“Colonia es nuestra Finlandia”. La afirmación fue hecha en julio de este año por la directora general del Consejo de Educación Secundaria, la profesora Celsa Puente, para señalar los resultados del alumnado en varios liceos del departamento y destacar el grado de integración y compromiso mutuo de la comunidad y estos centros educativos. Sin duda, hay una cuota de sana exageración, pero muestra una nota distintiva del departamento de Colonia que no es casual.

El año que viene, Colonia Valdense celebrará 130 años del liceo Daniel Armand Ugón, el primero del interior del país. Un liceo en el medio del campo, mixto, abierto en lo confesional y sostenido de forma comunitaria para garantizar el acceso universal, en 1888, era una realidad que podían soñar quienes venían desde más allá de los horizontes de una novísima república que estaba por hacerse. La migración valdense desde el Piamonte, a mediados del siglo XIX, y la suiza dieron al departamento de Colonia algunos énfasis que perduran. Uno de ellos fue el de la educación.

Con el asentamiento de las primeras familias en la zona este del departamento, en lo que hoy es Colonia Valdense, surgieron inmediatamente dos instituciones que son todo un símbolo de sus prioridades: la escuela y el templo. En la mayoría de los casos, al principio el edificio fue el mismo. La precariedad económica imponía sus reglas. Fueron humildes construcciones de barro que no se distinguían de las casas que habitaban. Muchas veces el maestro fue uno de los colonos con mayor instrucción, aunque sin formación específica para la docencia, pero contaba con el reconocimiento de sus pares, que casi siempre asumían una parte de su trabajo en la parcela de campo que le había sido asignada a fin de que pudiera destinar tiempo a la imprescindible tarea de la educación de sus hijos. Esta no podía esperar a que tuviera éxito su reiterado pedido de ayuda a los hermanos europeos de que les proveyeran de maestro y de pastor. Las dos figuras fueron claves desde el nacimiento de la colonia. Eran conscientes de que debían buscar el acceso al conocimiento y el desarrollo de la espiritualidad cristiana; lo demás vendría por añadidura.

Valdenses y suizos de esta zona de Colonia comparten raíces comunes. Ambos son parte de la Reforma protestante del siglo XVI. Los valdenses provienen del movimiento surgido en Lyon, Francia, a fines del siglo XII e incorporado por decisión propia a la rama calvinista de la Reforma protestante del siglo XVI. La colonización suiza directamente es parte, ya sea de la rama luterana como de la calvinista, de ese gran movimiento, mucho más vasto y variado, que se conoce como “Reforma”. Considerarla un movimiento interno de la iglesia sería reducir su impacto. Significó una transformación en el pensamiento que trasciende lo institucional e incluso el aspecto confesional. El énfasis en la educación es central en ella. La necesidad de todo creyente de conocer de primera mano el mensaje bíblico exige el manejo de la lectura. La libertad de interpretación exige la posibilidad de pensamiento propio. La madurez de la fe se apoya en una base educativa.

Lo demás vendría por añadidura. Las posibilidades de crecimiento y desarrollo, el valor del trabajo organizado colectivamente y del cuidado de los bienes, la responsabilidad no sólo individual sino comunitaria, son parte de ese plus que viene de la fe y la educación como valor inveterado. Esa herencia del pensamiento protestante traducido en una forma de vida particular está presente en la ética cotidiana de alguna forma.

La observación de la profesora Puente señala una particularidad de la que admite no conocer el porqué. Yo creo que están en esa herencia no siempre consciente, pero quiera Dios que valorada con gratitud.