Una mujer trans fue agredida brutalmente en Salto, al grito de “ahora vas a cobrar la pensión”. Valeria tiene 40 años; la esperanza de vida promedio de las personas trans. Es la mitad de la esperanza de vida del resto de la población uruguaya, pero parece que quienes la golpearon pensaban que ella es parte de un sector privilegiado. Valeria nació en 1978, y por lo tanto es imposible que reciba la pensión reparatoria a la que hacían referencia los agresores; una pensión que no se otorgará a nadie “por ser trans”, sino a un pequeño grupo de personas que sufrieron graves atropellos durante la dictadura. Son pocas justamente porque, en promedio, las personas trans mueren mucho antes que las demás. Las matan la desigualdad y la discriminación, la violencia y la miseria. Las mata el odio. Muchos de esos cuerpos, además de ser los más vulnerados, son los más golpeados. Detrás de un acto de barbarie nunca hay “razones” valederas, pero en el caso de Salto, además, una causa importante fue la información falsificada sobre la ley integral para personas trans, que se aprobó hace menos de un mes. Mentiras deliberadas que engañaron a muchos, y que tuvieron más eco donde ya estaban el odio y el miedo. Durante la discusión de ese proyecto se construyó un discurso cargado de falsedades, en las redes sociales y también en las salas de sesiones del Palacio Legislativo. El intento de garantizar derechos básicos y tardías compensaciones para algunas de las personas que peor viven fue presentado como la creación de un injusto privilegio. Algunos de estos avances normativos son, por ahora, sobre todo simbólicos, pero un símbolo puede ser muy poderoso. A veces determina que los verdaderamente privilegiados teman, desnuden su odio y exciten el de otros.

Los cambios culturales cuestan bastante más que la aprobación de leyes. A nuestra sociedad le gusta sentirse solidaria, pero persisten en ella mezquindades que agravan la situación de sectores muy vulnerables; le gusta sentirse igualitaria, pero le cuesta mirarse de cuerpo entero en el espejo. Hay personas a las que muchos prefieren no ver, o a las que prefieren no ver como semejantes, sino como seres anormales, desviados. Seres que no merecen piedad, y mucho menos presuntos privilegios.

A Valeria le dieron una fea paliza en Salto, que está lejos de ser el lugar del país con peores indicadores sociales y culturales. Es, sí, uno de los lugares donde se han desplegado con más fuerza posiciones conservadoras o reaccionarias contra el reconocimiento de nuevos derechos, incluyendo la legalización del aborto. Es probable que quienes golpearon a Valeria sean considerados buenos vecinos, “gente normal”. Hijos sanos del patriarcado, los llama el feminismo. Se ensañaron con un cuerpo que ya estaba muy golpeado, muy marcado. Cada golpe vino impulsado por las mentiras, el miedo y el odio con el que esos buenos vecinos han sido “normalmente” envenenados.

Hacen falta mucho más que leyes para cambiar la realidad de las personas y desintoxicarnos de tanto veneno. Ganar más libertad y más justicia, para ser más iguales y más distintos.

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