El enfrentamiento, a veces el desprecio, entre rurales y urbanos tiene una larga data. En ese enfrentamiento, los rurales, los “ganaderos llorones” según el estereotipo urbano, vienen perdiendo frente a los urbanos, quienes, según el estereotipo rural, son una clase bastante holgazana que vive de lo que ellos producen. La manifestación reciente más transparente de la clase media y alta de propietarios rurales fue protagonizada por el extinto movimiento Un Solo Uruguay.
El momento álgido de la confrontación rural-urbana coincidió con el cenit de la carrera del líder agrarista Benito Nardone, quien sostuvo una encendida prédica contra los “pata arrollada” de la ciudad. En ese período, la década de 1950, la población rural todavía era significativa. La situación ha cambiado radicalmente, y de los 87.000 establecimientos de esa época desaparecieron 43.000 –entre ellos, 40.000 de menos de 100 hectáreas–.
Los antecedentes de ese pensamiento se remontan a los fisiócratas, que sostenían que la única fuente de riqueza era la agricultura. Los ecos del discurso de François Quesnay (1694-1774), su mayor exponente, resuenan aún hoy en las reuniones de los empresarios y productores agropecuarios. Más cercano en el tiempo y el espacio, en 1930, Julio Martínez Lamas denunciaba que la ciudad aplastaba el progreso en el campo mediante impuestos que condenaban al atraso rural y financiaban la fastuosidad y el ocio urbanos. Un año después de publicado su libro, la Federación Rural del Uruguay lo nombraría socio vitalicio.1
Como señala Raúl Jacob, riguroso estudioso de la historia nacional, “Montevideo fue para Martínez Lamas la ‘bomba de succión’ de la campaña, la ciudad que trasmutaba los rebaños por palacios de mármol y granito mientras el campo se despoblaba por obra de un latifundio que no podía cambiar por falta de capitales”. En el otro extremo, coetáneamente, el batllismo confiaba en la industrialización estimulada por impuestos al agro que también contribuirían a reducir el latifundio. Tal era la confrontación por la distribución de la renta diferencial ganadera, por aquellas épocas fundamental, así como su destino. Es justo mencionar que Martínez Lamas proponía utilizar esa renta en una industrialización auténtica (no parasitaria) y en un sector agropecuario dinámico, impulsado por empresas que sustituyeran el latifundio.2
En el medio urbano, cuando las personas reciben información sobre algún reclamo rural, tienen la opción de apelar al “siempre se quejan pero andan en 4x4”. Las elites urbanas instruidas se interesan en otros temas. Para comprobarlo alcanza con observar las notas de la cubierta de la diaria, lo mejor del periodismo escrito en Uruguay. En la portada de los 12 números publicados entre el 11 y el 25 de marzo de este año por ese medio, ninguno de los 87 títulos concernía a la economía, el comercio exterior, el agro, la industria, la construcción y otras ramas, ni al empleo o los salarios. La excepción fueron dos titulares dedicados al turismo. 41 titulares referían a temas de la política y sindicales, 26 a educación, cultura y deportes, diez a derechos humanos y género, y cinco a medioambiente.
Los dos titulares de portada de la diaria dedicados al turismo parecían particularmente convocados desde la perspectiva del consumidor del servicio. Es ilustrativo al respecto lo acontecido durante la primavera de 2008 y hasta el 15 de enero de 2009, período en el que los medios de comunicación y buena parte de la población seguían considerando que el tiempo era bueno si no llovía, mientras el agro enfrentaba la peor sequía en varias décadas, además de una profunda crisis de los mercados de exportación.
En los canales de televisión privados priman las notas policiales, mientras que las referidas al agro o la industria se presentan esporádicamente, cuando hay hechos particularmente llamativos, tales como demandas empresariales fuertes, cierre de grandes empresas o duros conflictos.
En Uruguay, el proceso de urbanización fue temprano. Cualquier sociedad que progresa va dejando atrás la importancia de las tareas de producir sus alimentos, y puede dedicarse a otros menesteres importantes para el bienestar, entre ellos la atención de la salud, la educación, las industrias, la construcción y el ocio. Afortunadamente, en la mayor parte de los países ese proceso se aceleró en el siglo pasado.
En Uruguay, a diferencia de la mayor parte de los países más desarrollados, el comercio y los servicios antecedieron a una base agraria suficientemente avanzada lo mismo que a la industrialización, que nunca alcanzó niveles elevados. Ese parto sietemesino del sector comercial y de servicios fue posible por los bajos costos de producción ganadera, la apropiación de renta diferencial de la tierra y su recanalización a otros destinos. Aun hacia 1950 la participación de la agricultura en la economía de Francia era mayor que en Uruguay. Por supuesto, la situación actual es muy distinta.
En el Uruguay actual, 8% de las personas ocupadas abastece de alimentos a su población y provee la base de cerca de 80% de las exportaciones, sin las cuales sería imposible importar y, por lo tanto, subsistir. Esas personas no son distintas de las urbanas en muchos sentidos. Más de la mitad son asalariados, la proporción de productores pequeños y medios es mayor que en las actividades urbanas, y existen relativamente pocos empresarios grandes, entre ellos algunos extranjeros.
La contribución del trabajo rural no es pasiva; hay iniciativa, hay cambios como en los otros sectores y, tomada en conjunto, la productividad ha crecido más que en el comercio y los servicios. La renta diferencial generada no se limita a generar ganancias y rentas en el sector agropecuario. También hay transferencias significativas al resto de la economía, las principales encubiertas por un atraso cambiario que favorece el consumo interno y, por esa vía, a las actividades comerciales y de servicios que siguen acrecentando su participación en la ocupación y en el ingreso nacional.3 Por cierto, el atraso cambiario no es visible, no es fácil de interpretar y tampoco son poderosas las razones que impulsan a entenderlo.
En suma, sin desconocer las diferencias y conflictos entre los diversos sujetos sociales, cabe destacar la importancia de evitar el estereotipo campo-ciudad que impide reconocer la legitimidad del otro y el encuentro de soluciones a los problemas compartidos.
Martín Buxedas fue profesor de Economía Agraria en la Facultad de Agronomía (Universidad de la República), y director de OPYPA/MGAP entre 2005 y 2010.
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Martínez Lamas, Julio (1996). Riqueza y pobreza del Uruguay. Estudio de las causas que retardan el progreso nacional. Cámara de Representantes, Montevideo. La cita de Raúl Jacob integra el prólogo de esa edición. ↩
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Décadas después, Alberto Methol Ferré retomó la visión de Martínez Lamas y le dedicó una amplia referencia. Y en 1967 Methol argumentó que la evolución de la captación y distribución de la renta diferencial de la tierra era una pieza clave de la explicación del proceso histórico de Uruguay. ↩
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La afirmación se sustenta en la tesis inédita de Gabriel Oyhançabal; un minucioso estudio cuantitativo sobre la magnitud y distribución de la renta diferencial en Uruguay entre 1955 y 2015. ↩