Ya está circulando el documento orientado a disparar la reflexión en el Frente Amplio a la luz de los resultados del ciclo electoral que comenzó con las internas y terminó con las departamentales, pospuestas varios meses por la situación sanitaria. Y aunque el texto afirma que el debate no debe centrarse en cuestiones de campaña o de meros resultados electorales, son los resultados, precisamente, los que se toman como referencia. Es altamente improbable que una discusión de estas características se hubiera planteado en un escenario de victoria que le hubiera dado al FA un cuarto ejercicio de gobierno nacional.

Como es de estilo, el documento empieza haciendo un repaso de la situación política a nivel internacional y regional, y plantea luego un balance de los tres períodos de gobierno que tiende a verificar la convicción de que el FA hizo las cosas bien, que probó ser capaz de gestionar, que mejoró la calidad de vida de la población y que reconoció y amplió derechos e implementó su ejercicio.

Y ahí es que empiezan las dificultades, porque a pesar de esa gestión confiable que a todos nos hizo vivir mejor, pasó lo que pasó. El documento lo dice así: “Además de los triunfos electorales, los éxitos económicos, la agenda de derechos implementada como en ningún otro país latinoamericano, las mejoras en la calidad de vida, las prestaciones de salud en muchos casos a rango del primer mundo, fueron generando un nivel de omnipotencia en nuestra fuerza política, que nos hizo creer que solos todo lo podíamos”. Y es difícil no leer ese planteo como una confesión, porque es bastante obvio que no fue “la fuerza política” –esa abstracción totalizante– la que se sintió omnipotente, sino su dirección, a todos los niveles.

El documento admite que se perdió pie en la base electoral y que, sobre todo, hubo un alejamiento de la base social que había hecho posible el triunfo de 2004. Otra forma de decirlo es que una vez en el gobierno el Frente Amplio quiso lo que cualquier gobierno quiere: que no le hagan olas. Que lo dejen hacer las cosas sin ponerle palos en la rueda y sin andar alborotando.

Tan escandaloso fue el proceder del Frente Amplio en ese sentido que se volvió un chiste hablar de que no había que politizar tanto la política. Y ese error gravísimo de una organización que nació y creció a lomos de las ideas de participación, de crítica y de horizontalidad, no se puede eludir diciendo que se “dejó de acumular” o que se “cayó en el burocratismo” o que no se “articuló” adecuadamente. Es el peligro de las frases hechas: sirven para todo pero en el fondo no dicen nada. Para el caso, no hablan de la entusiasta clarinada con la que se invitó a los uruguayos a participar del sueño emprendedor y meritocrático, ni de la alegría con que se participó del giro tecnocrático que nos invitaba a largar a Aristóteles y abrazarnos del manual de operación de maquinaria agrícola, ni de la incorporación de palabras sagradas como productividad y activismo en lugar de aquellas otras que se llamaban trabajo y militancia.

Y es curioso que no se hable de esto, porque el propio documento menciona, al principio, y como si fuera un suelo que todos sabemos que pisamos, el cambio en las relaciones de producción que llegó de la mano de la revolución tecnológica, de la mundialización de las economías y del neoliberalismo como “la estrategia global del capital para sostener su poder y tasa de ganancia”. Lo que elude es la relación entre ese escenario y las aspiraciones de la gente. Lo que no muestra (¿lo que no ve?) es cómo se constituye el deseo de las personas en esa conformación. Lo que juega a ignorar es que lo que se perdió, además de la militancia “en el territorio” y la articulación y la acumulación, fue, antes que nada, la interlocución. Soslaya que lo que tal vez ya no hay, lo que se fue disolviendo en este tiempo, es el interlocutor para una fuerza política de izquierda. ¿A quién le habla el Frente Amplio? ¿Cómo le habla? Y sobre todo, ¿quién está hablando con esos que ya no son interlocutores de la izquierda? ¿Qué les dice ese que está ahí, llamándolos a creer que la vida es como es y que no hay razones estructurales que expliquen su circunstancia?

Hay muchas discusiones pendientes, y no darlas es seguir viviendo en la casa del amo con la ilusión de que un día nos invite a ocupar todas las habitaciones.

Si este documento no se propone hablar solamente de elecciones y campañas electorales, debe ser que le están faltando páginas, porque en las 11 que tiene no se apunta a nada que sugiera hacer temblar las raíces de los árboles. Ni hablemos de cambiar el mundo.

El Frente Amplio tiene por delante cinco años de gobierno de la restauración conservadora, y aunque sea de mala gana deberá hacer su parte en la campaña para derogar la ley de urgente consideración. En este momento, además, negocia centímetro a centímetro los artículos de una ley de presupuesto que apunta a deshacer toda la protección social y las herramientas redistributivas que había logrado consolidar a lo largo de 15 años. Es esperable que muchos sectores de la sociedad civil se organicen para resistir medidas que van a deteriorar mucho su calidad de vida, y el papel de la mayor fuerza política de oposición será crucial no sólo para sostener y legitimar reclamos sino también para garantizar la defensa de los derechos y vigilar su estricto cumplimiento. Pero hay muchas discusiones pendientes.

¿Quién si no la izquierda va a cuestionar la propiedad, los modelos productivos, las retóricas del desarrollo y de la productividad que hasta el momento sólo han conducido, en todo el mundo, a la precarización laboral y la autoexplotación de los individuos, al mismo tiempo que a su aislamiento? ¿Ya no es asunto de la izquierda desarmar el relato hegemónico del funcionamiento del mundo? ¿El Frente Amplio renuncia a cuestionar el realismo capitalista y la naturalización de la política como un mero juego de negociaciones? ¿No tiene, ya no respuestas, sino al menos preguntas sobre el desplazamiento de lo político hacia lo jurídico y administrativo?

Hay muchas discusiones pendientes, y no darlas es seguir viviendo en la casa del amo con la ilusión de que un día nos invite a ocupar todas las habitaciones.