De acuerdo con datos oficiales actualizados al 19 de febrero, la guerra entre Hamas e Israel iniciada el 7 de octubre ya ha cobrado la vida de más de 29.000 palestinos y de un poco menos de 1.500 israelíes.
En lo que va de febrero, las acciones bélicas israelíes se focalizaron principalmente en la ciudad Jan Yunis, la más importante del sur de la Franja de Gaza, en un intento por controlar el que Israel considera que fue el principal centro de actividades militares de Hamas.
Israel redujo considerablemente su presencia militar en la ciudad de Gaza y en la zona norte de la franja, donde solamente quedaron alrededor de 200.000 habitantes que se negaron a ser evacuados en las primeras semanas de la guerra.
Ante la irrupción desde túneles de milicianos de Hamas o ante cualquier indicio de actividad gubernamental de la organización islámica que desde 2002 gobierna el territorio gazatí, las tropas israelíes realizan incursiones bélicas en esos territorios urbanos en los que reina la destrucción masiva ocasionada por el bombardeo sistemático de la aviación y la artillería y por varias semanas de combates.
Se calcula que más de la mitad de las viviendas en la parte norte de la Franja de Gaza se encuentran destruidas o seriamente dañadas. En el sur de la Franja, en la actual ofensiva en Jan Yunis y en el comienzo de ataques a barrios al norte de Rafah o en los campamentos de refugiados de Deir el Balah y Nusseirat, los bombardeos israelíes suelen ser menos intensivos comparados con los que destruyeron buena parte del norte al comienzo de la guerra.
Sin duda, la acusación impulsada por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia con sede en la ciudad neerlandesa de La Haya por genocidio tuvo sus efectos levemente “moderadores”, llevando a discriminar un poco en el uso del fuego y a disminuir el promedio de muertes diarias palestinas a causa de bombardeos y tiroteos israelíes de más de 200 durante diciembre a unos 100 ahora en febrero.
El flujo de ayuda humanitaria internacional, comestibles, medicamentos y combustible, aumentó considerablemente. Puede decirse que ante el desastre humanitario en Gaza y las acusaciones de genocidio, el gobierno de Israel optó por una estrategia muy cruel de llevar a la población palestina de Gaza hasta el borde mismo de la amenaza a su existencia, pero tratando de no cruzar ese límite para no ser condenado por genocidio.
Sin embargo, una eventual ofensiva israelí sobre la ciudad de Rafah y sus alrededores, situada junto a la frontera con Egipto, donde se concentran cerca de un millón y medio de desplazados de otras localidades en condiciones sumamente precarias, podría desatar una catástrofe humanitaria mucho peor, con incalculables números de víctimas fatales.
Si bien por cálculos políticos internos el primer ministro, Benjamin Netanyahu, anuncia la determinación israelí de conquistar Rafah, para asegurar lo que él denomina “una victoria absoluta”, desde el seno del ejército israelí surgen voces contradictorias.
Dirigentes políticos y militares calculan que el costo humano de tal ofensiva implicará presiones internacionales insostenibles para Israel. Incluso hay quienes dudan de la eficacia de tal ofensiva para obtener la erradicación del poderío militar y político de Hamas.
Analistas muy serios de temas militares argumentan que el muy probable caos en Rafah permitiría que miles de milicianos de Hamas salgan de sus refugios en esa zona relativamente cercada y reaparecer para comenzar una guerra de guerrillas en otras partes de la franja. El desarrollo de esta guerra es bastante impredecible.
La inmensa mayoría de los observadores estaban convencidos de que a comienzos de febrero se iba a obtener una tregua que permitiría la liberación de los rehenes israelíes (134 rehenes de los cuales se calcula que más de 100 están aún con vida), a cambio de miles de prisioneros palestinos que están en cárceles israelíes.
Para Estados Unidos y los países árabes que procuran mediar en esta crisis, Egipto y Qatar, una tregua de varias semanas era el escenario ideal para ejercer presión, desescalar conflictos (también entre la milicia chiíta Hezbolá en Líbano e Israel), proponer una hoja de ruta para un eventual gobierno civil palestino sin Hamas en Gaza y así empezar a poner fin a esta etapa violenta del conflicto. Sin embargo, Netanyahu y los sectores ultraderechistas del gobierno de Israel se aprovecharon de las demandas maximalistas que presentó Hamas al comenzar las negociaciones para romperlas.
Desde Washington, el presidente Joe Biden y el secretario de Estado, Antony Blinken, dan claras señales de hartazgo ante el gobierno israelí que no sólo se viene negando de manera sistemática a ofrecer un horizonte de salida política a la guerra de Gaza, y que ahora proclama insistentemente su oposición a la futura constitución de un estado palestino, sino que también hace todo lo posible por impedir una tregua.
Con todo, Estados Unidos no parece dispuesto a apretar a su retobado aliado utilizando la principal palanca que tiene, o sea, condicionando el suministro de municiones, sin el cual la guerra israelí sería imposible, y el apoyo económico a una adopción de una perspectiva de solución diplomática y política.
Para proceder de tal manera, Biden y la administración demócrata en general tendrían que superar el temor a las críticas de la derecha estadounidense y al poderío del lobby proisraelí en un año electoral.
Por su parte, la estrategia de Netanyahu es muy clara. Después de largos meses de encuestas muy desfavorables, comenzó a recobrar puntos en el electorado israelí gracias a sus intentos de polarizar opiniones contra la demanda de los familiares de los rehenes y de los sectores de centro que exigen llegar a un acuerdo con Hamas a “cualquier precio” para salvar las vidas de quienes siguen cautivos en Gaza.
La postura intransigente de Netanyahu capitaliza en los fuertes sentimientos de venganza y temor que existen en amplios sectores de la población israelí. Y, paradójicamente, mientras no sienta que recobró el importante porcentaje de su electorado que perdió a raíz del fiasco del ataque de Hamas del 7 de octubre, el líder del Likud no va a querer parar la guerra para no tener que afrontar la crisis política inmediata.
Por otro lado, sus socios de ultraderecha, encabezados por los racistas Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Interior, y Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas, ya le marcaron a Netanyahu la cancha. Un eventual acuerdo de tregua que no implique la destrucción de Hamas significaría el retiro de su apoyo parlamentario.
El problema es que la opinión de parte del ejército y de los socios más moderados en el gobierno es que sin estrategia de solución política la guerra en Gaza se va a empantanar y tendrá un costo desgastante para Israel, que ya se siente, no sólo en los soldados muertos y heridos, sino también en el impacto económico negativo.
Dentro de Israel, este impasse en las negociaciones, que desespera a los desdichados familiares de los rehenes, va recreando un clima de enfrentamientos internos que se nota claramente en la cartelería callejera, y en las crecientes rispideces entre los voceros políticos y en los paneles de televisión, que se habían unificado supuestamente tras el ataque inicial de Hamas.
Por otro lado, también del lado palestino comienzan a surgir algunas voces políticas que pretenden salir de la trampa en la que Hamas puso a casi todo el escenario político. Ante el ataque militar más exitoso en la historia de la resistencia palestina contra Israel, y ante la brutalidad desatada de la contraofensiva israelí sobre Gaza, con la muerte masiva de población civil en las primeras semanas, la opinión pública palestina en los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén Oriental tendía a autocensurarse, por no poder alinearse con Hamas por temor a represalias de la Autoridad Palestina y de Israel, y por otro lado, no querer condenar a Hamas en momentos en que Israel desataba su furia de fuego, destrucción y muerte en Gaza.
La Autoridad Palestina no había logrado más que apelar a la constantemente violada legalidad internacional. Sin embargo, a partir de diciembre y de manera más clara ahora, probablemente alentados por las posiciones conciliadoras dentro de la administración estadounidense, por la posición mucho más clara de Europa, surgen voces palestinas de opositores al interior de Fatah que, a la vez que marcan su posición condenando el ataque de Hamas a civiles israelíes el 7 de octubre, atacan duramente la política genocida de Israel en Gaza, la violencia de los colonos en Cisjordania y proponen establecer negociaciones para la instauración de una soberanía civil palestina desmilitarizada en la Franja de Gaza y en el resto de los territorios ocupados.
Es difícil saber actualmente cuánto arrastre político pueden tener estas voces que procuran ofrecer una salida desde el lado palestino. Por su lado, Rusia pretende jugar un papel político activo convocando a una reunión de todas las fuerzas políticas palestinas, incluyendo a Hamas. El Kremlin, radiado de Europa por la guerra en Ucrania, se permite el lujo de mantener un diálogo fluido con Hamas, a quien considera, de forma muy pragmática, como una parte necesaria para cualquier futura salida política al conflicto. De esta forma condicionaría la capacidad de Washington de establecer una solución propia.
El 10 de marzo comenzará el Ramadán, el mes sagrado del calendario musulmán. Estados Unidos y los países árabes moderados se proponen obtener la tregua y el canje de prisioneros para esas fechas. Netanyahu tiene muchos motivos para desbaratar esta intención.
El truco actual para convertir a Ramadán de un momento de posible inflexión hacia el fin de la guerra a un nuevo foco bélico fue la declaración del ministro Ben Gvir, a comienzos de la presente semana, afirmando que Israel no permitirá a los musulmanes concurrir masivamente a orar al monte de las mezquitas en Jerusalén.
Este tipo de provocaciones polariza nuevamente los ánimos y juega siempre a favor de los más extremistas de ambos pueblos. Al tocar las sensibilidades religiosas, se fortalece Hamas, se retroalimentan los más fanáticos extremistas judíos y se crea un nuevo foco de tensión que puede ser muy eficaz para dinamitar una posible tregua.
Y por sobre esta inestable e impredecible situación bélica, sobrevuela la gran tensión en torno al constante enfrentamiento militar en la frontera entre Israel y Líbano. De ambos lados de la frontera hay decenas de miles de desplazados de pueblos en un territorio que se convirtió en una zona militarizada, con una significativa destrucción de viviendas, de infraestructuras y con eventuales muertos y heridos en un enfrentamiento por ahora delimitado.
Ambas partes parecen temer a los altísimos costos de una escalada bélica incontrolada. Por otro lado, ambos caminan al borde del abismo. En Israel existe la clara conciencia de que se puede derrotar militarmente a Hezbolá, pero eso significaría decenas de miles de misiles y bombas que afectarían muy seriamente a la población israelí y a las infraestructuras.
Hezbolá parecería estar dispuesto a cesar el fuego cuando se obtenga una tregua en Gaza y entonces entrar en una negociación internacional para estabilizar la situación de la frontera entre los dos países.
Por otro lado, las poblaciones israelíes desplazadas de la frontera norte se están convirtiendo en un grupo de presión cuyos voceros exigen al gobierno israelí actuar de manera más enérgica ante Hezbolá.