En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, hace apenas 81 años, las tropas de asalto nazis (SA) junto a grupos de civiles, con la pasividad de la Policía, arremetían, incendiaban, rompían comercios, casas, atacaban hombres, mujeres y niños judíos.

Desde el poder se promovía el odio colectivo contra los judíos, luego contra otras colectividades. Fue el preanuncio, la antesala del Holocausto. Más precisamente y sin alusión al rito bíblico: la Shoáh, o la catástrofe, que en Alemania, Austria y en los territorios ocupados de Europa funcionó como una terrible, brutal máquina de exterminio masivo, contra judíos principalmente, pero también contra disidentes políticos, gitanos, negros, homosexuales, discapacitados.

La nación más educada, la que dio los mejores genios, se transformó y construyó y diseñó campos de concentración, de exterminio. No fueron sólo las tropas de asalto. Hubo arquitectos, ingenieros, químicos farmacéuticos, médicos, obreros que levantaron los campos, hornos crematorios, cámaras de gas, laboratorios que produjeron el gas Ziclon B. Gente de “bien” que buscaron refugio en un líder mesiánico que les traería orden y autoridad. Se fue instalando y naturalizando en silencio, monstruosamente, hasta la crueldad máxima: la solución final, el exterminio planificado.

“Después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie”, dijo Theodor Adorno.

Hablar de lo que ocurrió

Hay que dejar de hablar de “cosas que ocurrieron hace muchísimo tiempo”, dijo recientemente el general retirado Guido Manini Ríos. Un recurso reiterado por varios, que ha funcionado como una interesada coartada de la cultura de la impunidad para enterrar el pasado.

La colectividad judía, los hombres y mujeres justos, conmemoramos este día porque para nosotros no hay caducidad de la memoria. Queremos hablar de esas “cosas” que ocurrieron en nuestro país. Vamos a seguir conmemorando los crímenes que han lesionado la humanidad. Como un juramento de resistencia y para promover que no ocurran nunca más.

Queremos hablar porque vivimos un momento en el mundo donde comienza nuevamente a crecer el odio, el ataque al diferente, a los derechos, a los migrantes, a los árabes, negros, latinos, a las mujeres, a la diversidad sexual. Resurgen, atraídos por prédicas mesiánicas, camisetas con el acrónimo HKNKRZ, abreviación sin vocales de la palabra “Hakenkreuz”, la cruz gamada. Escuchamos explicaciones, no repudios contundentes.

El derecho al amor

Decía Václav Havel: “quienes odian se basan en la percepción fatal de que el mundo no les da lo que se merecen. No hay diferencia entre odio individual y odio profesado por un colectivo. El odio colectivo actúa como una aspiradora. Ese odio compartido y profundizado por un grupo de personas capaces de odiar tiene una atracción magnética. Siempre encontraremos suficientes gitanos, judíos, checos, que sirvan para ilustrar la idea de que tienen culpa de todo. El odio colectivo simplifica la vida de quienes son incapaces de ser independientes”. Algunos son dependientes, tienen miedo y necesitan un líder que los conduzca y los salve.

Además, queremos rememorar el pasado, seguir exigiendo verdad y justicia, porque junto con la Noche de los Cristales, también conmemoramos todos los 19 de abril, con la comunidad judía, el levantamiento del gueto de Varsovia y la heroicidad de Mordejai Anielevich y quienes se levantaron en armas contra el opresor. Siempre hubo y habrá resistencia al odio, y siempre hay quienes defenderán, irrestrictamente, el derecho al amor, el derecho a ser iguales y diferentes, y sobre todo, libres.

Justos entre naciones

En agosto de 2013 tuve el alto honor de representar a Uruguay en la 42ª Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se celebró en Antigua, Guatemala. Trabajamos con varias organizaciones judías y de otros colectivos discriminados, celebramos que Uruguay fuera de los seis primeros países en firmar la “Convención Interamericana contra el Racismo, la Discriminación Racial, y formas conexas de intolerancia” y la “Convención Interamericana contra toda forma de Discriminación e Intolerancia”. De las mejores tradiciones de nuestro país: firma, ratificación y depósito de todos los instrumentos de derechos humanos del sistema interamericano.

Al despedirme como embajador en el Consejo Permanente de la OEA (agosto de 2014) subrayé este pilar de nuestra política exterior: “Uruguay avanza en derechos pero lo hace sobre las tradiciones progresistas. Como la de asilo y refugio, que tuvo acciones ejemplares como la del diplomático Florencio Rivas, que en 1938, siendo cónsul en Hamburgo, al otro día de la Noche de los Cristales Rotos, encontró 150 judíos en su jardín y enfrentó a la Gestapo envuelto con una bandera uruguaya. Les dijo que a su casa, territorio uruguayo, sólo entraban con el permiso de su gobierno o de él. Esos refugiados se salvaron y viajaron a Uruguay. Como también la del embajador Carlos María Gurméndez, que salvó en Holanda a 20 hombres y mujeres, incorporándolos como funcionarios y viajando hacia Suiza primero y luego a Lisboa”.

Hoy el cónsul Florencio Rivas es un ejemplo. Sin embargo, fue repatriado y lo esperaba un sumario. Todavía era la dictadura de Gabriel Terra, apoyada por Luis Alberto de Herrera, del Partido Nacional, y por Pedro Manini Ríos, del Partido Colorado. Todos simpatizantes de las potencias del eje. Si será necesario mirar algunas cosas del pasado. Leamos como se alineaban las fuerzas en esas épocas: “En vísperas de las elecciones, el Comité de Vigilancia Económica –una organización que nucleaba a empresarios y hacendados– convocó a un “paro patronal” de 48 horas, en protesta por la iniciativa del Gobierno de establecer un salario mínimo y expresó su apoyo a las candidaturas de Herrera y Manini Ríos” (El País, 22 de junio 2019).

Pero como yo no era, no me importó

La expresión de la ultraderecha aquí no tiene parangón con lo que fue el nazismo. Obvio que no es lo mismo. Que muchos votantes lo que buscan es una referencia protectora de autoridad. Pero esto no le quita gravedad.

Podríamos parafrasear el poema del teólogo alemán Martin Niemöller: “Primero levantaron muros contra los mexicanos y centroamericanos / pero a mí no me importó porque yo no lo era y estaba lejos / Luego, en Europa convirtieron el Mediterráneo en un gran fosa, incendiaron a migrantes y mataron a transexuales / Pero a mi no me importó porque yo no era y también porque está lejos”.

Jair Bolsonaro saludó a los torturadores, asesinaron a Marielle Franco. Su hijo, homofóbico perverso, próximo embajador en Estados Unidos, emitió un mensaje armado hasta los dientes, y atacó al hijo del presidente electo en Argentina.

Dijimos: “Están cerca, pero en Uruguay eso no pasará”.

Hoy, un diputado electo la emprende contra el aborto y agrede a las mujeres: “Si te gustó, bancátela”. Su líder dice que esto no fue ofensivo, y también dice que va a revisar toda la agenda de derechos. Defiende a torturadores y desaparecedores. Ataca a la Justicia.

Es grave que haya quienes banalicen estas señales con un argumento pueril: no son parte de lo que se firmó en el acuerdo de coaligados. Se supone que conformarán gobierno y otorgarán ministerios a gente que es portadora de estas ideas de odio.

Esperemos que, ahora que nos toca a nosotros, no sea tarde. Ya hay algunos cristales rotos. Es una alarma. No sólo para los izquierdistas. Para todo el arco democrático, liberal, republicano. Para todas las mujeres y los hombres justos.