Han abundado en estos días las expresiones de rechazo a lo expresado por el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador reclamando un pedido de perdón por la conquista y las innumerables atrocidades cometidas por los invasores españoles contra los pueblos americanos, esclavizados, en gran medida exterminados, oprimidos, privados de su identidad cultural, con el pretexto de “civilizarlos” y convertirlos a la “fe verdadera”. Hasta destacados intelectuales sudamericanos se han plegado a tal rechazo, tildando esa carta de ridícula e improcedente.

Se publican artículos diciendo que hay que juzgar y evaluar el pasado de acuerdo a la situación y valores de cada época, no con los actuales como referencia.

Si bien es muy cierto que para entender los acontecimientos históricos tal como los conocemos, tanto del pasado reciente como del remoto, debemos acercarnos a los valores, costumbres y cosmovisión de la época, las atrocidades, conquistas, matanzas, opresión de pueblos por otros son tan condenables en su momento como hoy. Estamos sentando un muy mal precedente para el futuro si crímenes del pasado se pueden justificar de modo que los descendientes de tales protagonistas en esos países puedan sentirse completamente inocentes de tales desmanes.

Hay un límite muy delicado y fino entre aceptar que ciertos comportamientos históricos ocurrieron, evaluarlos, medir sus consecuencias y ver cómo influyeron en la vida de otros pueblos, haciendo que incidan lo menos posible en esa valoración nuestros prejuicios y preconceptos, y la muy condenable actitud de aceptar tales comportamientos como válidos llevados por las invenciones autojustificatorias de los responsables.

El pasado reciente nos habla muy distinto de tales acomodaticios subterfugios. Los alemanes descendientes de los nazis y sus atrocidades no se excusan diciendo que ellos no son responsables; por el contrario, reconocen esos crímenes de sus padres y abuelos, declaran ilegales esas ideologías y compensaron ampliamente a muchas de las víctimas.

Un país asiático, por el contrario, ha rechazado reconocer oficialmente y compensar a las innumerables víctimas de las atrocidades cometidas por sus antepasados inmediatos y por el gobierno de la época durante la Segunda Guerra Mundial; matanzas, prisioneros de guerra esclavizados, aniquilados en gran número por hambre, trabajos excesivos, experimentos biológicos, brutales regímenes de encarcelamiento; miles de mujeres de países conquistados prostituidas en lupanares militares: todo eso se silencia, se minimiza o se evita reconocer, y se niegan compensaciones de cualquier tipo.

Muy distintas actitudes, que algunos pueden considerar moralmente válidas o totalmente amorales, con el pretexto de un supuesto orgullo u honor nacional.

La iglesia católica ha pedido perdón por las atrocidades cometidas por la Inquisición hace siglos; según estas peregrinas actitudes de quienes insultan al presidente mexicano, no debería haberlo hecho, pues, después de todo, los inquisidores obraban de buena fe, defendiendo lo que creían que era para supuesto bien de la humanidad.

Tal pedido de perdón al rey de España –a lo que se oponen muchos españoles, para quienes los viajes de Cristóbal Colón abrieron el camino a la civilización de pueblos “atrasados e impíos”, y no a múltiples excesos imperdonables– allanaría el camino para un acercamiento entre pueblos, reconociendo unos los crímenes cometidos, y apreciando los otros los valores de quienes aceptan la verdad histórica sobre lo que sus antepasados hicieron.

De otro modo, entramos en un terreno muy peligroso, pues conquistas, opresión y matanzas han sido siempre crímenes condenables; hoy, hace 300 o 400.000 años, y si razonamos de modo distinto justificando todo eso por ser “cosas naturales de la época”, allanamos el camino para que futuros crímenes puedan ser también justificados y “comprendidos”, con las consecuencias nefastas que ello implica.

El rechazo a “moralizar la historia” se convierte de esta forma en un intento de “amoralizar” la historia, que postula que todo vale en función de “la cosmovisión de la época”, y que matar, oprimir, saquear y aculturizar devienen comportamientos no condenables.

Juan José Castillos es investigador y docente en temas de historia antigua.