El último viernes de octubre, desde su cuenta en Twitter, la Intendencia de Tacuarembó compartía la convocatoria a la 33ª Fiesta de la Patria Gaucha, que se desarrollará entre el 12 y el 17 de marzo bajo el lema “La leche: principio de la vida”.

Foto del artículo 'La teta del Estado'

El problema surgió cuando desde el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) se hizo notar, mediante un comunicado que llama a la reflexión, que la imagen elegida para invitar a la fiesta –una mujer negra amamantando a un bebé blanco, obra del artista Fernando Fraga– muestra “de manera naturalizada una situación de subordinación racial y de género” que fue habitual en el pasado y que “aún hoy perdura”. Las respuestas a ese llamado de atención tampoco se hicieron esperar, e Inmujeres fue acusado, por ejemplo, de actuar como “policía moral y del buen gusto” (por el senador colorado José Amorín Batlle, también en Twitter), al tiempo que se multiplicaron las burlas en redes sociales que sugerían que el Ministerio de Desarrollo Social (del que forma parte Inmujeres) debería organizar la Fiesta de la Patria Trans o de la Patria Gay.

También estuvieron los que señalaron que las matronas o nodrizas siempre existieron y que los actuales bancos de leche materna no son sino la forma moderna de resolver un problema que siempre existió: el de los niños que no pueden, por la razón que sea, ser amamantados por sus madres.

Es verdad, claro, que siempre hubo amas de leche. También es verdad que se trató de un oficio de mujeres pobres, cuando no, directamente, de una tarea obligada para las mujeres esclavas. Es verdad también, entonces, que el afiche de la fiesta no hace sino exponer una situación típica, tan naturalizada como la yerra o el rodeo. Desde ese punto de vista es necesario admitir que seguramente no hubo intención alguna de despreciar o discriminar a nadie, y que lo que transmite la escena es un momento de amor y generosidad, de entrega y de confianza. Siempre, claro está, desde la perspectiva del patrón.

Digo esto porque me parece imprescindible hacer notar que para mucha gente el mundo era un lugar mejor, más vivible, más pacífico y tranquilizador cuando los roles estaban bien establecidos y nadie protestaba por ellos. Hemos escuchado muchas veces esa historia que dice que en el campo el peón y el estanciero trabajan espalda con espalda cuando hay que rescatar a un ternero arrastrado por la creciente, o esa otra que cuenta que la empleada doméstica es como una integrante más de la familia. Los buenos viejos valores. Los de aquel mundo en el que no había odio de clase, no había palos en la rueda del desarrollo, no había obreros soliviantados ni mujeres con ganas de tirar la chancleta.

La parte que falta en esa historia del Paraíso perdido es la de los que, después de trabajar espalda con espalda con el patrón, se iban a dormir a un catre infecto, en un solo montón con los hijos, la mujer y los perros. Falta la parte de la empleada, esa que era como de la familia pero que, después de haber limpiado escrupulosamente la casa de la patrona, de haberle atendido a los nenes y haberle dejado limpia, doblada y guardada la ropa que había lavado el día anterior, todavía tenía que esperar el bondi, viajar como ganado durante quién sabe cuánto rato, caminar lo que fuera necesario desde la parada y llegar a su propio hogar, no pocas veces precario, a seguir trabajando para que su casa y sus hijos tuvieran, también, comida en el plato y un lugar donde dormir.

Vivimos en el país de la indignación y el pasaje al acto, así que tanto el afiche como la intervención de Inmujeres dispararon rápidamente argumentos en todas direcciones. Con serenidad, el autor de la obra hizo sus descargos: la pieza, como ya se sabía, fue realizada por encargo de la organización, que planteó requerimientos específicos: una mujer afrodescendiente amamantando a una criatura blanca. La diputada Gloria Rodríguez, por su parte, dijo que no se siente personalmente ofendida por la imagen y que lo que muestra la figura no es otra cosa que una práctica que efectivamente ocurrió en nuestro país, que muestra la paradoja de que la mujer a la que aborrecían y maltrataban era la que, en definitiva, se hacía cargo de “lo más sagrado que aquellos ruines poseían, sus hijos”. La carta de Rodríguez es un llamado a no ocultar el pasado en nombre de una inclusión que, por muy deseada y justa que sea, no se corresponde con la realidad histórica.

Personalmente, creo que la intención de quien concibió la idea no era, en absoluto, ofender o discriminar. Al contrario, creo que la escena alienta la nostalgia por un mundo de tradiciones que se han ido perdiendo, en las que no había enfrentamiento entre amos y esclavos o entre patrones y peones. Creo que hay gente que, genuinamente, cree que eso, ese sometimiento, ese vínculo desparejo e indeseado, es el estado natural de las cosas, así como son naturales la primavera, la maternidad como destino para las mujeres, la violencia para resolver los conflictos entre machos y la imposición del fuerte sobre el débil.

Al mismo tiempo que este tema se debatía en la prensa y en las redes sociales, en el programa Vespertinas, de canal 4, los abogados Gianni Gutiérrez y Marcelo Marchetti difundían los resultados de una investigación según la cual “los uruguayos deben trabajar 137 días al año para pagar impuestos”. Esa conclusión surge de incluir impuestos nacionales como el IVA, el Imesi, el IRAE y el IRPF, y también municipales, los aportes a la seguridad social, el impuesto de Primaria y otros. Francamente, la inmoralidad de ese cálculo es pasmosa. Parece partir de la base de que los aportes a la seguridad social –por poner un ejemplo– no tienen como contrapartida jubilaciones, pensiones y demás prestaciones. O que la tarifa de saneamiento no tiene como correlato el hecho de que vivimos en una ciudad con saneamiento. Olvida que el impuesto de Primaria tiene como destino alimentar a los escolares, y que los impuestos en general (y en todo el mundo) son la forma en que el Estado financia lo que constituye la única estructura de protección con un tamaño suficiente como para hacerle frente al mercado. Y ese es el asunto: detrás de la queja por los impuestos lo que hay es una convicción profunda, ideológica, de que lo que debe regir es la ley del más fuerte, de que cada uno tiene derecho exclusivamente a lo que puede pagar, de que la seguridad social o la enseñanza pública no son necesarias. “El gasto de hoy son los impuestos del mañana”, dijeron los autores del estudio a Vespertinas, dejando perfectamente claro, por si quedaba alguna duda, que es el gasto social lo que está expoliando a “los uruguayos”.

Es fascinante cómo razona esta gente. Nunca un cálculo sobre la ganancia, la renta, la plusvalía o, incluso, la evasión fiscal (“elusión” es la palabra que les gusta). Nunca una palabra sobre las exoneraciones impositivas que consiguen con el cuento de la inversión. Nunca una línea escrita para decir cuánto se ahorra de tiempo y esfuerzo la señora que tiene a una trabajadora doméstica en negro y con el lomo doblado todo el día atrás de la mugre ajena. Pero, señora, señor, esta gente le va a decir que los que están llenos de odio son los que ven racismo y vergüenza en el afiche de la Patria Gaucha. Que son ellos los odiadores, los que quieren censurar una obra de arte, aunque lo que llaman censura haya sido un llamado a la reflexión.

Esta gente es la que le dice, preste atención, que hay muchos atorrantes colgados de la teta del Estado. Y que así ya no se puede vivir.