La emergencia sanitaria claramente ha acelerado la integración de la tecnología en la enseñanza. Puso de manifiesto, desde mi perspectiva, dos situaciones bien claras.
La primera muestra que cualquier cambio en la educación formal debe contemplar como característica fundamental y transversal la integración de las tecnologías a las aulas (en el sentido amplio del término, entendiendo el aula más que como cuatro paredes), como medio y como objeto de aprendizaje. Hoy en día huelgan palabras acerca de los beneficios de formar ciudadanos hábiles en el uso de las tecnologías y su provecho (no su uso porque sí): la pandemia mostró ya no que sería conveniente, sino necesario, transitar un cambio educativo orientado mucho más al desarrollo de las habilidades tecnológicas en general, y de ciudadanía digital en particular, de los estudiantes.
La segunda situación a la que hacía referencia en un principio tiene más que ver con cómo fue transitar este camino, y es que no estábamos tan preparados como se esperaría. Uruguay enfrentó con éxito, particularmente si se compara con otros países, el confinamiento y la educación formal a distancia. No obstante, como formador en tecnologías educativas y profesor de educación media pude constatar que, en general, tanto para docentes como para estudiantes, no fue una tarea sencilla.
Muchos estudiantes hacen un uso muy superfluo y casi estrictamente orientado al uso de redes sociales o a algunos juegos, más que a la experimentación y a entender “cómo funciona” determinado programa o página web.
Por un lado, tenemos ese estereotipo instalado de los niños y adolescentes nativos digitales, que nos ayudan a los adultos a hacer funcionar cualquier aparato tecnológico. Sin embargo, cada docente ha podido constatar, especialmente en este período, que muchos estudiantes hacen un uso muy superfluo y casi estrictamente orientado al uso de redes sociales o a algunos juegos, más que a la experimentación y a entender “cómo funciona” determinado programa o página web. Saben cómo utilizar determinadas aplicaciones o sitios, pero desconocen o desaprovechan el gran potencial que está “ahí fuera”, en la web, y no sólo me refiero a desenvolverse usando determinada plataforma educativa. Esto en el mejor de los casos, pues son muchos los niños y adolescentes que aún no cuentan con acceso a una red adecuada en sus hogares, aspecto en el que todavía queda camino por recorrer.
Respecto de los docentes, uno pensaría que si existe, desde hace años, una creciente oferta de Plan Ceibal (además de otras instituciones) en cuanto a cursos, talleres, capacitaciones, etcétera, nadie debió sentirse paralizado cuando entre él o ella y sus estudiantes se impuso una computadora conectada a internet. No fue así. Sin embargo, la reacción fue un inesperado crecimiento tanto de la demanda de instancias de formación como de uso de los recursos disponibles. ¿El balance fue positivo? Desde luego. Ahora muchos más docentes han aprendido y aplicado estrategias que les resultaron de utilidad, no sólo durante el período de confinamiento total, sino que están aplicando actualmente en la semipresencialidad y que, manifiestan, continuarán utilizando en años próximos. Solamente cabe preguntarse en este sentido por qué, hasta este momento, muchos docentes habían decidido no dedicar tiempo de su formación a prepararse en este tipo de habilidades y a experimentar, como lo comenzaron a hacer con la llegada de la pandemia. Parecería que la razón fundamental tiene que ver con que ahora se hizo definitivamente necesario, y ya no sólo conveniente, aprovechar ambos aspectos. En todo caso se manifiesta, también en esta dimensión, ya no la conveniencia sino la necesidad de que, entre otras medidas de promoción, se valore más en el avance de la carrera docente la periódica actualización y preparación frente a situaciones particulares y nuevas que nuestros estudiantes, como ciudadanos en formación, atraviesan y atravesarán, en un sistema en el que en los hechos el componente más que principal para ascender es la antigüedad laboral en cierto subsistema educativo.
Ignacio López es profesor de Matemática de educación media y formador de Matemática de Plan Ceibal.