Que sea falsa toda verdad en la que no haya al menos una carcajada. Friedrich Nietzsche

Un tono

“Un tono para cantar/ Un tono para hablar/ Un tono para vivir/.../ un tono para ser”. Así empieza “Un tono”, de Caetano Veloso. Es el tono, más que las palabras, lo que llega y lo que queda. Y si el tono nos libera de atavismos, es el tono indicado para hablar, vivir, estar o ser. Guillermo Vázquez Franco daba con un tono singular, de contraeducador lúdico. Alguien como él no sólo te transforma, sobre todo te confirma en sostener tu primera persona, más allá de la segunda piel social. Una forma de respetarte, y de respetar.

No iba con lo puesto, pero tampoco preparaba meticulosamente las clases para volcarlas luego desde la cátedra. No fue “un hombre dedicado en cuerpo y alma a la enseñanza, alguien que encontraba el sentido de su vida en la alegre iluminación de los demás”, como describe Benjamín Labatut al físico Paul Ehrenfest en su novela Maniac. Fue un docente de otro tipo: alguien que movió la estantería, que instaló la duda en medio de las certezas, la conversación en lugar del monólogo. Al transformar la clase en espacio de debate. Al escuchar sin interrupción exposiciones en las antípodas de su pensamiento, oponiendo réplicas y disfrutando las dúplicas a su réplica. Al asestar observaciones del estilo “Morquio, al norte Canning, al sur la calle Ponsonby, el Obelisco a los Constituyentes en el medio y luego la avenida 18 de Julio, fecha de la jura de la primera Constitución, confirmatoria de la Convención Preliminar de Paz: el nomenclátor de la ciudad no se equivoca”. Al criticar la literatura que hablaba de “militarismo” en el siglo XIX: “Latorre no formó parte de ningún militarismo porque no existía ejército, academia ni caja militar”. Al defender, categórico, la libertad de cátedra: un compañero le comunica que estaba funcionando una inspección de carácter optativo en el IPA, sin fines de evaluación, a cuya cabeza habían designado a un destacado investigador y docente, también restituido por la democracia, que compartía igual principio de libertad de cátedra. “A mí no me inspecciona ni Braudel”, disparó Vázquez.

El último punk

Alguien que no repite el estribillo, que se corre del lugar en el que otros querrían congelarlo, que no pensó por sistemas ni formó el propio y que se constituyó en máquina de disolver auras no es parecido a nadie. Si hubiera que vincularlo con un gesto político, podría ser con alguno del inicial MLN, movimiento con el que se identificó “por su sentido del humor, porque le quitaba almidón a la política solemne”; por razones análogas también se sentía próximo al Jorge Batlle de la restauración democrática. Buscaba instintivamente el humor, estuviera en aquellos tupamaros, en Keynes, Churchill o El Cuarteto de Nos, a quien felicitó por su noventero “El día que Artigas se emborrachó”.

Sería difícil y hasta forzado acercarlo a algún movimiento cultural, pero si tuviera que decir uno, digo el punk. Sin las ropas diseñadas por Malcolm McLaren ni remeras con la inscripción “odio”, Vázquez, como el punk, cortó con la dulzura, dijo “no” donde muchos decían “sí”, y disparó “pensar es pensar en contra, lo otro es obedecer”. El último punk.

Nacional popular

Nadie surge de la nada. Tampoco él, cuyas influencias entroncan con la corriente nacional popular, crítica del batllismo y cuestionadora del Uruguay como unidad de destino: la publicación Nuevas bases fue una de sus fuentes, y Cuadernos de Marcha, una plataforma. Corrían los años 60, tiempo de “orientales” inscriptos en la Patria Grande, moneda corriente entre partidos, movimientos e intelectualidad de izquierda. Con peculiaridades personales, en esa corriente se inscribió en sus orígenes.

El tiempo

Uruguay, 1985. Hay que viajar al regreso democrático, a la resurgente militancia estudiantil, al microclima del IPA, al octanaje del profesorado de Historia. En aquel grupo había avidez por absorber teoría, sobre todo marxista, barrida por la dictadura. En esas ganas había una pertinencia: no hay ciencia sin teoría. Claro que no había entre nosotros, no podía haber, ni experiencia acumulada ni discernimiento para intuir que en la teoría hay usos y abusos: lleva tiempo aquilatar dónde la apertura al conocimiento y dónde el muro epistémico. Vázquez no subestimó la función teórica –por ejemplo, aplicó intensivamente las herramientas marxistas en Economía y sociedad en el latifundio colonial–, aunque fue ajeno a su sobredosis y contrario a las “temibles unanimidades”. Sin oponer contramilitancia, al revés, dejando hacer y decir a sus alumnos, muchas veces soltando la carcajada por ocurrencias ajenas y propias.

Alguien en clase le preguntó si era liberal, y contestó: “Me lo llevo de tarea porque hay liberales y liberales”; fue una respuesta elegante de quien adscribiera al revisionismo histórico platense, legatario de Scalabrini Ortiz y Jorge Abelardo Ramos, y enemigo del liberalismo. Otro día, consultado sobre el peronismo: “Perón ganó en elecciones primero con los hombres, después con las mujeres y por último con los jóvenes, pero eso es una parte”: puerta abierta para explorar. Una compañera, otro día, que por qué no era marxista: “En principio, porque no leo alemán”, potenciando el humor de una pregunta por sí misma divertida. ¿En qué otro lugar da clases, profesor? “En la Escuela de Servicio Social, allí tienen una loable vocación de carmelitas descalzas”, una definición que también aventaba a sus alumnas universitarias que, como es obvio, resistían. También fue interrogado por su posible condición anarquista: “Hay que estar muy organizado, que no es mi caso”.

Si bien Vázquez no hablaba de su fuero privado, también hubo preguntas sobre su esposa (“una maravilla de mujer con un único defecto: es sensata”), por su única hija mujer (“un canto a la vida”), por su club deportivo (Nacional) e incluso por su machismo (“¿le parece que soy machista?”).

A ningún otro docente preguntábamos por su posición ideológica, sus otros empleos, sus asuntos privados o rasgos personales. Además, estos intercambios tenían lugar en el curso de Americana I, centrado en las culturas precolombinas, lo que brinda una medida del clima de su clase, del poder gravitacional de su persona, y de la porosidad de un profesor de 60 años a las demandas de estudiantes 40 años menores. Otras veces el eje del programa se desviaba a iniciativa del profesor: “¿Saben por qué el Che Guevara fue a pelear a Bolivia?”. Silencio. “Porque Cuba había quedado chica para dos líderes vivos”. Su anticlericalismo también asomaba, criticando al laureado Juan XXIII. Preguntado si no había sido el mejor de sus pares por conectar iglesia y mundo moderno, dijo: “Fue el peor, dio sangre nueva a la única monarquía absoluta de origen divino”.

Guillermo Vázquez Franco (archivo, noviembre de 2007).

Guillermo Vázquez Franco (archivo, noviembre de 2007).

Foto: Javier Calvelo

El profesor

Exactamente 40 años atrás, Vázquez volvía a las aulas tras ser destituido por la dictadura. Se presentó ante nosotros, estudiantes de primer año de Historia del IPA, y una compañera le preguntó por qué había sido destituido; contestó que “era una costumbre de la época”. Repreguntado, agregó: “Habré firmado algo que no era para firmar”, y surgieron más risas. Ante la insistencia, remató: “Con presión baja se firma cualquier cosa”, y desató la hilaridad. Se mudó de ese lugar y de todos los lugares a los que pudiéramos pegar con etiquetas.

“En esta clase usted puede tener razón, usted acá puede tener razón, usted allá en el fondo también… y en esta clase hasta yo puedo tener razón”. Un lugar didáctico desde el humor. Un sitio de verdades parciales y precarias. Un gesto docente que se sumó a otros. En alguna clase, ni la primera ni la décima, habló de los exámenes de fin de curso: “Entren al oral en patota, es un derecho de ustedes y una garantía contra nosotros”. Refirió que en la tradición de la enseñanza terciaria los orales eran públicos porque constituían, además, una oportunidad para aprender del conocimiento de otros y de asistir al debate académico entre generaciones: “Sólo la dictadura eliminó la publicidad, aisló de todas las maneras que pudo, pero ahora eso quedó atrás… si es que ustedes se encargan de dejarlo atrás”.

En otra oportunidad, a propósito de la causalidad en la historia, habló de algunos “misterios” irreductibles a determinación de ningún tipo. Un compañero le dijo “usted nos quiere convencer” y Vázquez salió al cruce: “No soy catequista y usted no es grey”: “convencer es la peor forma de vencer porque es vencer con el consentimiento ajeno”, agregó.

Fue docente y también bibliotecario ocasional. Dado que los libros escaseaban, que generalmente no se encontraban en librerías y que algunas bibliotecas públicas no prestaban a domicilio, sus alumnos nos turnábamos en el apartamento de 18 y Gaboto. Allí nos recibía después de terminar su jornada como profesor y corredor de seguros (se jubiló como corredor de seguros a los 94 años), anotaba en su libreta los nombres de los “usuarios” y nos despachaba diciendo “desconfíen de la letra impresa, no sólo de mí”.

El niño y el adolescente

“Fui buen alumno en primer año. En el segundo, durante la Semana de Turismo, muere mi padre, y me fui convirtiendo en uno de los peores alumnos, al extremo de que, cuando en sexto vino la directora a decirnos con qué nota pasábamos en las tres materias curriculares, empezó a enumerar uno a uno. Cuando llegó a mí, dijo: ‘Vázquez: lecciones orales, muy bueno; aritmética, deficiente; gramática, deficiente’. Y preguntó quién es Vázquez. Me levanté, me miró, y dirigiéndose a la maestra dijo: ‘Por este no se preocupe, que no tiene compostura’. Después le dije a la maestra Ángela que no iba a ir al liceo, pero que me gustaría dar examen de ingreso. Me miró y me dijo: ‘Usted no está preparado, tendría que repetir el año’. Así que a mi madre ni siquiera se lo planteé, pero a ella se le ocurrió que tenía que aprender a escribir a máquina en una academia”.

Vázquez también relató otro recuerdo de la misma directora. “A raíz de una travesura que hice en quinto año, la directora me dijo: ‘Si lo volvés a hacer, mando llamar a tu madre y te hago echar de la escuela con el lomo caliente’. Así que de la escuela no guardo un buen recuerdo”.

“La academia de mecanografía quedaba en Uruguay esquina Cuareim. Tomé por Uruguay y subí por Paraguay. Pasando por un edificio vi que unos funcionarios escribían a máquina con dos dedos. Y pensé, si estos con dos dedos están empleados, yo, que escribo con las dos manos, con más razón. Busqué la puerta de entrada por Colonia, leo Ministerio de Hacienda, y al primero de guardapolvo le pregunto ‘¿a quién hay que dirigirse para pedir empleo?’. El hombre, a pesar de mi pantalón corto, me dijo: ‘Por ese ascensor, al tercer piso, con el ministro’. Ahí me atiende un portero negro, le dije que venía a ver al ministro para pedirle empleo. El negro se sonrió, y en vez de decirme ‘andá a jugar al trompo’, me hizo entrar en una habitación –con ese acto decidió mi vida– y ahí un hombre con una sonrisa muy cordial me preguntó qué necesitaba, le expliqué y me dijo ‘hoy el ministro no recibe, tendrías que venir mañana’. En esas vueltas, que hoy, que la semana próxima, estuve alrededor de un mes, hasta que me dijeron ‘vení mañana a las seis y media que el ministro te va a atender’. Le dije a mi madre, me dijo ‘ponete pantalones largos’, y 18.30 en punto estuve en el lugar… y el ministro me atendió. Le expliqué la situación, me dijo que iba a trabajar allí en horario de oficina de 13.30 a 18.30, y cuánto ganaría con cargo a la caja chica. Era el ministro interino de Hacienda, Raúl Previtali, director de la Contaduría General de la Nación, quien fue propiamente un servidor del Estado. Me dio el empleo con una condición: ‘Que siguiera mis estudios en el liceo nocturno y que fuera una persona de bien’”. Ingresó tres días antes de cumplir los 13 años.

El método

En su obra y en su didáctica, tal como destacaba Marc Bloch, Vázquez fue consecuente con un método: el sostén en documentos. “Por documento histórico es necesario entender toda obra humana: monumento, útil, fuente escrita, inscripción, obra de arte, sello, moneda, vestimenta, objeto de mobiliario, paisaje que constituya a la vez un elemento auténtico y concreto de un pasado determinado y un medio eficaz de comprenderlo”, escribió Bloch. Vázquez se basó en las monedas del siglo XIX y las letras de tango del siglo XX para dictar sendos cursos de Historia en secundaria.

Guillermo Vázquez Franco (archivo, noviembre de 2007).

Guillermo Vázquez Franco (archivo, noviembre de 2007).

Foto: Javier Calvelo

Cuando en Economía y sociedad en el latifundio colonial concluye que era una economía de la abundancia –no de la escasez–, un capitalismo precomercial por ausencia de usura y sistemas de trabajo a domicilio, y una sociedad sin división de trabajo estable, ni clases consolidadas, ni división social de la violencia, lo basa en una variedad de fuentes éditas. Cuando en Tierra y derecho en la rebelión oriental postula que se trata ante todo de un instrumento político de estabilización, orientado a crear una base social de la rebelión en curso, se centra en el Reglamento Provisorio de Tierras de 1815. Cuando en La Historia y sus mitos sostiene que la construcción de Artigas como mito fundacional fue una obra estrenada en los años 80 del siglo XIX a partir de una sinergia entre ensayistas (Ramírez, Maeso y Fregeiro), artistas (Zorrilla de San Martín, Blanes) y educadores (Jacobo Varela), igualmente lo asienta en fuentes. También Traición a la patria, centrado en otro documento: la Convención Preliminar de Paz.

En Berra, la historia prohibida, el autor se basa en el oficio del ministro de gobierno Carlos de Castro que instruye al inspector de primaria prohibir la difusión del libro de Francisco Berra. Escribió Berra: “No estuvo en la mente de ese caudillo [Artigas] el pensamiento de separar completamente la Banda Oriental de la comunidad argentina, sino que, al contrario, supone toda su conducta la intención de mantener la unidad”. Según Vázquez, fue por esto, por contradecir la tesis del “uruguayismo de Artigas” en curso, que la dictadura de Santos prohibió su consulta en primaria y confiscó la edición, tras una polémica entre Ramírez y Berra. A partir de ese momento, sostiene, Berra no sólo fue excluido de los programas oficiales de Historia en la enseñanza, sino que nunca fue referido en discursos oficiales ni publicado ni reeditado ni incluido en ninguna colección o compilación especializada en historia nacional.

El último libro

Traición a la patria fue su último libro, con dos ediciones y tres postulados fuertes. Primero, Uruguay nació a partir de la Convención Preliminar de Paz, que consistió en una decisión unipersonal del emperador de Brasil Pedro I, quien declara por sí y ante sí la separación de la Provincia Oriental del resto de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El segundo es que la independencia de la Provincia Oriental no fue precedida por una voluntad autonomista por parte de las dirigencias hasta por lo menos 1828, postura antes sostenida por Carlos Real de Azúa. El tercero dice que la aceptación por parte de la dirigencia provincial de la Convención Preliminar de Paz fue un acto de “traición a la patria”, cuando el mismo Vázquez nos había mostrado que para que haya patria primero debía haber un Estado constructor de esa patria.

Maldito

Vázquez Franco fue un historiador maldito. No porque no se le publicara. Tampoco porque se le hubiera negado reconocimiento académico ni porque hubiera ejercido su profesión como outsider. Trabajó en liceos públicos, IPA, Udelar y UCU, publicó una decena de libros e infinidad de artículos en diversas publicaciones de prestigio, obtuvo primeros premios en concursos oficiales en la categoría ensayo histórico, fue reconocido por la universidad en vida, entrevistado por medios de prensa, y diversos medios electrónicos le dieron cabida en sus programas centrales.

Fue maldito, en cambio, porque ingresó al debate temas que hasta ese momento constituían un tabú, entendido como “aquello ante lo cual se guarda silencio por temor, por pudor”, a diferencia de la prohibición, que es explícita, según dice el historiador Marc Ferro. Fue maldito porque nunca perdió, o no quiso perder, del todo la condición de “marginado” con relación a los “establecidos”, en la acepción de Norbert Elias. Fue maldito por condición física, por necesidad básica: porque no podía dejar de contradecir.

También fue maldito porque otros se encargaron de que lo fuera, apelando a dispositivos de exclusión, finalmente frustrados. Cuando en el año 2000 se conmemoró el 150° aniversario de la muerte de Artigas, se pudo leer en página editorial de un matutino, el lunes 9 de octubre: “La conmemoración del sesquicentenario de la muerte de Artigas ha ocasionado, además de los esperados y justos homenajes oficiales a su memoria, algunos hechos y reacciones menos previsibles. Así, algunas personas con conocimientos históricos –no cabe llamarlos historiadores– dispusieron hasta del Canal Oficial para difundir la errónea tesis del Artigas mito nacional”. Más adelante el escriba refiere de forma expresa al historiador Guillermo Vázquez Franco, quien, por cuyo pensamiento, sería “el más antiartiguista de los uruguayos”. Al editorialista le parece inconcebible que alguien discrepante con el tronco hegemónico de la historiografía haya tenido acceso al canal oficial –el de todos– para difundir su punto de vista. Una posición violatoria de un derecho elemental: el de la libre expresión del pensamiento, consagrado en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en el artículo 29 de la Constitución.

Tesis maldita

Fue el primero de los historiadores modernos en postular la mitificación del máximo prócer nacional, cosa que en la actualidad parece de sentido común. En realidad, todo Occidente se constituyó en fábrica de naciones y mitos fundacionales en la segunda parte del siglo XIX; Uruguay no fue la excepción. La virtud de Vázquez estribó en captarlo antes de haber leído una vasta bibliografía extranjera, desde Eric Hobsbawm a Ernest Gellner.

Su tesis la resumió en un aforismo: “Sin la Convención, Artigas es impensable”. Según Vázquez, el mito Artigas está vinculado al origen artificial del Estado uruguayo, creado por disposición unilateral del Imperio del Brasil en el marco de la Convención Preliminar de Paz. El vacío histórico de nuestros orígenes había que revestirlo con una hipérbole, sostuvo. La construcción de ese mito, que data de la década de 1880, estuvo a cargo de un grupo de intelectuales (Carlos María Ramírez, Justo Maeso, Clemente Fregeiro), que transformó a Artigas en un demoliberal precursor de la nación uruguaya. La misión de edificar “un ser magnánimo, impoluto, inmaculado, inmarcesible, perfecto a partir de un hombre con todas las debilidades de su condición humana, de su cultura cimarrona y de su época bárbara demandó asimismo el esfuerzo literario de todo el siglo XX”. Así, “Eduardo Acevedo, Miranda, Zorrilla de San Martín y sucesores, con la colaboración de docentes, periodistas, artistas y, sobre todo, con el apoyo del Estado a través de todos sus gobiernos –legítimos o no–, lograron fabricar un mito tan abarcativo, tan totalizador, que hoy se identifica con el país mismo”, escribe en “La Historia prohibida” (El Día, 21 de setiembre de 2000).

La generación de 1880 crea un Artigas mítico “padre de la nación”, situado por debajo del programa federal que impulsó el Artigas real. Generalmente, la leyenda que se imprime embellece la historia, o la inventa. En Uruguay pasó al revés: se imprimió la leyenda del “Artigas nacional” y se archivó el Artigas unionista con el resto de las Provincias Unidas, que fue el histórico. El “mito Artigas” devalúa, paradójicamente, a Artigas.

Leer al otro

Hay quienes leen al otro para confirmarse; distinto esfuerzo requiere comprender al que escribe. Dentro de la historiografía, dos nombres de rigor son los de Fernando López D’Alesandro e Yvette Trochon. Fuera de la Historia, el sociólogo Fernando Filgueira destaca por sus estándares de comprensión, independencia y originalidad: interpretó el “mito Artigas” formulado por Vázquez a la luz de la sociología histórica. Enunciado hace 25 años, poco referido por la academia a pesar de su difusión durante el 2000 por un canal estatal, constituye un aporte único.

Guillermo Vázquez Franco (archivo, noviembre de 2007).

Guillermo Vázquez Franco (archivo, noviembre de 2007).

Foto: Javier Calvelo

Filgueira, en el ciclo sobre Artigas organizado por TV Ciudad en el año 2000, analizó el mito artiguista a partir de La formación de los Estados nacionales en Europa, de Stein Rokkan. Explicó que el sociólogo noruego señala cuatro fases. La primera es militar: tras derrotar a los enemigos externos, se definen los límites del territorio nacional. La segunda, cultural: un núcleo de cuadros estatales impulsa la edificación de un nosotros, un sentido de pertenencia, una comunión entre vivos y muertos, un cemento, una unidad de sentido. La tercera es institucional, momento donde se levanta una arquitectura democrática para el goce de derechos. La cuarta es social, y en ella el Estado se hace cargo de producir bienes públicos y redistribuir riqueza, dando sustento material a la nómina de derechos. Comentó Filgueira:

Si uno analiza el ‘mito Artigas’, basado muchas veces en hechos reales y acciones concretas de Artigas y del movimiento por él acaudillado, encontramos que él parece condensar las cuatro virtudes necesarias para la construcción de estas cuatro fases. Aprendemos en los centros educativos que Artigas es un genio militar [...], que derrotó al invasor o que construyó un movimiento independentista capaz de derrotarlo; esa es la primera fase, de índole militar. La segunda fase consiste en la constitución de un sentimiento identitario nacional. En esta ubicamos al llamado Éxodo, arquitecto de un sentimiento nacional. Igualmente, se nos muestra la capacidad de un líder para erigirse por encima de divisiones y movilizar, en contextos de derrota, al pueblo en su conjunto, cosa que sabemos que no fue estrictamente así ni enteramente consensual. La tercera fase corresponde a las Instrucciones del año XIII donde efectivamente se consagra la República, algo inédito en el subcontinente. En la versión oficial, Artigas aparece como un demócrata liberal, condición por lo menos dudosa en un contexto de violencia revolucionaria. Si hay algo que aprendemos todos es 'mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana', aunque sabemos que esa frase no fue expresada frente a todos los hombres mayores de 18 años con derecho a voto. La cuarta etapa, de tipo social y redistributiva, es la revolución agraria a través del Reglamento, que reparte tierras según la máxima 'los más infelices serán los más privilegiados'. Sin embargo, sabemos que esta fue limitada en el tiempo y en alcances.

El sociólogo concluye: “Para la versión oficial, Artigas es el líder indiscutido de las cuatro etapas de la construcción estatal y eso sabemos que no es posible [...] En Europa esta construcción tardó 400 años y aquí se lo endosamos a una sola persona en el lapso de nueve años de actuación”. Por otro lado, también destaca que Artigas no constituye un héroe “inventado” porque, a diferencia de otros próceres, existen documentos escritos, como las Instrucciones o el Reglamento Provisorio, a partir de los cuales es posible hacer la idealización historiográfica de fines del siglo XIX y parte del siglo XX, sin caer en el engaño.

Función del mito

En ese ciclo, en el que también Vázquez participó junto con otros cientistas sociales y periodistas, algunos ponentes repararon en las funciones del mito fundacional. “Son espejos donde pretendemos reflejarnos [...] Si construimos un Artigas democrático es porque nos queremos ver como país democrático, si construimos un Artigas social es porque nos queremos ver como país solidario”. ¿Le ha hecho daño al Uruguay esa construcción mítica? “En general, el mito Artigas contribuyó en porcentaje indefinible a afirmar la tolerancia frente al distinto y la intolerancia ante la desigualdad”, expresó Filgueira. 

Otros historiadores repararon en los efectos que el mito Artigas tuvo de cara a los partidos. Al igual que la institución escolar, el relato sobre Artigas se construyó a contrapelo de las pasiones inmediatas y las confrontaciones entre partidos. La historiadora Yvette Trochon explicó que el “mito Artigas” brinda sostén simbólico estatal a un país fracturado por efecto de la guerra civil entre blancos y colorados. “Artigas es anterior al conflicto. Lejos de afectar negativamente a los partidos, tuvo por efecto legitimar las pasiones partidarias, situándolas en un segundo orden de conflicto”. En otras palabras, mientras Artigas es la “patria”, los partidos son las “patrias subjetivas”. No existe entre los caudillos menores y Artigas un juego de suma cero sino niveles distintos de representación. Lo interesante, dicho sea de paso, es que la expresión “mito Artigas” comenzó a ser moneda circulante a partir de La historia y sus mitos.

“Usted es un batllista”

Hay personas que son, además, personajes. En estos casos la máscara no se viste para ser otro, sino para ser uno mismo. Así fue para Vázquez. Un día, circa 1986, coincidió con un compañero en la Biblioteca Nacional, de noche. Le cuenta que Cuadernos de Marcha le encargó un artículo sobre los militares bajo el primer batllismo. “¿Y cómo le está yendo?”, pregunta; “bien, vine acá y recopilé un lote de datos, tengo todo, pero no tengo hipótesis”. Entonces no tiene todo, le dice el compañero. “¡No tengo naaaada!” replica Vázquez, con esas inflexiones que nuestro compañero imitaba con eficacia.

En mi caso fui a buscar ocasionalmente libros en 1985, aunque empecé a frecuentar su casa desde que dejé de ser alumno en 1986, hábito que se extendió hasta el año pasado: la conversación con él era propiamente eso: “versar con el otro”. En 2017 Vázquez me dijo, así, de la nada: “Perdone que le diga, usted es un batllista”. “Usted también”, contesté: la guardia debía estar alta. Nos reímos, como tantas veces.

No hubo adiós en esta amistad que tanto agradezco; simplemente se fue meses después de haber reído, juntado a sus hijos, nietos y bisnietos, de quienes hablaba con orgullo, compartido anécdotas con sus amigos, y bailado un tango con su novia en ocasión de su cumpleaños número 100, el 19 de julio de 2024. Para él, esta vida es la única danza. Supo hacer de la danza un hecho estético. Muchas gracias, Vázquez, mi querido amigo.