“En el claroscuro surgen los monstruos”, decía Antonio Gramsci. La crisis institucional que vive Brasil desde 2014 dejó por el camino a una presidenta destituida, un expresidente preso durante 19 meses y un gobierno que, entre malos manejos económicos, desastres ambientales y el triste récord de 600.000 muertos por covid-19, aún alimenta las grietas y la violencia como forma de hacer campaña. Este domingo, Brasil puede dejar el claroscuro de los últimos años en una elección que será “un punto de inflexión”, dijo en entrevista con la diaria la politóloga brasileña Talita São Thiago Tanscheitt, investigadora del Observatorio Político Sudamericano de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.

Brasil es un país con sistema de partidos muy fluctuante: aparecen, desaparecen, se forman y rompen alianzas de una elección a otra. ¿Cómo está conformado hoy en día?

El sistema de partidos de Brasil es bastante complejo, porque desde los 90 teníamos tres partidos que estructuraban la democracia brasileña, que eran el Partido de los Trabajadores [PT], el Partido de la Social Democracia Brasileña [PSDB] y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño [PMDB] y después de la crisis política que ha vivido el país desde 2014, hubo muchos cambios en estos tres partidos, muy involucrados en la operación Lava Jato. En 2014 estaba el PT en el gobierno con el PMDB y el PSDB como partido de oposición; en 2016 se da el golpe contra Dilma Rousseff, sale el PT, se establece una coalición entre el PMDB y el PSDB, pero en las elecciones de 2018 el PT sigue fuerte y estos dos partidos se destruyen por varios motivos. Ahí lo que pasa es que de los tres partidos dos se van y queda solamente el PT como el único partido grande y relevante en la política nacional, arraigado en la sociedad. Del otro lado surge Bolsonaro, que es un liderazgo súper personalista y sin capacidad de conformar un partido, porque el partido por el que compitió en 2018 era su partido número nueve, después intentó armar un partido y no logró la cantidad de firmas, y ahora se fue al Partido Liberal, que es un partido “arrendado”, como decimos.

En el Congreso están representados muchos partidos. ¿Cómo se han decantado las alianzas?

Antes de que Lula recuperara sus derechos políticos, había una discusión sobre la necesidad de armar un “frente amplio por la democracia”, una especie de tercera vía sin el PT. Cuando Lula recupera sus derechos políticos esta discusión se termina, y emerge con su liderazgo, con su capacidad de negociación y de actuación política; empieza a buscar alianzas, que encuentra primero en la izquierda, con el Partido Socialismo y Libertad, el Movimiento de Trabajadores sin Techo de Guilherme Boulos, que hoy en día es un liderazgo muy importante en Brasil, y el Partido Comunista de Brasil. Entonces primero consolida este campo en la izquierda más ideológica, después busca en el mundo de la centroizquierda menos partidista, como el Partido Socialista Brasileño [PSB], y lo logra con la llegada de Geraldo Alckmin a la fórmula presidencial, un adversario clásico del PT, que del mundo de la centroderecha se va para la centroizquierda con el PSB y genera esta alianza con Lula. Emplea esto también para partidos más chicos, algo que le sirve por las dinámicas en los estados; recordemos que también se votan gobiernos estaduales. La lógica política de Bolsonaro no es por partidos, es a través de sus tres grandes grupos sociales, las tres B: Biblia, buey y bala. Se mueve por ahí, entonces no va por esta estrategia de alianzas con partidos, y la alianza fundamental desde el punto de vista electoral es con la iglesia evangélica.

Uno de los acuerdos más recientes de Lula es con Marina Silva, exministra de Ambiente del PT, que se fue del partido y además es evangélica. ¿Por dónde va esa alianza?

La cercanía con Marina va más por la cuestión ambiental que por la cuestión religiosa, porque la cuestión ambiental es un déficit, es una deuda que el PT y sus gobiernos tienen, en especial después de que Marina se fue del ministerio, después de que se hizo [la represa] Belo Monte, el gran proyecto de Dilma, con impactos socioambientales muy grandes en los pueblos indígenas. Hay una deuda del PT en ese sentido. La discusión climática ambiental hoy es otra, entonces creo que la alianza con Marina va un poco por ahí, porque ella tampoco se mueve en el voto evangélico. Cada ayuda que aporte ahora a Lula 1% del electorado para ganar en primera vuelta cuenta. Es este el trabajo que hace su campaña. Hay otra cosa importante, que fue una reunión con excandidatos a la vicepresidencia, como para decir “miren, estamos llevando a cabo una gran reconciliación en pos de la democracia”. Ahí es importante el apoyo de Marina, pero también de Enrique Meireles, un banquero que fue ministro de [Michel] Temer y rompió con el PT durante el impeachment, fue candidato en 2018 y ahora declaró su apoyo a Lula, algo muy importante para el mundo empresarial. Normalmente no sería muy importante, porque los ricos son el 1% de Brasil, pero en este contexto, como decía, todo 1% importa.

De todas formas, en esta búsqueda de amplitud también Lula está intentando acercarse al voto evangélico.

Está intentando, sí. Hace dos semanas mantuvo una reunión con grupos de evangélicos, pero entre los liderazgos evangélicos importantes es muy marginal. No eran liderazgos como Silas Malafaia, de la Asamblea de Dios o de la Iglesia Universal. Las iglesias con las que se reunió Lula son más chicas, del protestantismo histórico, como bautistas y metodistas. Bolsonaro tiene a las grandes iglesias con su base gigantesca; es ahí donde están los votos, porque los evangélicos son los pobres, y son los pobres los que definen las elecciones en Brasil. Por eso Lula es un problema para Bolsonaro, porque gana de lejos entre quienes tienen hasta dos sueldos mínimos, por lo tanto gana el voto evangélico por otro lado.

¿Qué mensaje envía Lula con todo esto, dando esta imagen de conciliador entre personas que tienen ideas que van por lados distintos?

Su imagen clásica es la de alguien con capacidad de conciliación, de negociación, y lo que dice es “primero, recuperar la democracia” y que después venga la disputa. Primero, que se vaya Bolsonaro.

Me decías que las alianzas de Bolsonaro no van por lo partidario, sino que tiene a los BBB detrás. ¿Por dónde más ha salido a buscar sus alianzas electorales?

Tiene sobre todo el apoyo de la industria armamentista, que ha crecido un montón en Brasil. Además, tiene el apoyo de las Fuerzas Armadas y de la Policía Militar, los carabineros, que son estaduales. Después tiene el apoyo del agronegocio en el centro-este de Brasil, en la frontera con Bolivia.

Igualmente Lula salió en una cadena nacional hace poco a hablarle al agronegocio, a decirles de sentarse a conversar.

Pasa que al agronegocio le fue muy bien durante su gobierno, tiene un tránsito ahí porque tenía un acuerdo político y la economía iba bien. Pero Bolsonaro tiene una cohesión que no es solamente política y coyuntural con estos sectores, sino ideológica. Entonces la alianza que podían tener con Lula y el PT era una alianza de ocasión, mientras que con Bolsonaro comparten un proyecto común: ellos lo financian.

El discurso de Bolsonaro está centrado en agitar fantasmas de los gobiernos del PT. ¿Es algo que todavía rinde para el electorado brasileño? ¿Puede todavía ese discurso convencer a la gente?

No creo que rinda, no creo que funcione. Pero es así, este es el discurso. El tema es que la de 2018 fue una elección muy atípica, porque Lula estaba en la cárcel, y no fue una elección entre gobierno y oposición, no había necesariamente un partido de gobierno para que hubiera un voto castigo. Entonces no hubo un voto económico porque no tenían a nadie para castigar, y ahí Bolsonaro tuvo espacio para movilizar conservadurismo moral, políticas de mano dura y antipetismo. Ahora está haciendo un reciclaje de su discurso de 2018, pero el contexto ha cambiado por completo, y ahora lo determinante es el voto económico, y Bolsonaro no tiene cómo responder a esto porque su gobierno fue un desastre en este aspecto. Es una elección en la que las personas van a castigar al gobierno porque la economía ha sido terrible, y aún existe una memoria muy importante de los gobiernos de Lula. Este grueso de los votantes, 33 millones de personas que hoy en día tienen hambre, con un nivel de desempleo gigantesco, es el electorado que define una elección en Brasil. Por eso creo que el voto económico es la cuestión.

La elección de Bolsonaro se produjo en el contexto de una crisis política que se arrastraba desde 2014. ¿Considerás que Brasil sigue inmerso en esta crisis?

Sí, es una continuación. De hecho, veo a Bolsonaro como un efecto colateral de las estrategias políticas de la derecha tradicional, que apostó al impeachment, después hizo un gobierno -el de Temer- que fue muy mal evaluado y que apostó al Lava Jato como estrategia de destrucción del PT, y ahí ¿qué pasó? Ellos se autodestruyeron, Bolsonaro ganó, y no hay ningún indicativo de que la derecha tradicional vaya a recuperar su liderazgo político en los próximos años en Brasil. Hay algo que me parece muy importante recordar, porque la memoria es corta: la de 2018 era una elección que Lula iba a ganar, era favorito en todas las encuestas hasta que fue a la cárcel. Yo creo que esta elección es el punto de inflexión.

Bolsonaro tuvo idas y vueltas respecto de lo que pueda suceder si pierde: primero dijo que se retiraría de la política, pero luego se retractó y dijo que si saca menos de 60% “hay algo raro”. ¿Qué podemos esperar si efectivamente termina perdiendo la elección?

La cuestión es que está muy debilitado. Hay que esperar a ver qué pasa, pero las encuestas son muy estables. Bolsonaro, con toda la cantidad de plata que ha invertido en la campaña, no ha logrado salir del entorno del 30%. Va a intentar hacer tumulto, pero no creo que haya ambiente para esto, porque las Fuerzas Armadas se están articulando para reconocer el resultado, el Departamento de Estado de Estados Unidos ya dijo que va a reconocer el resultado, Donald Trump ya no está en el poder, no hay mucho apoyo en la región, y está muy aislado. Lo que sí preocupa no es desde el punto de vista institucional, es si no se termina ahora, porque si hay segunda vuelta hay cuatro semanas en el medio y puede pasar de todo. Preocupa el nivel de violencia política de los seguidores de Bolsonaro, porque están muy radicalizados, han asesinado a seguidores de Lula. Entonces, esto sí preocupa, porque Bolsonaro llevó a cabo un proceso de milicianización muy fuerte y eso sí, esto es una cuestión que no sé cómo se resuelve.

En un artículo sostenés que durante el gobierno de Bolsonaro América del Sur se volvió irrelevante para Brasil. ¿Por qué?

Esto viene por el lado del tipo de derecha nacionalista antiglobalización que representa Bolsonaro. Primero Brasil oficializó su salida de la Unasur, que era un proyecto muy relevante desde el punto de vista de la integración regional, y después el Mercosur, que era también un gran instrumento de integración, se volvió de ninguna importancia para Brasil, porque recientemente ha priorizado negociaciones bilaterales con otros países del mundo; entonces, se ha olvidado de América del Sur como un bloque y ha priorizado hacer negocios solo. Pero también está esa necesidad de ponerse en el lado opuesto de los gobiernos de Lula y Dilma, porque como el antipetismo es su principal recurso discursivo, necesitaba desmarcarse.

Desde que asumió el gobierno actual en Uruguay, el presidente Luis Lacalle Pou ha insistido con la idea de “flexibilizar” el Mercosur y en su momento veía en Brasil un aliado para esto, que no terminó siendo tan así. ¿Cómo ves esta situación?

La de este gobierno es una diplomacia con una incompetencia muy importante para las negociaciones, para los acuerdos con otros países. En el tema del Mercosur creo que Bolsonaro es claro: no le importa. Argentina está en esta crisis tremenda en la que no se ponen de acuerdo a la interna misma del Frente de Todos, y no hay un liderazgo fuerte como el de Néstor Kirchner o Cristina Fernández, y Uruguay es un país mucho más chico que los dos y que no se ha beneficiado tanto del Mercosur, y esto es algo muy relevante para pensar el próximo período, que es cómo corregir las asimetrías de una forma que el Mercosur sea tan interesante para Paraguay y Uruguay como lo ha sido para Brasil y Argentina. También creo que Lacalle Pou tiene una estrategia muy mala, porque Uruguay no tiene tanta capacidad de negociación. Aun así, creo que podría beneficiarse de un gobierno de Lula que mire más hacia reconstruir vínculos con la región.