Debo hacer una aclaración muy general en relación con dos artículos publicados en la diaria: uno titulado “La formación docente: más allá de los concursos”, en el que se hace una alusión directa a mi artículo “La vida es bella”, y otro, que me alude indirectamente, de ese mismo día, titulado “Concurso y formación docente como campo de conflicto”.
Mi artículo no tenía intención de atacar a nadie, sino de defender la posibilidad imaginaria de tener una formación docente universitaria de mayor calidad, en el futuro, incluso en la fantasía, bajo la rectoría de una mujer. No pienso, como pretende sostener el primer artículo, que calidad es igual a universidad, sino que una universidad de educación de calidad (cosa muy distinta) debe responder a varios elementos, entre ellos, el más sustancioso, el valor por sí mismo de la educación y los educandos, el amor por lo que se hace y la materia que se dicta, y la formación de calidad, en principio asegurada (no sólo) por la vía de concursos ecuánimes, en base a parámetros internacionales, y de forma abierta de oposición y méritos. Que sea abierto no implica que no se califiquen los méritos de las personas. Por esto es absurdo decir, como se dice, que nunca son del todo abiertos; obvio que no son abiertos a cualquier cosa, sino a un saber, a determinada formación en condiciones de ser demostrada por los méritos y la oposición.
Si se quiere ir por otro lado es lamentable, porque no se escuchan los argumentos, sino los prejuicios acerca de las instituciones que nos atraviesan y a partir de las que han creado, como ya dije en mi artículo, muchas veces (no siempre) “identidades defectuosas, corporativismos ciegos, competencias vanas”. Y yo no voy a entrar a discutir en esos términos, aclarando que yo no hablo por una institución,1 aunque pertenezco a una, y mucho menos por un interés personal (como deja aludir, de una forma más que lamentable, el segundo articulista).2 Pretender atacar el argumento atacando a la persona que argumenta o a la institución que representa, buscando una razón personal o institucional no explicitada para debilitar el argumento contrario, esto, ya se sabe, no sólo es una falacia,3 sino que además no es honesto.
Más allá de esto, estas pretendidas defensas, con malos o falsos argumentos, no hacen más que corroborar lo que debemos superar. Con ello lo que pretende es seguir alimentando y afirmando falsas dicotomías o pensamientos basados en falsas oposiciones, que tanto daño nos han hecho como país, cuestión que reiteramos una y otra vez, y que estoy pretendiendo superar en mis argumentos. Un poco más de lectura de Carlos Vaz Ferreira no vendría mal para superar estas falsas cuestiones4 e incluso para aprender a pensar más en todos los posibles matices y lugares intermedios que hay entre estos supuestos extremos. Y sí, señores, se puede ser investigador y docente, e incluso tener otra formación docente (pues no sólo existe la formación docente que brindan los institutos de formación docente), se puede estar en la universidad y querer una mejor formación docente, e incluso se puede estar en la formación docente y querer una mejor universidad. Se puede hacer teoría y participar y conocer la realidad de diferentes maneras, estar en Montevideo y no desconocer el interior, etcétera.
Por otro lado, se puede también decir o reivindicar que se quiere un profesor apasionado, enamorado de su saber en posesión y en falta, y estar reivindicando una idea tan antigua,5 tan clásica y a la vez tan vigente, y de ninguna manera estar atacando a los profesores concretos y reales que en este momento están haciendo esta tarea desde esta misma pasión que defendemos. Sólo se trataba de razonar que podemos mejorar los concursos, pero no basta con eso. Estar tan a la defensiva hace imposible incluso la mínima comunicación, demuestra lo flechado que está el escenario, y cómo realmente es difícil ponerle el cascabel al gato y tener más altas miras a la hora de conformar la nueva institucionalidad que reclama el país. Toda opinión cae en una implicación, entonces nadie puede sustentar ningún argumento sin ser acusado de defender los intereses de un bando u otro, un absurdo. Evidentemente, hermenéutica mediante, hay que tratar de evitar los prejuicios y preconceptos a la hora de leer y saber interpretar al otro; el otro, en mi caso, yo misma, que no está atacando a nadie, sino argumentando en favor de una posibilidad más exigente y abierta que la que se nos presenta.
Eso de decir que, de acuerdo con las relaciones de fuerza del momento, los concursos actuales de formación docente son lo mejor que pudieron ser (ya se lo he escuchado decir a varios, y ya eso es de facto admitir que no es lo mejor, sino a lo que pudimos llegar; falta agregar: ¡y qué le vamos a hacer!) es, por lo menos, tener muy bajas miras.6 Aconsejo sí leer más a Hanna Arendt, así muchos más podrían inspirarse en esta gran filósofa judía, exiliada por el régimen nazi, que luchó contra los totalitarismos y pensó de una forma brillante la educación (y no simplemente “parafrasearla”, como se pretende decir para descalificar, en vez de tratar de comprender), y con ella, a toda una cantidad de filósofos de la educación hispanoamericanos que hoy mismo la reivindican con mucha fuerza, para defender precisamente la educación como un valor en sí mismo, más allá de los corporativismos y, sobre todo, más allá del capitalismo triunfante (que nadie dijo en ningún lado que no esté presente en la educación, ¡qué absurdo!; ¿por qué reivindicar esto si no se quiere cuestionar una presencia hegemónica que se impone a todo?).
Cabe aclarar que pienso que ninguna tradición vale por sí misma por ser tradición (ni la de la formación docente, ni la de la universidad, ni la de ningún otro lado). Por decirlo en otros términos más claros y enfáticos, lo que fue y es no es bueno porque fue y es, sino por lo que tiene de bueno, actualizable y reivindicable de acuerdo con ciertos valores que nosotros mismos reivindicamos. Esto es lo que hay que hacer con las realidades que nos vienen de determinadas herencias que nosotros no elegimos pero nos determinan; qué si no más que transformarlas para mejorarlas y actualizarlas. Puede que finalmente la vida no sea tan bella, aunque creo que podemos hacerla más buena, comenzando, por ejemplo, a dialogar sin tantos prejuicios, probando hablar sin agredir e intentando comprender al otro que piensa distinto. Por mi parte, este es el último artículo que respondo en el marco de estos defectos.
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Si se quiere conocer la posición de mi institución sobre los concursos de formación docente, ver la declaración del Consejo de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación ↩
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Deben diferenciarse las cuestiones personales de los que esgrimen en los argumentos y que tienen que ver con el derecho público de ejercer la razón y la crítica en todos los temas. En mi caso personal, cabe decir que, justamente, sí puedo ingresar como concursante (cuestión que no me califica ni descalifica a priori para criticar en ningún sentido). No es verdad claramente, como se dice, que todos los que concursan o están dentro o fuera de una institución están de acuerdo con este concurso, así no tengan más remedio que concursar de esta forma. Por otra parte, tener la posibilidad de transitar diferentes institucionalidades, lejos de ser algo negativo, es algo más que positivo para cualquier profesional y para las mismas instituciones, y debería ser un derecho de cualquier servidor público. A partir de Immanuel Kant, hay que saber diferenciar el ejercicio privado y público de la razón; me remito a su texto ¿Qué es la Ilustración?, que vale la pena releer, por su actualidad. ↩
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Argumento ad hominem. ↩
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Por ejemplo, Lógica viva. ↩
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Me refiero la idea del eros pedagógico, basada en la idea del amor platónico como amor de lo que no se posee, que tan magistralmente rescata hoy día Massimo Recalcati. Lo destacable en un docente es su relación con el saber que sabe trasmitir a los estudiantes. Para esto, necesariamente, todo buen docente debe ser un buen investigador, en el sentido de responder a una fuerte voluntad de saber. ↩
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Incluso surgen voces que dicen “pudo ser peor”, “por lo menos hay concurso”. Me consta que varios hicieron muchos esfuerzos bienintencionados para conseguir este punto al que se llegó, pues, efectivamente, pudo ser peor que lo que se presenta, pero admitamos que esto no significa decir que es bueno. Tampoco es bueno sostener una formación docente sin concursos, obviamente. Y entiendo que hay muchas personas que han sostenido durante años esa institución sin haber tenido ese derecho, lo que también es lamentable. ↩