Recientemente recibimos en la comisión de Asuntos Internacionales del Senado a un embajador cuyo destino había sido Emiratos Árabes Unidos, a los efectos de que hiciera una rendición de cuentas de su labor. Además de una muy buena exposición, nos presentó un informe muy detallado de su trabajo y de la realidad de dichos emiratos. Al ojearlo me encontré con una curiosidad que ofició de disparador de este artículo: la existencia de un Ministerio de la Felicidad. Es claro que este país no se destaca por el respeto a los derechos humanos ni por colocar en el centro de sus desvelos la felicidad de su pueblo, por lo tanto este artículo no tiene ningún punto de contacto con dicha experiencia u otras similares en el mundo. No obstante, me llevó a reflexionar sobre qué debería hacer y cuáles serían las competencias de un ministerio que se propusiera promover la felicidad en una sociedad.

En un año de campaña electoral, cuando subyace cierto descreimiento en la política y los políticos, y se han instalado las noticias falsas, la discusión superficial, las promesas impracticables, el dinero como norma que convierte la campaña en un espectáculo triste, me parece desafiante colocar en el centro del debate el desafío de bucear en torno a cuáles serían los caminos para alcanzar, como decía José Artigas, la pública felicidad.

Algunos países han colocado este “sueño” como el centro de sus desvelos; por ejemplo, Ecuador y Bolivia han incorporado en sus constituciones conceptos milenarios que vienen de los pueblos originarios. El sumak kawasay o el sumak qamaña nos hablan del buen vivir; el primero es una voz quechua que se traduce como el buen vivir o vivir en plenitud; el segundo viene del aimara, que propone el vivir bien. En nuestro paisito este concepto también anduvo rondando fogones y revoluciones de la mano de Artigas, cuando ponía la “pública felicidad” en el centro de sus desvelos.

Rodríguez Maglio resalta “el rol que les asignaba Artigas a las ideas en la obtención de la felicidad. Si los hombres se orientan por las ideas correctas, serán felices. Si se guían por ideas equivocadas, terminarán siendo infelices. Esto puede parecer muy simplista y esquemático, pero no lo es, para nada, y valía tanto en aquella época como en nuestro tiempo, tanto para los pueblos como para las personas”1. Tiendo a pensar que esto es sustancialmente así, que en el fondo lo más importante son las ideas, los valores; en definitiva, la cultura que pauta nuestra forma de proceder.

En un año electoral, proponer este enfoque implica sostener que entre el proyecto liberal conservador que representan fundamentalmente los partidos tradicionales, y el proyecto de izquierda, no hay sólo ni fundamentalmente diferencias políticas o económicas, hay también profundas diferencias filosóficas, ideológicas y, por supuesto, culturales. También es de orden señalar que hace un buen tiempo buena parte de la izquierda y de quienes la representamos tenemos un comportamiento, formas de pensar, pero sobre todo de actuar, en las que esta línea entre el liberalismo conservador y las diversas izquierdas se ha desdibujado demasiado.

Si pretendemos vivir como una elite privilegiada en comparación con la enorme mayoría de nuestro pueblo, si mandamos nuestros hijos a colegios privados, si algunos malgastan por incapacidad o mala conducta los recursos públicos, si no decimos siempre la verdad y perdemos la capacidad de ser autocríticos, nos terminamos pareciendo demasiado.

La revolución era para Artigas, y para cualquier verdadero revolucionario a lo largo de la historia, no sólo un hecho político y económico sino, antes que nada, un hecho cultural que permitía instalar valores y virtudes para la consolidación de una mejor sociedad. Volviendo al asunto de la felicidad, lo primero a plantear es que para alguien de izquierda la búsqueda de la felicidad no es un camino solitario o individual. Esa búsqueda es siempre con los demás, sin dejar a nadie afuera, salvo que por su propia voluntad así lo desee; creando cada vez mayores condiciones de igualdad, respetando absolutamente todos los derechos humanos, con democracias profundas y participativas.

Sin duda, la batalla es en todos los planos, pero considero que el central es el cultural. El Pepe repite seguido que los políticos deberíamos vivir como la mayoría del pueblo, y lo comparto; el problema se complejiza cuando buena parte de ese pueblo quiere vivir como la elite que lo ha gobernado históricamente.

No vale calentarse si no supimos instalar estos debates, convencer con las ideas pero sobre todo con el ejemplo, para que el pueblo no termine votando como dócil porcino al que lo carnea.

Me parecía necesario navegar por estas reflexiones, pero retomo lo del Ministerio de la Felicidad y les propongo el ejercicio de pensar qué tareas debería abordar como prioritarias.

Sugiero algunas:

  • El foco debería estar en niños, niñas y adolescentes, generando las condiciones y las oportunidades para que sean mejores ciudadanos. Mejor formados, más libres, más solidarios, más tolerantes, en definitiva, mejores.

  • La cultura en todas sus dimensiones debería ser una prioridad nacional; las sociedades en las que la cultura es jerarquizada de verdad, son sin duda mejores sociedades.

  • Se deberían generar rendiciones de cuenta anuales para ver el grado de cumplimento de todas las políticas afirmativas y de inclusión votadas en los últimos años. No alcanza con votar leyes, hay que cumplirlas.

  • La igualdad en materia de género en el más amplio sentido, pero sobre todo el combate a la violencia machista y patriarcal debería ser un objetivo central en los próximos cinco años.

  • El respeto a la tierra, al medioambiente, para generar un cambio radical en las concepciones económicas y productivas que han primado hasta ahora en Uruguay.

Todo esto sin olvidar que no nacimos para administrar de manera más justa o bondadosa este sistema capitalista. Nacimos para construir una sociedad superadora de este sistema, una sociedad de un socialismo democrático; o, mejor aun, una sociedad del pan y de las rosas.

Marcos Otheguy es senador de Rumbo de Izquierda, Frente Amplio


  1. Leonardo Rodríguez Maglio, “La filosofía popular y regeneradora del magnánimo José Artigas”