 1997 en Cuadernos del Claeh.

Paradojas

Los clásicos de la sociología se han planteado, además de grandes preguntas, paradojas a desentrañar. Tocqueville postuló que mientras la igualdad crece es razonable esperar más y no menos conflictividad social, porque el conjunto de expectativas se dispara y, satisfecha una necesidad, los movimientos bregan por la satisfacción de otras. Filgueira, fiel a esa tradición, establece en 1981 que mientras en el Cono Sur aumenta el consumo de bienes duraderos importados, por otro lado, crece la desigualdad y decrece la cobertura de las necesidades básicas en las clases bajas. Allí debate con la nueva ortodoxia económica, uno de cuyos postulados es la escasez de bienes, cuando en realidad, señala Filgueira, son los arreglos sociopolíticos los que convierten a esos bienes en escasos. Son los nuevos modelos económicos los que producen mayor escasez entre los pobres y mayor desigualdad en la sociedad, dice en “Acerca del consumo en los nuevos modelos latinoamericanos”, publicado por la Revista de Cepal.

Aparte de este tipo de paradojas y preguntas que, desde el enunciado, disponen a extender la escala, mirar al mundo y conceptualizar las interrelaciones entre sus partes, hay por lo menos otros cuatro aspectos relevantes del legado de Filgueira: estrenar un nuevo modo de producción académica, impulsar una sociología dirigida al conocimiento, modelar una sociología abierta al mundo, y producir una teoría de alcance medio para conceptualizar, analizar y medir el déficit social. Esto último no lo elaboró en solitario, sino en equipo, a impulso de Fernando Filgueira, y con los desarrollos conceptuales de Fernando y Ruben Kaztman.

Investigación y ensayo

Filgueira estrenó un nuevo modo de producción académico en ciencia social ligado a conocer ese animal que tenemos enfrente –también adentro– que nos condiciona a pesar de nuestra voluntad. Antes de él, dominaba un modelo ensayístico, idiosincrático, centrado en Uruguay, sin horizonte teórico, sin precaución metodológica y sin margen a la comparación; sin perspectiva de ciencia. A partir de Filgueira, la forma de producir estuvo orientada más a la investigación que al ensayo (aunque sin excluirlo), con vocación teórica, cuidado metodológico y temple comparativo: conocer es comparar.

No sólo inauguró esta forma, sino que los equipos que formó y condujo fueron adoptando esta manera, novedosa en buena parte de la región hacia los años 1970 y aun después. Filgueira recordaba, a la vez, el aporte metodológico de otros tres sociólogos de su generación, Suzana Prates, Héctor Apezechea y Alfredo Errandonea (h), y sugería dos cosas: mantener a raya la cosificación del método porque este es un acto lógico para ampliar las maneras de hacer ciencia, no para restringirlas, y vincular el método a problemas sustantivos de investigación. Dos antídotos al ritualismo.

En ciencia social hay al menos tres tradiciones metodológicas: la tradición no experimental, dirigida a la construcción de conceptos, variables, dimensiones, indicadores e índices; la tradición experimental y cuasi experimental, cuyo desarrollo ha sido importante en el ámbito educativo (para probar la eficacia de nuevos planes) y laboral (para comprobar efectos de diversos modelos de gestión); y la tradición del caso. Como exponente de la primera, no se mostró afín a modelos estilizados dirigidos a aislar la “variable explicativa”, sino que introdujo la complejidad: estudió una configuración de variables y las relaciones entre ellas. En cuanto a los estudios comparativos, el caso siempre importó, no fue un lugar numérico de una serie.

Así como hay varias metodologías, la sociología también se cuenta por muchas. Para aquilatar de qué tipo de sociología se habla cuando se habla de Carlos Filgueira, transfiero la palabra a Raymond Boudon.

“La diversidad de la sociología puede ser capturada con la ayuda de cuatro tipos ideales. El primero es la sociología informativa o ‘de consultoría’: aquella que produce datos y análisis orientados hacia la toma de decisiones. El segundo es la sociología crítica-comprometida, que identifica los defectos de la sociedad y propone remedios para los mismos [...]. También se utiliza para legitimar acciones y movimientos sociales. El tercero es la sociología que intenta despertar emociones describiendo los fenómenos sociales de una manera vívida [...], una sociología de tipo estético o expresivo [...] que expresa de un modo original y efectivo sentimientos que muchas personas experimentan en su vida social cotidiana, como el sentimiento de ser manipuladas por fuerzas anónimas […]. Un cuarto tipo, el cognitivo, tiene por objetivo la explicación de fenómenos sociales enigmáticos, intrigantes u opacos [...] sobre la base de hipótesis [insertas] en una buena teoría científica, definible como aquella que explica un fenómeno dado como la consecuencia de una serie de proposiciones compatibles entre sí y aceptables cada una de ellas, ya sea porque son congruentes con la observación o por otros muchos tipos de razones”.

Sociología cognitiva

Aunque no fue el único, Filgueira dio vida a una disciplina dirigida a entender lo que hasta ese momento era ininteligible. En su artículo “La sociología que realmente importa” (2004), Boudon destaca la sociología cognitiva por adentrarse en comprender con una teoría adecuada fenómenos hasta ahora inexplicados. Escribe que los estudios bajo el referido modelo “ofrecen explicaciones convincentes de fenómenos opacos que tienen que ver con la delincuencia, la movilidad social y la estratificación, la educación, el cambio social, las organizaciones, la acción colectiva, las normas y los valores, los movimientos sociales, los procesos de innovación y difusión, las creencias colectivas, la opinión pública, las instituciones, etcétera. Cuando los tomamos en conjunto, estos estudios no sólo producen, a todas luces, conocimiento acumulativo, sino que en muchos casos han cambiado profundamente el modo en que percibimos tales fenómenos”. Carlos Filgueira encarnó este tipo de sociología. Además, resulta sorprendente que haya abarcado, él solo, el catálogo completo que enumera Boudon más otros temas incluidos en el “etcétera”, como pobreza, democratización, familia, consumos ostentosos, adolescencia, sistema político, políticas públicas.

Podrá agregarse que de los cuatro tipos ideales que esboza Boudon, la única sociología que no se piensa con relación a algo externo a ella misma es la “cognitiva”, y así la concebía Filgueira. La “sociología informativa”, por ejemplo, proporciona datos útiles a empresarios, partidos y decisores públicos, colmando diversas expectativas: obtener dinero a los primeros, ganar elecciones a los segundos, y elaborar políticas públicas a los últimos. Todas las consultoras actúan igual, a demanda de parte.

Por razones diferentes, también la “sociología crítica” asume un compromiso con un afuera, sean movimientos, partidos o liderazgos carismáticos. La razón populista de Ernesto Laclau (2004), por ejemplo, tuvo por objetivo servir como sustento teórico y guion político de regímenes conducidos por un “papa laico”; hacia el final del libro el autor reconoce que su tarea es más política que intelectual (“político-intelectual” remata en la página 310).

La “sociología expresiva”, más difícil de categorizar en el eje autonomía-exterioridad, se encuentra sin embargo unida a una palabra recostada en la literatura y el hecho estético. Por eso acaso conmueva y parezca revelar un zeitgeist, impactando en el torrente emocional. Sería poco discutible la belleza del lenguaje en algunas obras de Michel Foucault o en La sociedad de las esquinas de William F Whyte, sobre un barrio marginal en las afueras de Boston.

En contraste, la sociología cognitiva es la única que no se debe a algo exterior a sí misma, y lo pone de manifiesto con un lenguaje emotivamente neutro. Aunque esta sociología pueda conducir al cambio político y al compromiso con reformas sociales, su objetivo es comprender realidades complejas y poco transparentes.

Sociología abierta

La sociología moderna tuvo algunas dimensiones clave (investigación, método, comparación) a las que Filgueira dio forma, de manera paralela a Aldo Solari y Juan Pablo Terra. Sin embargo, en el Uruguay de los años 1970 nadie como Filgueira fue tan decisivo en acercar la sociología del mundo, no a la manera de un saber enciclopédico –como la “sociología de las cátedras”–, sino como apoyo teórico para orientar la investigación empírica. En su amplio repertorio, exploró, discutió y aplicó tanto a Gino Germani como a Peter Heintz, al estructural funcionalista Robert Merton y al neomarxismo de Barrington Moore. Además, incluyó a economistas como Simon Kuznets y Ragnar Nurske para pensar el desarrollo.

En la tarea de cimentar una disciplina social con carácter de ciencia, los países necesitan de un Simon Schwartzman en Brasil, un Manuel Mora y Araujo en Argentina, un Carlos Filgueira de este lado del río. La gran mayoría de países latinoamericanos carecieron, en los años 1960, de esta clase de exponentes científicos. Algunos tuvieron penetrantes pensadores sociopolíticos de alto impacto regional, como el peruano Aníbal Quijano, centrado en lo que llamó “colonialidad del poder”, que destaca el énfasis crítico de su enfoque. El caso de Enzo Faletto en Chile, célebre por desarrollar junto con Fernando Henrique Cardoso la mejor versión teórica de la teoría de la dependencia en las Américas, pertenece también a esta tradición. El pensamiento de estos últimos es, en general, una tarea crítica; la ciencia de los primeros es, más bien, un acto de humildad (“la penosa reconstrucción de lo obvio”, como definía Filgueira la sociología). Sobra decir que todos ellos estuvieron unidos por vínculos personales, sentido generacional, resistencia contra la dictadura, y los mismos valores de libertad, igualdad y justicia social.

El paradigma AVEO

Filgueira, además, contribuyó a elaborar una teoría de alcance medio. Hacia el fin del siglo pasado, Fernando y Carlos Filgueira, junto con Ruben Kaztman, dieron densidad teórica y aplicada al concepto de vulnerabilidad, ligado al paradigma Activos, Vulnerabilidad y Estructura de Oportunidades (AVEO), en el marco del Instituto de Estudios de la Pobreza y Exclusión Social (IPES) de la Universidad Católica.

En la línea de la Cepal, la vulnerabilidad era una situación de precariedad que predisponía a la pobreza ante un momento crítico. El paradigma AVEO sitúa la vulnerabilidad en el eje vertical: esta deja de definirse a partir de atributos específicos de una determinada clase social para pasar a definir situaciones y comportamientos que atraviesan las diferentes clases. De esa manera, podría estudiarse configuraciones de vulnerabilidad tanto en hogares pobres como en hogares no pobres a partir de consideraciones a la familia –monoparentales, jefatura femenina–, al tipo de ocupación, al vecindario, etcétera. La vulnerabilidad queda vinculada, así, con los procesos de movilidad social, en general descendentes, verificados en América Latina tras el asedio de mercado del nuevo modelo económico. En ese contexto, el paradigma enfatiza el estudio de la vulnerabilidad a la pobreza y exclusión social.

El paradigma articula en su cuerpo varias ciencias sociales. Entre estos logros, anoto seis. Primero, el paradigma sociologiza la demografía, al conectar el estudio de la familia con la estructura de oportunidades de los hogares, es decir, con el conjunto de instituciones que brindan recursos para sobrellevar la vida: el mercado laboral, el Estado, la familia y el barrio. Al estructuralizar la demografía, también demografiza la estructura social al incluir en el análisis la llamada “ventana de oportunidades demográfica”, “el bono demográfico”, la “segunda transición demográfica”, el “ciclo vital”, todos conceptos provenientes de los estudios poblacionales.

Segundo, sociologiza la economía al extender los estudios que colocan el acento en el ingreso y el consumo al amplio campo de los “activos”, desde aquellos que asumen formas líquidas (cuentas bancarias) hasta los que asumen formas abstractas: capital humano y capital social.

Tercero, abre la caja negra de la familia al poner al descubierto las estrategias del hogar y de sus miembros. En otras palabras, si en la estructura de oportunidades el énfasis es puesto en la estructura social, en este caso el énfasis se coloca en la acción social o agencia. Invita a realizar una indagación etnográfica y antropológica, que necesitaría de una “descripción densa”, a lo Clifford Geertz, para abrir ese lugar inexplorado de las estrategias familiares e individuales.

Cuarto, los autores de AVEO compaginan la forma familiar de movilizar los recursos con las fuentes de producción de estos recursos. O sea, articulan a un nivel de la teoría de alcance medio lo que la gran teoría viene intentando hacer: el poder del actor y el poder del condicionamiento de la estructura social. En AVEO la agencia está representada por la manera peculiar en que cada uno de los hogares moviliza sus recursos. Por su parte, la estructura social está representada por el conjunto de instituciones productoras de recursos para la vida en sociedad: familia, mercados y Estado. El nexo elegido para conectar agencia y estructura social es la “capacidad para movilizar recursos o aprovecharse de la estructura de oportunidades”.

Quinto, el paradigma AVEO pone foco en la vulnerabilidad ante la pobreza y la exclusión social. La forma de concebir la vulnerabilidad brinda cuerpo conceptual y entorno paradigmático a un término que antes existía menos como concepto que como indicador. Y si tener un concepto desprovisto de indicador transforma a aquel en inoperante, lo inverso convierte al indicador en vacío. Teorizar el indicador y hacer operativo el concepto son dos caras de una misma labor en ciencia.

Sexto: el concepto de estructura de oportunidades es el lado luminoso de la estructura de riesgo social, que es su contraluz.

Quién es quién

Hijo de una directora de escuela pública y un trabajador independiente, Filgueira concurrió a la enseñanza oficial en los años 1940. En la década siguiente hizo la carrera de Arquitectura, lideró una agrupación de izquierda tercerista, fue secretario general del Centro de Estudiantes de Arquitectura de la FEUU, impulsó la Ley Orgánica de la universidad de 1958, que consagrara la autonomía y el cogobierno, y formó parte de la primera generación de consejeros por el orden estudiantil. A último momento, abandonó la arquitectura para dedicarse a la sociología, que no existía como carrera.

A principios de los años 1960, obtuvo una beca de maestría en Flacso, con sede en Santiago de Chile, dirigida por el sociólogo suizo Peter Heintz, de fuerte impacto en Filgueira: “Integró dos continentes (Europa y Estados Unidos) y dos tradiciones teóricas (orden y conflicto) para explicar el subdesarrollo latinoamericano”. Egresado del posgrado en 1963, trabajó en tres países durante esa década. En Chile, en el Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social (del sistema de Naciones Unidas), centro líder en el área de desarrollo. Después en Uruguay, en la universidad, junto con Aldo Solari, que luego desarrollara una fértil carrera en la Cepal. Por último, en Brasil, en la Universidad Federal de Minas Gerais, donde fundó el área de metodología social junto con su esposa Suzana Prates, socióloga brasileña, feminista y militante de un influyente partido trotskista, la Organización Revolucionaria Marxista-Política Operaria, crítica del reformismo comunista.

Udelar, Ciesu, cárcel y exilio

De vuelta a Uruguay en 1969, obtuvo la efectividad en concursos abiertos con tribunal internacional, convirtiéndose en el primer director del Instituto de Ciencias Sociales (ICS), en la órbita de la Facultad de Derecho y de la de Ciencias Sociales de la Udelar. Una vez intervenida por la dictadura, Filgueira fue expulsado de la universidad y el ICS clausurado hasta 1985. Dos años después del golpe, fundó el Centro de Informaciones y Estudios Sociales (Ciesu), con financiamiento mixto del exterior. Accedía a esos fondos mediante criterios de excelencia técnica, combinado con subsidios por varios años para proyectos de construcción institucional provenientes de la cooperación sueca y de la Fundación Ford.

Filgueira integró a sus colegas impedidos de trabajar en la universidad a las tareas de investigación y dirección del Ciesu. Luego también formaría a la segunda generación de sociólogos entre cuyos integrantes se cuentan Olga Beltrand, Eduardo de León, Carmen Midaglia (actual decana de la Facultad de Ciencias Sociales), Constanza Moreira y Jorge Papadópulos, entre otros. Gracias a esta formación de grado, prosiguieron sus estudios en el extranjero, ya en los años 80.

Tras el golpe, Filgueira y Prates, que dieron cabida en su hogar al comité de base frenteamplista de Carrasco, fueron requeridos sucesivas veces por “averiguaciones”, hasta que en 1979 quedaron detenidos durante un mes en Cárcel Central y Cárcel de Mujeres, respectivamente. Allí, Filgueira aprendió a jugar ajedrez con un estafador, hobby que luego enseñó a sus tres hijos, Carlos, Fernando y Rodrigo. Al año siguiente, la pareja optó por exiliarse en Gran Bretaña durante dos años. De vuelta al país en 1982, fue restituido por la democracia a su cargo de director en 1985.

Durante el regreso democrático siguió investigando y dando clases de metodología en la Facultad de Ciencias Sociales y sociología en la Facultad de Ciencias Económicas. Filgueira fue crítico de la democracia como operativo de restauración tanto como de un sistema político cuyo alto grado de negociación se hace a expensas del inmovilismo. Este análisis ya lo había formulado antes del golpe militar, señalando que durante el decenio de 1960 el sistema político evidenciaba crudos signos de ineficacia. Entre sus indicadores contaba la baja racionalidad de la toma de decisiones, la escalada de la “política de parches” (que posterga la solución de los problemas), el cortoplacismo de la agenda política y la aprobación de leyes sin base fiscal.

Por percibir que la reforma educativa de su colega Germán Rama había dejado atrás los parches del período 1995-2000, impulsando una acción integral de cambio (educación inicial, tiempo completo, estudios por áreas en secundaria, bachilleratos tecnológicos y centros regionales de profesores), Filgueira resolvió asumir tareas en la División de Investigación, Evaluación y Estadística del Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Educación Pública.

Vivió hasta agosto de 2005. Murió trabajando, en su casa. Si uno vuelve la vista atrás, Filgueira ocupa el lugar que ocupan los clásicos: ese autor que se tiene como modelo por la calidad de la obra. Y porque, como dice Italo Calvino, cada obra encierra un universo.