Fue primero el ministro de Asuntos Exteriores, Assad Hassan Al-Chibani, quien, el lunes 5 de mayo, realizó una visita oficial a Bruselas. Su objetivo era seguir dialogando con las instituciones europeas para abordar la nueva realidad siria tras el derrocamiento de Bashar Al-Assad. “El pueblo sirio ha sabido liberarse del régimen de Al-Assad, pero todavía debe enfrentarse a los vestigios de este régimen. Hoy es la oportunidad de abordar estos desafíos con un espíritu de solidaridad y colaboración”, declaró durante su visita.
Más allá de darle un crédito recibiendo a este gobierno interino, la Unión Europea (UE) se posiciona como un apoyo económico para Siria en su reconstrucción. Desde el 27 de enero, los Estados miembros de la UE resolvieron suspender parte de las sanciones económicas impuestas al país. Ursula von der Leyen, incluso, decía en marzo: “Los sirios necesitan ahora un mayor apoyo. Por eso la Unión Europea eleva hoy su compromiso con los sirios –dentro del país y en la región– a cerca de 2.500 millones de euros para 2025 y 2026”. Pero la ayuda sigue estando condicionada al respeto de los derechos humanos y los compromisos en materia de gobernanza del nuevo régimen.
Las visitas de los altos cargos sirios continuaron el miércoles 7 de mayo en París, cuando Emmanuel Macron invitó al presidente interino Ahmed Al-Charaa al Elíseo. Aunque la noticia alimentó las posturas políticas de la derecha y la extrema derecha francesa, el presidente francés vio sobre todo la oportunidad de reanudar un diálogo franco-sirio roto desde 2012, tras la sangrienta represión de la “primavera siria” por parte del expresidente Bashar Al-Assad.
Defendiendo una visión pragmática de las relaciones internacionales, Macron afirmó: “¿Qué sería la diplomacia si sólo recibiéramos a personas con las que estamos totalmente de acuerdo? Lo que veo es que hay un líder que está en el poder. Ha puesto fin a un régimen que habíamos condenado. La responsabilidad que los franceses me han dado consiste en tratar de trabajar por nuestros intereses en un mundo imperfecto”. El jefe de Estado francés subrayó que Al-Charaa está “dispuesto a comprometerse” y que sus primeros actos “han llevado a resultados” concretos, ya sea en la lucha contra la organización Estado Islámico, el acuerdo firmado con las fuerzas kurdas, la represión del tráfico de captagon o la seguridad de la frontera con Líbano.
En cinco meses, Al-Charaa se ha esforzado por hacer olvidar su pasado como líder del Hayat Tahrir Al-Cham (HTC) para tratar de asumir el papel de un jefe de Estado respetable de estatura internacional. Sin embargo, el movimiento HTC, establecido en 2017 en la ciudad de Idlib, sigue siendo considerado una organización terrorista por muchos países. Esta es la razón por la que Al-Charaa no pudo multiplicar sus visitas. Tuvo que recibir una exención de las Naciones Unidas para poder viajar a Francia, ya que todavía forma parte de las personas afectadas por sanciones contra el terrorismo por haber apoyado a un grupo islamista afiliado a Al-Qaeda.
Además, a pesar de sus ambiciones diplomáticas, Al-Charaa tiene que mantener la estabilidad de un régimen que se encuentra, de alguna manera, cuestionado. En marzo, la brutal represión de una rebelión pro-Assad en la costa occidental dejó 1.700 muertos alauitas, mientras que recientes enfrentamientos con drusos al sur de Damasco provocaron un centenar de víctimas e incluso un ataque israelí. Esta violencia, junto a un gabinete donde sólo cuatro de 23 ministros representan a minorías, evidencia una contradicción entre la retórica inclusiva del régimen y su dificultad para garantizar la estabilidad y representatividad que promete a la comunidad internacional.
Esta nueva élite política en Damasco se esfuerza por reanudar lazos con la comunidad internacional en un contexto geopolítico delicado. Mientras la UE avanza hacia un deshielo con promesas económicas, Estados Unidos mantiene sus reservas. El desafío inmediato para Al-Charaa es convertir sus gestos diplomáticos en estabilidad tangible, requisito indispensable para atraer la inversión que necesita un país donde el 90% de la población vive en la pobreza tras años de conflicto, según Achim Steiner, jefe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.