América es el epicentro mundial de la pandemia. Pero hay una excepción: Uruguay. Mientras que la mayoría de los países de la región cuentan los fallecidos de a miles, en Uruguay los muertos por covid-19 no llegan a 50. En agosto, Diálogo a Fondo, un blog del Fondo Monetario Internacional (FMI), publicó un texto explicando la realidad uruguaya. La solidez institucional, la cohesión social y un Estado de bienestar fortalecido durante las últimas décadas, sumado a un manejo ejemplar por parte del gobierno, serían las causas del éxito. Sin embargo, los argumentos presentados en este y otros artículos, así como por el gobierno y la oposición, quienes se disputan el reconocimiento, no explican la realidad del país. Las causas fundamentales del milagro podrían tener poco que ver con el mérito charrúa.

El gobierno “se tomó muy seriamente la amenaza” y actuó con “rapidez”, comienza explicando el texto. Cuando el 13 de marzo se confirmaron los primeros cuatro casos, el presidente Luis Lacalle Pou anunció la emergencia sanitaria y se decretó el cierre parcial de fronteras y la cancelación de eventos públicos. Según el observatorio de covid-19 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, todos los países sudamericanos cerraron sus fronteras –total o parcialmente– entre el 14 y el 18 de marzo y suspendieron los eventos masivos entre el 12 y el 19 de marzo. Uruguay no fue el primero en ninguno de los casos.

En Uruguay nunca se decretó el confinamiento obligatorio y se apeló a la responsabilidad ciudadana. Esta es otra de las causas resaltadas por las autoridades en un artículo de The Washington Post. Desde el punto de vista sanitario, esta medida es menos estricta que las cuarentenas obligatorias aplicadas en países vecinos, por lo que en el mejor de los casos la medida no agravó la propagación del virus.

En esta línea, el politólogo uruguayo Daniel Chasqueti destacó en un artículo de la revista PEX que “el comportamiento de la ciudadanía es una de las piezas clave para comprender el exitoso puzle uruguayo”. Según datos de Google Uruguay, la asistencia a actividades recreativas en la segunda quincena de marzo se redujo 75%. Pero según un artículo de la diaria, durante los mismos días “el descenso de la movilidad fue mucho mayor” en Argentina.

En el artículo “Coronavirus en Uruguay: la singular y exitosa estrategia...”, la BBC considera al grupo asesor científico nombrado por el presidente como un elemento distintivo. Pero dejando de lado gobiernos populistas como el de Jair Bolsonaro, Andrés López Obrador y Donald Trump, que en cierta medida priorizaron amortiguar los efectos económicos para anteponer sus agendas personales, la gran mayoría de los gobiernos se volcaron a sus comunidades científicas para definir sus estrategias.

A finales de marzo, investigadores del Institut Pasteur y la Universidad de la República diseñaron un kit que permitió la mejora del rastreo. El desarrollo nacional de pruebas de diagnóstico también ha sido destacado como un factor clave. Logros similares, sin embargo, fueron alcanzados en Argentina por científicos del Conicet, así como por científicos chilenos de la Universidad de Talca y brasileños del Hospital Israelita Albert Einstein.

La cantidad de test es otro factor clave. Según datos de Our World in Data, la proporción en Uruguay, aunque baja en comparación con los países desarrollados, es alta en el contexto latinoamericano. Chile y Costa Rica, sin embargo, han testeado proporcionalmente mucho más. Al 1º de abril se testeaba en Uruguay a poco más de una de cada 1.000 personas por día, mientras que en Chile a casi dos y en Costa Rica a 1,7. Cuatro meses más tarde esas diferencias se habían ampliado.

Según Globo, el sistema sanitario ha sido clave para explicar la excepcionalidad uruguaya. “Nuestro sistema de salud universal es decisivo para los resultados que registramos”, afirmaba el ministro de Salud uruguayo, Daniel Salinas. Pero este no parece haber sido tan determinante, ya que desde marzo hasta el 21 de setiembre habían pasado apenas 43 pacientes por cuidados intensivos y unos 120 por cuidados intermedios.

Quizás la medida más efectiva haya sido la vigilancia epidemiológica. Según la Deutsche Welle, “en los tres primeros meses de la pandemia nunca hubo más de cinco generaciones de propagación”. No se puede ignorar, sin embargo, el número de casos importados y su cronología en la evolución de la pandemia. El 13 de marzo Uruguay se convirtió en el último país sudamericano en registrar un contagio, y a partir del día siguiente y durante los siguientes cuatro días todos los países sudamericanos cerraron total o parcialmente sus fronteras. Para entonces, Brasil, Ecuador y Venezuela hacía dos semanas que habían identificado sus primeros casos.

Los argumentos expuestos en estos artículos describen las reconocidas cualidades del país y el correcto accionar de las autoridades uruguayas. Pero estas razones no explican por sí solas la inédita situación del país.

El aislamiento geográfico ha sido clave para contener la pandemia. Según un artículo de la BBC, los únicos diez países del mundo sin casos confirmados a fines de agosto eran islas del pacífico. Más representativo es el caso de Nueva Zelanda, isla que con una población y densidad semejantes a las de Uruguay cuenta actualmente, según datos de Worldometer, con cifras de contagiados y fallecidos similares.

Uruguay no es una isla. Sin embargo, mientras que de Argentina lo separan el Río de la Plata y el río Uruguay, al que cruzan sólo tres puentes, de Brasil lo separan 1.068 kilómetros de frontera que lo conectan con una región con una densidad poblacional bajísima. En la práctica esto convierte a Uruguay en un territorio aislado geográficamente de zonas con alta densidad poblacional.

Además, Uruguay no queda de camino a ningún lado. Esto explica, junto a su tamaño, la baja conectividad aérea y que haya sido el último país sudamericano en registrar su primer caso. Según el Global Conectivity Ranking, San Pablo, Lima, Bogotá, Buenos Aires, Santiago, Río y Caracas se encontraban en 2016 entre el puesto 128 y 259 de las ciudades con mayor conectividad aérea en el mundo. Quito ocupaba el puesto 384 y Montevideo el puesto 525, posición semejante a la de Santa Cruz y Asunción.

Uruguay tenía también, hasta hace poco, una situación semejante a la de Paraguay con respecto a la pandemia. Hacia finales de julio el país vecino, uno de los más frágiles de la región, contaba con apenas 40 fallecidos. Sin embargo, la triple frontera –zona muy poblada que se extiende a Brasil y Argentina– le terminó pasando factura y Ciudad del Este se terminó convirtiendo en el origen del desbarajuste paraguayo.

En Uruguay, a pesar de la baja densidad poblacional en las zonas fronterizas con Brasil, varios de los principales focos han surgido allí, aunque de momento el país ha logrado mantener la pandemia bajo control.

Sin embargo, el primer gran desafío de Uruguay está por venir. Para la próxima temporada estival, uno de los países de la región con más turistas en relación a su población no tendrá otra alternativa que elegir; o mantiene el aislamiento y sacrifica el turismo, lo que implicaría un costo económico y social enorme; o se abre a la llegada masiva de extranjeros, lo que podría poner fin a los titulares que tanto enorgullecen al país.

Jerónimo Giorgi es periodista y fundador del proyecto Latinoamérica21. Máster en periodismo de la Universidad de Barcelona y en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Complutense de Madrid. Este artículo fue publicado originalmente en www.latinoamerica21.com.