“Voy a tratar de ir en la misma dirección en la que estamos, lo más rápido posible. ¿Está bien?”. Era marzo de 2019 y así respondía Mauricio Macri a Mario Vargas Llosa sobre qué rumbo tomaría en un eventual segundo mandato. El entonces presidente argentino no pudo cumplir su promesa porque resultó derrotado por Alberto Fernández en los comicios que se llevaron a cabo en octubre de ese mismo año.

La respuesta de Macri al escritor peruano, tentados ambos por agradar al auditorio de la Fundación Libertad –un think tank ultraliberal con sede en Rosario–, fue interpretada como un intento por redoblar la apuesta en un contexto electoral crítico. Jugado a todo o nada, Macri volvía a ser Macri, el contratista del Estado y presidente de Boca Juniors que predicaba en los 80 y 90 un liberalismo económico a ultranza, sin inhibiciones.

Tres años más tarde, la noción de que un programa de gobierno “serio” implica “ir a fondo” se extendió a toda la derecha argentina en la antesala de la elección presidencial de 2023. Desde el “moderado” jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta hasta halcones del PRO como Patricia Bullrich, liberales clásicos como Ricardo López Murphy y extremistas de derecha como Javier Milei –la estrella del momento– coinciden en que llegó el momento de la verdad. Carlos Menem describió la técnica en los tempranos 90: cirugía mayor sin anestesia.

Varios factores confluyeron para esta oferta sobrecargada de promesas de drásticos recortes presupuestarios, cierres o privatizaciones de empresas estatales, rebaja de jubilaciones y vía libre a la mano dura policial.

Por un lado, la ilusión renacida con el peronismo de centroizquierda para superar el traumático final de Macri parece haber quedado liquidada entre las consecuencias económicas de la pandemia y la guerra de Ucrania, la fallida conducción política de Alberto Fernández y la erosión cotidiana del gobierno emprendida por la vicepresidenta y mentora del frente oficialista, Cristina Fernández de Kirchner. Los encuestadores coinciden en anticipar un mal escenario electoral para el peronismo. El crecimiento de 10% del producto interno bruto en 2021 (recuperó toda la caída de la pandemia), un probable 5% este año y signo positivo también el próximo parecen insuficientes para cambiar el ánimo social. Sería la primera vez en 15 años que la economía argentina hilaría tres años consecutivos de alza; allí radica la tenue esperanza de reelección de Alberto Fernández.

Al agobio que generan la inflación y la interna del peronismo se suma la resiliencia de Macri. Aquella convicción expresada ante Vargas Llosa en 2019 demostró la calidad de “animal político” del fundador del PRO. Su plan económico se había derrumbado, la deuda externa se levantaba como un muro imposible de sortear, la inflación tocaba un récord en tres décadas, pero Macri supo leer que había una corriente que reclamaba más mercado y “meritocracia” individualista, y menos “choriplaneros” alimentados por “70 años de populismo”. Eran tiempos de prepandemia y surfeaban la ola Donald Trump y Jair Bolsonaro, muy distintos pero no tan distintos de Macri. Con su legado a cuestas, el presidente liberal perdió ante Alberto Fernández en 2019, pero aun así tuvo 40% de los votos.

Los moderados de Juntos por el Cambio –Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y algunos radicales– ensayaron un distanciamiento de quien fuera su mentor. Duró poco. Entre la vigencia de Macri, la prédica abrumadora de los medios de comunicación y la violencia discursiva de Milei, todos se acomodaron a un cauce que se corrió a la derecha.

Hoy Vidal tuitea en mayúsculas sin un atisbo de autocrítica sobre su experiencia en la provincia de Buenos Aires, mientras Larreta anuncia, en una charla ante empresarios, que su gobierno no tendrá 100 días para definir un rumbo, sino 100 horas. Habla de reformas laborales y previsionales, y de privatizaciones, pero no brinda detalles. La meta es reducir el déficit fiscal a cero, un objetivo al que, curiosamente, el ministro de Economía, Martín Guzmán, se acerca bastante, lo que se transformó en fuente de discordia con el cristinismo.

Una pauta de por dónde vendría la mano con Rodríguez Larreta es que su entorno cita como ejemplo la ley de urgente consideración de Luis Lacalle Pou. El camino es de alto riesgo ante una sociedad con vocación por salir a la calle para protestar, alta tasa de sindicalización y cuyos salarios cayeron más de 20 puntos en términos reales desde el crack de 2018. En materia de costos laborales, Argentina está por el piso, si esa fuera una de las metas de Larreta para dotar de competitividad a la economía.

Los dirigentes de la Unión Cívica Radical (UCR), la Coalición Cívica y el PRO –los partidos que conforman Juntos por el Cambio– recorren los canales de noticias. Ninguna radicalización alcanza. Una mediática dirigente de ese sector declaró la semana pasada en La Nación+ que “a la provincia de Buenos Aires hay que entrar con metralla”. Esas declaraciones se celebran en la televisión argentina. Un diputado de un ala de la UCR que se define de “centroizquierda” presentó un proyecto de ley para dolarizar la economía, para desconcierto de sus pares del partido.

En el plano institucional, ni Rodríguez Larreta ni el resto de los socios de Juntos por el Cambio presentan alguna objeción a la relación entre los servicios de inteligencia y los tribunales federales, llevada a su máximo grado de turbiedad durante el gobierno de Macri. Por el contrario, exponentes del espionaje fueron amparados en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el Congreso, pese a que Larreta y dirigentes de la UCR fueron objeto de la inteligencia ilegal.

Esta deriva tiene una explicación: Javier Milei. El líder libertario descoloca a la centroderecha tradicional, que percibe que una dinámica al estilo de la que encumbró a Trump, Bolsonaro o a José Antonio Kast en Chile podría complicar a Juntos por el Cambio en 2023. Macri y Bullrich no ocultan que sienten mayor sintonía con el economista anarcocapitalista que con las “palomas” de su coalición, pero son conscientes de que una alianza en esa dirección puede tornarse ingobernable. Por ahora, Milei se presenta como un límite para Rodríguez Larreta, Vidal, la UCR y la Coalición Cívica. El tiempo dirá si ese límite es flexible como lo fue Macri para algunos de ellos una década atrás.

El camino que propone Milei consiste en cerrar el Banco Central, dolarizar la economía y reducir al mínimo el costo de la política, aunque no detalla qué eliminaría. También propugna vía libre al acceso a las armas, mano dura policial y una ofensiva de amplia gama contra los procesos de memoria, verdad y justicia, el derecho a la interrupción del embarazo y las políticas feministas.

A esta altura de 2023, Argentina se encaminará a definir a sus candidatos en primarias. Son demasiados meses como para dar por sentado lo que anticipan los encuestadores, que suelen errar por varios puntos porcentuales. No obstante, la victoria de una expresión de derecha parece bastante probable.

Con su rumbo errático y problemas estructurales que no atinó a resolver, Alberto Fernández podrá dejarle un camino despejado a su sucesor liberal. La deuda externa fue reestructurada y los vencimientos, si bien importantes a partir de 2026, son mucho menos acuciantes que los que recibió el peronista de centroizquierda de manos de Macri. El gobierno se apresta a construir otro gasoducto desde Vaca Muerta hasta la provincia de Buenos Aires que, a partir de 2024, reducirá las importaciones invernales de gas al mínimo (este año llegarían a 5.000 millones de dólares) y aumentará las exportaciones a los países vecinos. Paralelamente, Fernández y Guzmán negocian la construcción de un puerto para exportar gas licuado a Europa, lo que cambiaría radicalmente la ecuación del ingreso y egreso de dólares, en un momento en el que la producción de gas y petróleo están en los niveles más altos de la última década. Además, muchos prevén que los altos precios de los commodities agropecuarios llegaron para quedarse. Escenarios promisorios para un país golpeado sobre un probable colchón de tres años de crecimiento a tasas altas.

Sebastián Lacunza desde Buenos Aires.