Domingo 25 de febrero. Diez de la mañana. Un grupo de jóvenes levantan el polvo de la tierra al pegarle al balón. Corren bajo el sol de Dakar sin un arco donde apuntar. En la esquina, un grupo de personas pega un cartel en la pared de uno de los edificios colindantes al improvisado campo de fútbol. Allí se ha convocado un voto simbólico como respuesta a la cancelación y el aplazamiento de las elecciones, que deberían haberse celebrado durante la propia jornada del domingo. Dentro de la sala, una luz tenue ilumina la urna: protagonista y símbolo de resistencia.
“Con este voto simbólico busco formar parte del movimiento de presión contra Macky Sall y su devenir autoritario”, explica en voz alta uno de los jóvenes que se han acercado al colegio electoral. Igual que él, una decena de personas pasan por delante de los miembros de la mesa electoral, que anotan los votos. Detrás de una cortina improvisada, uno a uno, pasan con el dedo índice empapado de tinta roja. “Nos da igual si se acercan dos, diez o 50 personas”, cuenta Elimane Haby Kane, coordinador del movimiento Aar Sunu Election (Proteger Nuestras Elecciones, en español). “La Constitución no se ha respetado y nuestro presidente, Macky Sall ha traicionado a todos los hermanos senegaleses”, añade.
El pasado sábado 24 de febrero, lo que tendría que haber sido un día de reflexión en la capital senegalesa se convirtió en un hervidero de diferentes focos de protesta a lo largo y ancho de la ciudad. Al grito de “¡Macky Sall, dictador!”, cientos de personas se agolparon a los pies del estadio Leopold Sedar-Senghor. Es la primera vez desde 1963 que se aplazan unas elecciones presidenciales en Senegal. La tensión, que lleva gestándose desde la aprobación definitiva de los 20 candidatos a las elecciones, con la exclusión de varios líderes políticos como Karim Wade, ha desembocado en la exigencia de la sociedad civil de unos comicios libres y transparentes.
Desacato, arrestos e inconstitucionalidad: la cara más turbulenta de Senegal
Lo que debería ser la fiesta de la democracia se ha convertido en una de las situaciones más inéditas del país de África occidental. El pasado jueves 15 de febrero, el Tribunal Constitucional de Senegal anuló el decreto firmado a principios del mismo mes por el presidente del país en el que se retrasaban las elecciones del 25 de febrero al 15 de diciembre de 2024. Por su parte, el Constitucional justificó que, según la carta magna, el mandato de Sall no se puede modificar y que, en todo caso, la decisión final recae en el tribunal, no en el presidente de la República. Ante el rechazo de los jueces, Sall anunció que acatará la decisión y dejará el poder el día 2 de abril, sin precisar una fecha para los nuevos comicios.
Aissatou es de Dakar y se ha acercado a una de las manifestaciones que reclaman la celebración de los comicios. En la parte trasera de su camiseta, una serigrafía coloreada de color rojo resalta el nombre de Ousmane Sonko, el anterior principal líder de la oposición y ahora encarcelado. La bandera de Senegal pinta la visera de su gorra y la bufanda que cuelga de su cuello. “Macky Sall no va a salir de la presidencia por la puerta grande, lo hará por la de detrás o por la ventana más pequeña”, cuenta. “Senegal era una democracia y, como sabemos que lo era, debemos luchar por restaurarla”, añade.
A continuación, la joven se suma a los vítores y levanta un retrato de Bassirou Diomaye Faye, candidato designado por Sonko como aspirante presidencial para el partido de Pastef (Patriotas de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad). El joven candidato fue detenido el pasado mes de abril de 2023 por difamación y desacato tras criticar en las redes sociales a algunos jueces del país. El de Diomaye es sólo uno de miles de arrestos y encarcelamientos contra activistas y representantes políticos en Senegal.
Organizaciones como Amnistía Internacional han reclamado la obligación del Ejecutivo de respetar el derecho a la libertad de expresión, incluidos el derecho a la información y el derecho a la reunión pacífica. Ambos en virtud de la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos y del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Souleimane tiene 22 años, es estudiante de Informática en la universidad y ha perdido la esperanza sobre su futuro y el de sus compañeros y familiares. “¿Qué vamos a hacer? No tenemos trabajos dignos, ni siquiera oportunidades laborales”, cuenta. En Senegal, el 75% de la población es menor de 35 años, la edad media roza los 22 años y las caras más visibles en las protestas que han tomado las principales ciudades del país también son jóvenes. “La presión social está provocando que algunos tengan que salir hacia Europa. A veces, no queda otra”, declara el joven.
Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en elDiario.es.