“¿Ves esos tajos en el cerro, esos caminos de balasto?”, pregunta Paula Di Bello con el dedo índice apuntando al Cerro de las Ánimas, que da el nombre a la sierra y que, hasta la década del 60’, era considerado el punto más alto del territorio con 501 metros. En orden de altura lo siguen el Tupambaé con 470 metros, el Lagunitas con 460, el Betete con 451 y el Aguiar con 450.
Desde la ruta 60, detrás de los alambrados de los predios, se ve un horizonte ondulado y verde en el que contrastan surcos rosados de caminos que llevan a los llamados “domos geodésicos”, unas construcciones semiesféricas que se construyeron en el Cerro de las Ánimas. Se trata de un “hotel ecológico” llamado Piedra de las Ánimas, según la descripción que aparece en la web de la empresa de bienes raíces Vyve, que, además, vende fraccionamientos de cinco hectáreas en la falda del cerro por 87.000 dólares.
Actualmente, la presión inmobiliaria es la principal “amenaza” a la que está expuesto el patrimonio ambiental, paisajístico y cultural de la sierra, pero no la única, indicaron Di Bello y Bettina Amorín, ambas integrantes de Sierra de las Ánimas Unión de Vecinos y Amigos para su Conservación.
Amorín aclara que la idea del grupo no es “demonizar” este caso puntual, sino encontrar figuras de protección que eviten que este tipo de iniciativas se repliquen en el resto de los cerros, que en total ocupan 14.000 hectáreas. La mayor parte de este territorio es de dominio privado, salvo un predio en la cumbre de los cerros del norte, que pertenece al Ministerio de Defensa Nacional, pero que es utilizado como parque de maniobras exclusivamente por el Ejército, contó Di Bello.
Entre los terrenos privados del Cerro de las Ánimas se esconden los Pozos Azules, piscinas naturales cuya belleza atraía romerías y acampantes que accedían con relativa libertad. En la actualidad la Estancia Turística Pozos Azules posee un camino “único y exclusivo” que lleva a esas aguas y es necesario el permiso de sus dueños para poder pasar.
“Nos parece importante que la gente pueda acceder a estos paisajes porque son movilizadores y eso lleva a querer conservar la naturaleza, pero también conocemos lugares que son visitados en exceso y que se están degradando”, observó Di Bello.
Además del alto valor medioambiental que posee la sierra, principalmente el Cerro Tupambaé tiene una gran importancia arqueológica, ya que contiene unos 200 restos líticos de los pueblos originarios. En los puntos más altos del cerro se observan estructuras de piedra en forma de anillos o de tumbas, que en 1831 fueron dadas a conocer por José Figueira y en 1833 fueron documentadas por Charles Darwin, que las bautizó con el nombre de “cairns”, durante su recorrido por estas tierras, según señaló la arquitecta Di Bello en su tesis de especialización en Proyecto de Paisaje de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República.
De estos 200 hallazgos hay que restar 20 que fueron destruidos con maquinaria pesada, en 2014, cuando se colocó una antena para medir los vientos. Como consecuencia del colonialismo y del genocidio del pueblo charrúa las funciones que cumplían los cairns continúan siendo un enigma La hipótesis de que son tumbas no pudo comprobarse ya que no se encontraron restos óseos que la demuestren. Sí se cree, según varias investigaciones, que los cairns representan expresiones simbólicas y espirituales que los charrúas utilizaban durante los rituales funerarios.
“Por las mayores alturas y por la cercanía con el mar, el clima tiene aquí el diferencial del viento (...) También en la sierra las horas de asoleamiento son distintas. En las laderas altas cercanas a las cumbres amanece más tarde o el sol se pone más temprano, según el lado en que uno se ubique. El disco rojo del sol no se ve directamente, sino su luz reflejada en otros cerros (...) Por las noches, la lejanía de las luces nocturnas y lo diáfano de su aire, hacen del lugar un punto excelente para la observación de estrellas”. Así describe Di Bello el sitio en su tesis. Quizás estas peculiaridades alimentaron las leyendas de espíritus y luces malas que dotaron a la Sierra de las Ánimas de un aura misteriosa.
Por un área protegida
Sierra de las Ánimas Unión de Vecinos y Amigos para su Conservación está integrada por 20 personas y se creó el 1º de mayo de 2013 para defender la tierra de los peligros que implicaba el fraccionamiento de los terrenos que contienen los Pozos Azules -algo que no se pudo evitar- y el anuncio de la instalación de un parque eólico con 23 molinos -que finalmente no se concretó-, por parte de la empresa Río Mirador SA.
En 2013, la agrupación comenzó a evaluar las opciones de preservación que existen y llegó a que la mayor figura de conservación es la que ofrece el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). “En las idas y vueltas que tuvimos con el SNAP entendimos que el proceso es lento. Por lo general, las áreas pasan mucho tiempo para poder ingresar”, recordó Amorín.
El SNAP se creó en 2005 y, desde entonces, solo el 1% de las áreas terrestres de Uruguay fueron declaradas cómo áreas protegidas, a pesar de que el país firmó el Convenio sobre la Diversidad Biológica de la Organización de las Naciones Unidas, que tiene entre sus metas la conservación de al menos 17% de las zonas terrestres y del 10% de las zonas marinas y costeras. Así, Uruguay se ubica en el lugar más bajo del ranking de América del Sur.
En los intercambios con los directivos del SNAP, los integrantes fueron advertidos de que, para lograr el objetivo, necesitaban contar con el “acompañamiento de la gente”. Sabían desde el comienzo que el camino era escabroso y por eso se apoyaron en los estudios antropológicos y de biodiversidad que demuestran el valor de esas tierras, así como en una campaña de sensibilización que tuvo como resultado la adhesión de 13 organizaciones de la sociedad civil y la recolección de 2.700 firmas. Entre los aliados, también hay investigadores del CURE Maldonado y guardaparques y técnicos de conservación del Polo Educativo Tecnológico (PET) Arrayanes. Finalmente, en 2019, la agrupación presentó la propuesta de ingreso al SNAP y continúan a la espera de su aprobación.
En febrero de 2020 se presentó un avance del Plan Local de Ordenamiento Territorial (PLOT) y Desarrollo Sostenible de la Cuenca de Laguna del Sauce. La cuenca se extiende entre la Sierra de las Ánimas y la Sierra de la Ballena y abastece de agua potable a la mayoría de los hogares de Maldonado. El avance fue encomendado por la Intendencia Departamental de Maldonado (IDM) y aprobado por el gobierno nacional, en el marco del Plan de Acción para la Protección de la Calidad Ambiental y la Disponibilidad como Fuente de Agua Potable de la Cuenca de la Laguna del Sauce.
El PLOT propone medidas cautelares, sin embargo, la aprobación de esta ordenanza departamental, al igual que la declaración de área protegida, implican procesos demasiado largos, si se los compara con los tiempos que requieren las construcciones de casas y la apertura de caminos. “Tenemos claro que esta zona es digna de ser conservada y para eso se está gestando un PLOT que lleva muchos años, pero mientras la intervención sigue siendo fuerte. A la hora de que el PLOT se apruebe, quizás la situación que tengamos ya diste mucho de la que había cuando comenzó. Es urgente contar con medidas cautelares y eso depende de la voluntad política de la Junta Departamental de Maldonado (JDM) y de la IDM para amortiguar los procesos de transformación”, considera Amorín.
La edila frenteamplista Melissa Sturla, que integra la Comisión de Ambiente de la JDM, dijo a la diaria que el documento se encuentra en estudio desde el 8 de octubre, cuando se celebró la última reunión de la comisión. Sturla valoró favorablemente la medida que introduce el PLOT de autorizar chacras de un mínimo de 25 hectáreas de extensión, en lugar de cinco, porque así se evita el fraccionamiento y la creciente urbanización de la zona.
“Hay voluntad de querer dar un paso más, pero es una lucha entre sectores que tienen visiones muy diferentes de lo que quieren para esa zona. Nos encontramos en medio de ese conflicto. Saben que los tiempos apremian”, afirmó y agregó que no se sabe cuánto tiempo pueden llevar los plazos. Por otra parte, indicó que hay varios ediles a la espera de que se les autorice el permiso para acceder a las reuniones de la Comisión de la Cuenca de Laguna del Sauce, “que son esporádicas, pero que aportan mucho a la comprensión para que este plan salga lo antes posible”, contó.
La Sierra de las Ánimas se encuadra en lo que se define como corredor biológico, es decir, una conexión natural entre zonas con un gran valor de biodiversidad, explica la guardaparques. Si bien es una sola “unidad paisajística”, está sujeta a una “división político-administrativa que es herencia de las líneas divisorias de aguas”, agrega. La cara oeste es jurisdicción del Municipio de Solís Grande y la cara este del Municipio de Pan de Azúcar.
Descolonizar el pensamiento
“El amor por la Sierra de las Ánimas”, dice Amorín sin dudar ante la pregunta de por qué decidió hacer la Tecnicatura en Gestión y Conservación de áreas naturales. La necesidad de contar con herramientas teóricas y prácticas para defender el sitio la llevaron a inscribirse en el PET Arrayanes. Su padre es de Pan de Azúcar y siempre sintió una fuerte conexión con la sierra, algo que la llevó a comprometerse con su preservación.
“Yo siento que el lugar me encontró a mí. Hay algo que va más allá”, dice Di Bello, por su parte. Descubrió la sierra en su juventud cuando veraneaba con su grupo de amigos y hace 12 años decidieron comprar un terreno para comenzar un proyecto en común.
“No llenamos el campo de alambrado, los que tenemos son para el manejo de los animales, pero compartimos todo. Eso hace que el hábitat se fragmente mucho menos y sea más amable para poder asentarse acá”, cuenta. Los cinco amigos decidieron no traer perros para no espantar a la fauna autóctona, cortan el pasto con chirquera en las épocas en las que las aves no están anidando y, al no tener ganado, permiten que semillen otras variedades de pasto, que son banquete del guazuvirá que los visita permanentemente. Todas las intervenciones quedan registradas en una bitácora. Además, reservaron un espacio para la ONG Reserva de Vida Silvestre, que lo utiliza como refugio.
“Mucha gente tiene imaginarios de otros campos, como el caso típico de la Toscana, y entonces planta cipreses, árboles de otoño. El fresno es invasor (y una especie exótica), como lo es la zarzamora. Le cambian el carácter y es la identidad del lugar lo que nos llega más. Vemos esa presión en el territorio por la venta de las chacras, que con el tema de la pandemia se puso muy de moda”, señala Di Bello.
A medida que avanzan por el terreno Amorín y Di Bello se prometen semillas, hablan de las nuevas técnicas de los cazadores, atraviesan alambrados, se doblan para pasar por debajo de las ramas. Al pasar, la arquitecta arranca de raíz las flores amarillas que encuentra y las deja desperdigadas. La especie se llama Senecio madagascariensis y es invasora. Al final del recorrido, llegan a la zanja de la Cuchilla Alta. Amorín se sienta en una piedra y Di Bello bebe del agua pura que baja de las alturas.
Entonces Di Bello dice que la división entre las personas y la naturaleza es una característica de la cultura occidental y que se trata de una cosmovisión “utilitarista”. “Siempre estamos viendo en términos de cómo se genera algún tipo de rédito”, suma Amorín en consonancia. Esta percepción del mundo se refleja, incluso, en el lenguaje, cuando preferimos hablar de “recursos naturales” o “bienes naturales”, en lugar de “naturaleza”, ejemplifica. O cuando se habla de “servicios ecosistémicos”, agrega la arquitecta.
Sentada en la roca, la guardaparques expresa en voz alta que hay que buscar “descolonizarnos” y dejar de creer “que todo es mugre que hay que limpiar, que lo lindo es el fresno y el ciprés porque lo compramos en el vivero”. “Esto”, dice mirando alrededor, “es parte de nuestra identidad territorial”.