El primer Galeano se hizo conocer a través de sus dibujos en el semanario El Sol bajo el seudónimo de Gius, en alusión a Hughes, su apellido paterno. Había llegado allí y al Partido Socialista siendo apenas un adolescente de 14 años, a partir de la militancia estudiantil y de la mano de su amigo Guillermo Chifflet. Será junto a Chifflet también que participará en el programa Frente a frente, en Teledoce, en el amanecer de la televisión uruguaya. Si bien su primer referente es el ya veterano Emilio Frugoni, será la prédica del historiador Vivian Trías, su renovadora visión antiimperialista en el marco de la dependencia de América Latina y su influencia marxista-leninista, la que más se ajustará a la independencia de espíritu del joven.
Con esa impronta dirigirá por algún tiempo el diario Época. En este último, al igual que luego en Marcha, la abundante información internacional, especialmente del Tercer Mundo, que se correspondía eficazmente a los sucesos de una América Latina que comenzaba a despertar tras la Revolución cubana, le será decisiva para su formación.
A comienzos de 1960, con apenas 19 años de edad, cuando ingrese como jefe de redacción en el prestigioso semanario Marcha, pasará a firmar sus artículos como Eduardo H Galeano, conservando sólo la inicial de su primer apellido. Será su segunda identidad. Seguirá haciéndolo de ese modo hasta dos años después. Entonces, junto a él se halla su primer maestro en la labor periodística, el director del semanario, Carlos Quijano.
Su primer artículo se conocerá, sin embargo, recién en julio del año siguiente bajo la forma de una crónica detallada del conflicto en la empresa tabacalera Mailhos. Por su extensión, “Diez meses de huelga” se dividirá en dos partes, publicadas el 14 y el 21 de julio de 1961, y la segunda mitad se ubicará en la contratapa del periódico, un sitial privilegiado donde desde entonces aparecerá la mayor parte de sus notas.
Inquieto, hiperactivo, Eduardo H Galeano escribe de todo: pormenores de conflictos sindicales, entrevistas a representantes de la cultura nacional o a personalidades extranjeras de paso por Uruguay, la llegada de Ernesto Che Guevara, la problemática de jubilados y desocupados, la industria en crisis, la política exterior regional (Brasil, Argentina, Bolivia), la revolución argelina, la polémica Pekín-Moscú, el fracaso de la Alianza para el Progreso. Entrevistará a la casi mítica figura de Arturo Despouey, o a Onetti y a Espínola en una misma nota, rematándola con un supuesto, probablemente imaginario, diálogo entre ambos. Puede llegar indirectamente hasta el Che, reproduciendo con sesgo burlón las preguntas de sus colegas de la prensa nacional e internacional y las agudas respuestas del revolucionario argentino-cubano, indagar los pormenores del asesinato del profesor Arbelio Ramírez en los alrededores de la universidad o detallar la primera marcha de los cañeros de Itacumbú a Montevideo. Es un novato, pero en sus artículos ya despunta la solidez del oficio. Detrás de los titulares a veces rimbombantes (“Los asesinos están del otro lado de la trinchera”, por ejemplo), su prosa, abundante en pausas, se lee sin esfuerzo, tempranamente matizada con toques irónicos y/o humorísticos.
Distinto es lo que sucede con su destreza como dibujante, que asoma apenas en estos primeros años en Marcha, sin adquirir mayor relieve, casi desapercibida al lado de las viñetas de Julio E Suárez, Peloduro. Paralelamente, lo asedian ambiciones literarias y aún está lejos de suponer que periodismo y literatura pueden formar parte de un mismo menú, que pueden existir caminos para imbricarlos o fusionarlos en uno solo por más insólitos que resulten. Es el tiempo de su primer libro, Los días siguientes.
Curiosamente. El Galeano adulto, reconocido y consagrado no volverá casi nunca sobre lo que escribe aquel joven. La mayoría de estos artículos nunca merecieron integrar alguna de las numerosas antologías que publicará décadas después y que recogen sus trabajos desde 1963 en adelante. Precisamente. El 29 de marzo de ese año, en el número 1.150 de Marcha, por primera vez firmará como Eduardo Galeano, su identidad definitiva. El artículo en cuestión se tituló “Un hombre acorralado. El símbolo uruguayo del mal”, una visión crítica al estigma que persiguió a la vida del Cacho, un famoso delincuente de la época. En la siguiente nota, “Júbilo y miedo tras la cordillera. ¿Será Allende el próximo presidente de Chile?”, ya tenemos al Galeano viajero, una dimensión clave de su personalidad, un costado que resignificará su escritura y su visión del mundo. Acompaña a Salvador Allende en su campaña electoral y llega hasta el extremo sur de Chile; ese mismo año viaja a China, donde realizará decenas de reportajes, luego a Checoslovaquia y la URSS. En 1964, luego de un interminable laberinto de escalas, llega a Cuba para entrevistar otra vez al Che y luego viaja a Guatemala, donde se internará en la selva para entrevistar al comandante guerrillero César Montes. Luego Bolivia, Brasil y Venezuela.
A diez años de su fallecimiento, al revisar una vez más su legado, no podemos ya ignorar estos primeros artículos y dibujos que constituyeron mojones de su formación, pruebas semanales de su dedicación, de sus ganas de hacer y de un impulso que lo llevaría muy lejos, hasta la segura posteridad. Eduardo H Galeano significa más que un punto de partida, un esbozo, ya casi nítido, del gran escritor y periodista que llegará inmediatamente después.