“Hay que tener un discurso para mantener los derechos a los que los conquistaron, pero también otro para aquellos que todavía no los tienen, los sectores más débiles de la sociedad [...] los que tienen dificultades para llegar a fin de mes o no pueden acceder a una vivienda digna”.1
La campaña del partido de gobierno, en busca de su reelección, tiene como eje dos ideas fuerza: “conservar lo bueno” y “hacerlo mejor”. La noción del “nuevo impulso” estaría asociada a subir un cambio y efectuar un enérgico empuje, que redunde en un salto: un salto cualitativo, un cambio de rumbo y acaso de paradigma en muchas áreas (educación, empleo, vivienda, ambiente, drogas, etcétera).
Lo primero obligaría a hacer una lista muy larga de avances, conquistas y progresos en todos los órdenes, imposible de enumerar aquí, y aparte no es el punto. Lo segundo, sobre lo que sí me quiero detener, tendría que ver con lo que no se pudo hacer, lo que no se supo hacer, lo que no se hizo bien, todo “lo que resta por hacer”, que es preciso hacer bien. Sobre todo, hacer distinto.
Esto estaría relacionado, a su vez, con cuestiones de fondo: con críticas por izquierda, por el centro y por derecha. En unos casos, se trata de críticas por el desvío de la fuerza de gobierno de un horizonte de izquierda (corridos hacia Unidad Popular, el Partido Ecologista Radical Intransigente, el Partido Verde Animalista, el Partido de los Trabajadores): críticos de la primarización de la economía, la extranjerización de la tierra, la negociación con el capital transnacional, equívocos en la política industrial. En otros, el desencanto y el enojo de las clases medias –irónicamente, enojadas por dinámicas y tormentas desatadas por la propia lógica capitalista o reformista– que se corrieron a votar a Luis Lacalle Pou o a Ernesto Talvi: por menos Estado y más puro capitalismo. Pero también, y principalmente, angustias, realidades y necesidades insatisfechas de parte de grupos importantes de los sectores populares (el “subproletariado” al que hacía referencia Óscar Bottinelli en una nota reciente), los que en el pasado apoyaron a Jorge Pacheco Areco o a Pedro Bordaberry y hoy han sido seducidos y han puesto su ilusión en Juan Sartori, Edgardo Novick y Guido Manini.
Si pensamos que el partido de gobierno perdió en el entorno de 200.000 votos –y otro grupo importante lo votó a regañadientes, como el mal menor, pero no enamorado–, “hacerlo mejor” significa ir al encuentro, escuchar, entender y dar respuesta a las razones por las que todas esas personas no dieron su voto al partido de gobierno, o lo dieron de mala gana. No nos podemos enojar con ellos, y menos salir a rezongarlos (como hizo Mauricio Macri). Por el contrario, hay que entender sus inquietudes, razones, sentimientos y demandas, seleccionar aquellas que son muy entendibles, razonables, compartibles y hasta de sentido común, hacerlas nuestras y poner el acento en las propuestas nuevas, mejor enfocadas (por aquello de “hacerlo mejor”).
Muchas de las críticas que se vienen escuchando –por izquierda o por derecha– son de recibo: la preocupación por el medioambiente (deteriorado por los desarrollos en el agro, la industria, el comercio y el transporte, que actúan en su degradación); políticas que benefician a los grandes inversores extranjeros y no así a los pequeños empresarios; sobrecarga de los sectores medios y alivio de los sectores de altos ingresos; varios casos de corrupción o connivencia, de distinto tamaño y visibilidad, desmoralizantes e indignantes para la gente del pueblo. También, la política carcelaria, que afecta a los más pobres y es una cuestión de derechos humanos, que obliga a otro modelo de rehabilitación penal, y que si bien debe atender el problema del hacinamiento, esto no pasa por construir megacárceles (como la nueva cárcel de Punta de Rieles, que fuera objeto de denuncia de parte de los artistas uruguayos en la pasada Bienal de Venecia).
Es vital que el Frente Amplio les hable a estos sectores, reconozca estos problemas y les plantee un cambio en relación con lo que se hizo o se viene haciendo: propuestas y políticas más decididas, enfocadas y afinadas.
Está claro que aun pese a todas las escuelas construidas y la expansión de la educación en todos los niveles, algunos resultados de la educación son pobres, y varios son catastróficos (que sólo 40% de los jóvenes termine el liceo, las pobres condiciones de trabajo y profesionalización de los docentes, etcétera). La vivienda y las condiciones en las que viven muchas personas en los cientos de asentamientos del país (familias en crisis, madres jóvenes, con muchos hijos, todos muy pobres) siguen siendo un problema doloroso y una cuenta pendiente (aun reconociendo todo lo que se ha mejorado y avanzado y que la política no es magia). Las políticas de vivienda no han alcanzado a los más necesitados. Los barrios periféricos siguen allí, con problemas de toda clase, sin ser la prioridad en materia de derechos y servicios que debe garantizar el Estado.
Muy asociado con todo ello, persiste y aun se ha agravado el problema de la delincuencia y la inseguridad, mezclado con la adicción y el tráfico de drogas, que asuela especialmente a estos barrios, cuyos habitantes, las clases populares, sufren a diario, y que los tiene aterrados y por lo cual se enrejan, se arman y van al templo a ayudarse y a pedir a dios y a algún providencial héroe o profeta que resucite y los venga a salvar.
En suma, el desafío para la segunda vuelta y para el próximo gobierno –en el que el Frente Amplio (FA) será el partido con la bancada parlamentaria mayor– consiste en, primero, “conservar lo bueno” (que ya es mucho y que habrá que defender) pero –más importante– cambiar la forma de pensar y hacer muchas cosas, “hacerlo mucho mejor”, dar un salto hacia un progreso y desarrollo de izquierda, que es desarrollo social y desarrollo humano, y que, sobre todo, pasa por atender todos estos problemas enumerados y otros que están en la base del enojo, la angustia, la desazón y hasta la desesperación de sectores importantes de las clases populares que el domingo 27 buscaron respuesta e ilusión fuera del FA, porque en estos años no se pudo o no se supo darles la debida respuesta. Es vital que el FA les hable a estos sectores, reconozca estos problemas y les plantee un cambio en relación con lo que se hizo o se viene haciendo: propuestas y políticas más decididas, enfocadas y afinadas. En términos electorales, porque es la única forma de aspirar a reconquistar su confianza y su voto. Y en términos éticos y políticos, porque todas estas necesidades y demandas son las que debe atender un proyecto social de izquierda, que, a su vez, debe escapar a las falsas promesas y soluciones que se venden en las otras tiendas, en esta feria de la elección.
Gustavo Remedi es doctor en Literatura Hispanoamericana y profesor en el Departamento de Teoría y Metodología Literarias del Instituto de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República.