La afirmación de que tras casi 15 años de gestión las políticas educativas del Frente Amplio han fracasado se ha convertido en tópico. La reiteran una y otra vez los dirigentes de la oposición política, respondiendo a reglas connaturales a una campaña electoral. Pero es suscrita también por un buen número de especialistas, periodistas y diversos actores de la sociedad civil.

¿En qué medida es correcta esa asunción tan extendida? Para contestar a esta pregunta con propiedad se requiere determinar algún patrón con el que ponderar el éxito o el fracaso educativo. Con este objetivo, me parecen pertinentes dos estrategias de análisis: la primera, rastrear la evolución de los principales indicadores educativos a partir del comienzo de la gestión del Frente Amplio. La segunda, analizar la situación actual en relación con ciertos parámetros que pueden estimarse como deseables. En tanto la primera procura responder a la pregunta “¿nuestra educación ha mejorado en la última década y media?”, la segunda apunta a otra interrogante: “¿los resultados educativos actuales son satisfactorios?”.

En el período analizado, la cobertura educativa se ha ampliado en todos los tramos etarios. Esto es reconocido en el nivel preescolar: entre los tres y los cinco años ha ascendido de 73% a 89%. Pero también es cierto para el ciclo medio, que es el foco principal de preocupaciones y críticas (entre los 12 y 14 años, de 95% a 97%, y de 15 a 17 años, de 72% a 83%).1 Asimismo, esa expansión disminuyó las brechas porcentuales de cobertura entre estudiantes provenientes de contextos económicos “muy altos”, en un extremo, y “muy bajos”, en otro, para todas las edades (entre tres y cinco años, de 28 a 13 puntos porcentuales; entre 12 y 14 años, de 7 a 4 puntos; entre 15 y 17 años, de 38 a 22 puntos). Adicionalmente, los escolares en régimen de jornada completa pasaron de representar 7% en 2006 a 19% en 2017.2

Una segunda variable a contemplar es la trayectoria educativa de los estudiantes, que se vincula estrechamente con fenómenos como la desafiliación y la repetición. Entre los escolares de siete a 11 años, el porcentaje que se hallaba cursando el grado correspondiente a su edad ascendió de 75% a 86%. Lo mismo ocurrió con los estudiantes de entre 12 y 14 años (de 61% a 76%) y de 15 a 17 años (de 41% a 50%). También en este rubro las diferencias según procedencia económica se redujeron. Y las tasas de promoción entre grados acompañaron esas tendencias (de 92% a 95% en primaria, de 70% a 74% en el ciclo básico de secundaria).

La tercera variable a tener en cuenta es la culminación de la educación media. En la educación media básica (de 1º a 3er año), para todas las edades las tasas han aumentado entre 2006 y 2018: a los 17 años, de 61% a 69%; entre los 18 y 20 años, de 64% a 75%; y entre los 21 y 23 años, de 61% a 74%. El incremento es notorio entre los estudiantes de 18 a 20 años de procedencia económica “muy baja”: de 42% a 59%. Por su parte, el egreso de la educación media superior pasó de 22% a 33% para estudiantes de 18 a 20 años, y de 32% a 42% para estudiantes de 21 a 23 años.

La cuarta y última variable cotejada refiere al desempeño de los estudiantes. El cotejo surge aquí de comparar los resultados de las pruebas internacionales SERCE (2006) y TERCE (2013), para estudiantes de 3er y 6º grado de Primaria, y de las pruebas Pisa aplicadas a jóvenes de 15 años en 2006 y 2015. En este caso, las variaciones en los distintos ítems medidos son –en términos generales– muy menores, sea en las áreas curriculares con alzas como en aquellas otras con bajas.

En síntesis: en las postrimerías de la tercera gestión de gobierno del Frente Amplio, se evidencia un incremento en el porcentaje de estudiantes inscriptos en todos los tramos de la educación obligatoria, una mejora en el ritmo de su progresión en los estudios, y un aumento de las tasas de egreso en los dos ciclos de la educación media. Paralelamente, la evolución de todos estos indicadores trasluce una distribución social de los logros educativos menos inequitativa que la existente al comienzo del período. En los niveles de aprendizaje, en cambio, no se advierten mejoras consistentes.

Por lo tanto, los resultados de las variables más importantes del sistema educativo en su tramo obligatorio, consideradas en conjunto, han mejorado a lo largo de los 15 años de gobiernos frenteamplistas. Es muy difícilmente argumentable, entonces, que su gestión pueda ser calificada como un fracaso, sin más.

Pero como indicaba más arriba, hay otra forma de juzgar la performance del Frente Amplio en esta arena política, que no radica en la progresión de los logros sino en la evaluación de la situación educativa actual, haciendo foco en algunos déficit persistentes y en su distancia con una imagen deseable.

En esta otra mirada, debe anotarse que aún luego de un período en que se incrementaron sustantivamente los fondos públicos destinados al sector, seis de cada diez jóvenes continúan sin culminar la educación media, sólo uno de cada seis de los que pertenecen al nivel económico más bajo lo logra, y entre cuatro y cinco estudiantes de cada diez no alcanzan niveles de aprendizaje mínimos en Matemática, Lenguaje y Ciencias a los 15 años de edad. Son apenas tres indicadores –probablemente los más graves– que dan cuenta de la distancia existente entre nuestro presente y las legítimas aspiraciones de un desarrollo social y económico más elevado, sustentado en la educación de los ciudadanos.

Este segundo baremo, tan válido como el anterior, es el empleado –por lo general, exclusivamente– por los críticos de la gestión educativa frenteamplista. Para estos, las mejoras son marginales o se relativizan. De allí la categorización del fracaso educativo. Pero un juicio ponderado requiere admitir los dos postulados, que no son contradictorios: el de las mejoras apreciables y sostenidas, y el de los grandes desafíos aún irresueltos.

Esta perspectiva no sólo es apropiada para evaluar una gestión política que finaliza, sino también para orientar la impronta que pueda caracterizar al cambio educativo en el futuro cercano.

Por un lado, aun reconociendo los logros de los últimos años, la persistencia y magnitud de dilemas como los citados evidencian la necesidad de transformaciones sistémicas de un porte mayor a las procesadas hasta la fecha, dotadas de mayor dirección y coherencia, e inscriptas en planes con horizontes temporales más extendidos.

Por otro lado, la evolución reseñada pone de manifiesto que no existe para nuestras políticas educativas un pasado cercano que pueda idealizarse, ni actores del campo educativo –dirigentes políticos, autoridades de la educación, expertos– que por sus experiencias anteriores se puedan adjudicar resultados mejores que los obtenidos en los últimos 15 años.

Se trata, en definitiva, de asumir a la educación como un problema complejo, especialmente sensible a la incidencia de otras políticas y variables sociales, pero a la vez dotado de una gramática propia. Que se tramita, además, en tiempos que son más lentos que los de otras políticas. Pero que en última instancia exige una resolución satisfactoria, como cualquier problemática social. Entender cabalmente estas complejidades y particularidades, y aprender de nuestras propias experiencias, contribuiría a prevenirnos tanto de posturas conformistas como de simplificaciones tecnocráticas.

Nicolás Bentancur es doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor titular grado 5 del Departamento de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar. Docente e Investigador en temáticas de políticas públicas y políticas educativas.


  1. Todos los datos surgen de: INEEd, Indicadores del Mirador Educativo (https://mirador.ineed.edu.uy/indicadores.html); INEEd (2015) Uruguay en el TERCE: resultados y prospecciones; y ANEP (2016) Uruguay en PISA 2015. Primer Informe de Resultados. Cuando no se indica lo contrario, los valores corresponden a los años 2006 y 2018. 

  2. No presento la evolución del tramo de 6 a 11 años por cuanto la cobertura ya se hallaba universalizada al comienzo del período.