“Los caminos que encontramos hechos son desechos de viejos destinos. No crucemos por esos caminos porque sólo son caminos muertos”. Pablo Milanés

La reciente culminación del Foro de San Pablo y la declaración que este adopta sobre la situación de Nicaragua disparó una discusión interna dentro del Frente Amplio. Es oportuno entonces retomar el debate sobre la construcción de una nueva Internacional de izquierda.

Una vez le escuché decir a un compañero que el principal problema que tiene la izquierda en el siglo XXI es que todavía no hemos podido elaborar una síntesis colectiva de los aciertos y de los fracasos de los proyectos de izquierda que se sustanciaron en el siglo XX. Comparto hoy más que nunca esta afirmación. Agrego que no haber procesado a cabalidad ese debate, o incluso invisibilizarlo para preservar siempre una inestable unidad, implica que tampoco podamos tener una evaluación compartida de los procesos denominados progresistas en el siglo XXI.

El rotundo fracaso del denominado socialismo real, de los presupuestos teóricos que lo alumbraron, no ha permeado por igual a todos los movimientos de izquierda. Hay izquierdas que construyen estrategias y prácticas políticas a la luz de concepciones desde nuestro punto de vista perimidas.

Dar cuenta de estos aspectos sería inabarcable para este artículo, por lo que voy a concentrarme en dos que considero centrales y que claramente resultan un parteaguas y en lo personal me alejan del rumbo que ha tomado el Foro de San Pablo.

La democracia y la ética

Pierre Rosanvallon sostiene que la gran contradicción del presente es que al mismo tiempo que la democracia afirma su vitalidad como régimen político, decae como forma de organización de la vida en sociedad. La ciudadanía política progresa al mismo tiempo que retrocede la ciudadanía social. Esta disociación entre democratización de la sociedad y la democratización de la política, este desgarramiento de las democracias, es uno de los hechos más importantes de nuestro tiempo, y portador de terribles amenazas. El crecimiento mundial de las desigualdades es uno de los indicios de este desgarramiento. Esta realidad implica una ruptura con la esencia del ideal democrático originario, emergente de las más grandes revoluciones de la historia humana, las revoluciones burguesas del siglo XVII.

Las banderas originarias del pensamiento libertario que encarnaron los sectores oprimidos, las clases subalternas y explotadas, las banderas de la libertad, han sido en algunos casos arriadas en aras de un pragmatismo carente de ideología, y en otros han quedado subsumidas a manos del mercado. El concepto de igualdad que maneja este enfoque está muy emparentado con el de libertad, ya que habla de autonomía y ausencia de subordinación. No es el concepto economicista de la igualdad que manejó el socialismo real: he ahí la diferencia sustancial con este y su vínculo con el ideal libertario.

Los desafíos para reinstalar la democracia como concepto revolucionario, y la igualdad como su condición, son filosófico-morales, políticos y económicos, y están sustentados en la ética de la libertad.

Proponer radicalizar la democracia o profundizarla desde ningún punto de vista puede confundirse con ensayar inventos supuestamente democráticos en los que se discuta la diversidad de opiniones de una sociedad, la absoluta defensa de la libertad de expresión o la defensa inclaudicable de los derechos humanos.

La ética como nueva épica

Un proyecto de izquierda que pretende promover transformaciones profundas de la realidad necesita indefectiblemente una épica. La épica a la cual estábamos acostumbrados, y que forjó los liderazgos del siglo XX en el Frente Amplio, se consolidó en una etapa de la historia reciente en la que el compromiso, la entrega absoluta, tenían mucho que ver con las luchas que forjaron la unidad de la izquierda. Las luchas contra el fascismo, los proyectos oligárquicos y dictatoriales, la polarización de los años 60, forjaron liderazgos basados en el sacrificio por una causa que, muchas veces, colocaba a la vuelta de la esquina la concreción ideal de la sociedad del “pan y de las rosas”.

El siglo XXI nos plantea realidades y desafíos muy diferentes.

Las formas de militancia y de acción política tienen poco que ver con esa “inminencia” de enfrentarnos a coyunturas “finales”, en las que por la sola voluntad todo se definía en un sentido u otro. Por tanto, cabe preguntarse cuál será esa épica que sustituirá a la entrega absoluta, el sacrificio total, que desembocó en cárcel, muerte, exilio, de tantos compañeros y compañeras.

Nos parece que esa nueva épica tendrá que ver fundamentalmente con la ética. Esta nueva etapa deberá colocar la dimensión ética en el centro de nuestros debates.

En esta dimensión ética, el fin nunca deberá justificar los medios. Y tampoco se debería reducir a una dimensión importante, pero a todas luces insuficiente, de tener comportamientos absolutamente probos ya sea en la función pública, empresarial o sindical.

Esta dimensión ética deberá colocarnos ante el desafío de incorporar valores y prácticas cotidianas que contradigan en los hechos una sociedad cada vez más mercantilizada hasta en las más básicas relaciones humanas. Prácticas en las que el valor no sea el dinero y el consumo desenfrenado, que intenten consolidar motivaciones radicalmente nuevas para relacionarnos entre nosotros, y que nos permitan convencernos de que se puede vivir de manera más racional y humana renunciando a esta carrera desenfrenada por adquirir “cosas”, la mayoría de las cuales son prescindibles y que claramente no nos acercan a la felicidad, meta principal a la que todos los seres humanos deberíamos abocarnos.

En América Latina, en los últimos 20 años, surgieron experiencias políticas y sociales alentadoras que lograron sacar de la exclusión a millones de personas e instalaron una agenda de “nuevos” derechos que colocaron el foco en los sectores más vulnerables de la población. Luego de incontrastables avances, estos procesos se encuentran empantanados, en el mejor de los casos, o en franco retroceso en otros, producto de sus propias contradicciones. En buena medida por haberse burocratizado, alejándose de su base social, o por haber permitido el accionar de individuos corruptos traicionando principios rectores fundamentales de la izquierda.

Nos encontramos ante un panorama global bastante desolador, en el que el pensamiento de izquierda, revolucionario, ha ido perdiendo vitalidad. El pensamiento crítico ha sido desplazado por una práctica burocrática. Hoy el desafío es volver a redimensionar la política y el rol de los partidos políticos sobre nuevas bases. Estos desafíos implican asumir el carácter global de estos, la centralidad de la política, la importancia de retomar un pensamiento crítico y de pensar a largo plazo.

Hacia una nueva internacional

Si queremos dar pasos firmes hacia esos objetivos, los partidos de izquierda que conservan una pretensión transformadora y que siguen soñando con una sociedad superadora del capitalismo deberían proponerse el objetivo de conformar un nuevo espacio internacional para la reflexión y para la acción. Las viejas organizaciones internacionales que han nucleado a los partidos políticos que se denominan de izquierda o progresistas se encuentran caducas o sin una agenda potente y movilizadora.

La socialdemocracia ha fracasado en sus intentos de “humanizar” el capitalismo y hoy se encuentra en franco retroceso, sobre todo en Europa. Sin embargo, han surgido nuevas experiencias políticas, que han colocado contenido y sobre todo prácticas políticas removedoras. En América Latina, si bien vivimos una coyuntura compleja en la que muchos proyectos de izquierda se encuentran fuertemente interpelados por sus sociedades, sigue habiendo partidos que se están proponiendo con inteligencia y decisión reencontrar sus principios fundacionales que les permitan recuperar la legitimidad ante sus pueblos; otros mantienen la lucha y resisten los embates de la derecha representante de los intereses oligárquicos e imperialistas.

Este escenario mundial de crisis civilizatoria, en el que las respuestas de ayer no contemplan los desafíos del presente, exige la construcción de una nueva agenda de izquierda a nivel planetario. Esta tiene que edificarse en los principios de libertad e igualdad, y sostener un nuevo proyecto democrático para el siglo XXI. Un proyecto que debe recorrer nuevas prácticas de desarrollo económico dirigido a eliminar inequidades, a construir cohesión social y en absoluta armonía con el cuidado del medioambiente. Del mismo modo, esta nueva agenda debe permitir una reflexión colectiva sobre temas imprescindibles de abordar como son los movimientos migratorios, el movimiento feminista, la situación de refugiados, la extrema pobreza, el racismo, los impactos de lo que se denomina la cuarta revolución industrial, entre otros. En definitiva, la nueva agenda debe orientarse al desarrollo humano en libertad e igualdad.

Marcos Otheguy es senador del Frente Amplio.