La muerte de Quino ha sido, sin lugar a dudas, un acontecimiento que llama a la sentida reflexión de gran cantidad de personas, no sólo en nuestro continente sino en el mundo entero. A lo largo de nuestras vidas, es incontable la cantidad de personas que hemos encontrado, en este dibujante, una obra profundamente interpelante y sensibilizadora. Tanto por la ternura como por la agudeza de su crítica, Quino se ha convertido en un clásico imperecedero.

Quino ha fallecido, pero sus viñetas adquirieron, hace ya mucho tiempo, la inmortalidad que conlleva encarnar el valor de las ideas. Lo que fundamentalmente fue impulsado por la icónica figura de Mafalda, una niña argentina de seis años de edad, ha tenido la constancia de presentar una crítica situada con la sensibilidad social suficiente como para interpelar la realidad que le rodea. Desde una diversidad de personajes o situaciones ficticias, el autor mantuvo su profunda interpretación de universos o micromundos que representan la caricatura de vivas lecturas o formas de entender nuestra realidad. En pocas palabras, podemos decir que Quino ha sido un autor que logró poner en sus personajes la viva voz cantante de las diferentes sensibilidades sociales que, por mucho, trascienden el tiempo y el espacio de las producciones del propio autor.

Y ahora, ¿quién se queda con Quino?

Hoy, los Manolitos comerciantes, los Felipes vecinos, las privilegiadas Susanitas, las astutas y radicales críticas de Libertad, la inocencia descarnada de los Guilles siguen diciendo presente, tanto o más que en 1964, año en que Mafalda comenzó a producirse. Esas voces siguen representando ciertas subjetividades, que desde la libertad de la ficción se permiten presentar y representar sensibilidades y lecturas políticas que, a 56 años de su creación, tienen más vigencia que nunca. Siguen vigentes la crítica al rol de la mujer-madre en su (nuestra) sociedad, la crítica económica, la crítica a la represión, el valor de la amistad, la indiferencia social, las ganas de cambiar el mundo.

En nuestro tiempo, nos toca reivindicar a Quino en sus múltiples facetas. Lo político (que engloba lo político partidario, pero también lo trasciende) necesita una mirada profunda. Si la política se entiende como algo fragmentado y lejano, se pierde el nosotros colectivo, que es lo que justamente Quino se encargó de alimentar. Las miradas en clave colectiva y democrática nos demandan entenderlas teniendo en cuenta que los espacios de poder no sólo estaban presentes en la realidad que Quino plasmó en su obra, sino que hoy en día los vemos vivitos y coleando, creando subjetividades y sensibilidades moldeadas a su antojo y conveniencia. Por eso, podemos decir que Quino se encargó de denunciar la existencia y la metodología de los poderes que operaban (y aún operan), jugando con las reglas del juego democrático y muchas veces, trampeándolas. En ese sentido, a través del humor, el autor denunció las múltiples formas en que el poder se manifiesta normalizando sus privilegios.

Valga sobre este punto recordar la aguda reflexión que Marcelo Jelen, fallecido periodista uruguayo, expuso en su artículo “Traficantes de realidad” (1997). Allí Jelen señalaba: “La función del periodista quizá sea narrar cosas aproximadamente ‘reales’ y aproximadamente ‘verdaderas’ de las que aquellos que no son periodistas no se enterarían de otro modo que a través de un medio periodístico. A su vez, el oficio del periodista consistiría en obtener esa información y procesarla (o sea, manipularla) para que el cliente de la empresa periodística la consuma. Este procesamiento ‒la “edición” ‒ es lo que convierte la información pura, químicamente dura, en noticia. Por lo tanto, la noticia es información tamizada, con colorantes y conservadores artificiales, adulterada: es información crocante, preparada para que el público se entere, así como el pan es harina preparada para que el público la coma. Es decir que las noticias no son hechos, ni los hechos, noticias”.

El Quino anodino: sus consecuencias políticas

En un reciente editorial publicado por el diario El País, el 1º de octubre de 2020, titulada “Adiós a Quino”, dicho medio realizó un particular homenaje. En ese sentido, me resultó interesante el acento que se le puso al legado de Quino, así como quiénes pueden o no apropiarse de él. En su breve mensaje, el editorial señala una discrepancia explícita con “algunos” [comentarios o individuos] que utilizarían la figura del dibujante para “llevar agua a sus molinos ideológicos”. En una curiosa contraposición, la editorial concluye que se confunde al “gran dibujante” con un “paladín anticapitalista”.1

Es oportuno recordar y reflexionar sobre las siguientes afirmaciones de Jelen, haciéndolas dialogar con el editorial de El País: “La industria periodística establecida con cierta independencia de los poderes se concibe, entonces, como uno de los medios de que disponen las democracias para mejorarse día a día, para ser cada vez más libertarias, más igualitarias, más fraternales”; “El genio de la democracia consiste en que, a través de un proceso de ventilación pública de ideas, opiniones y deberes, se libera la energía y la sabiduría intelectuales de la gente”, según opina el periodista Bill Kovach, ex editor del diario The New York Times; “Si no hay una fuente de información creíble, el compromiso social es manejado por el rumor, el miedo y el cinismo. Los cínicos no construyen sociedades libres y abiertas”.

Ahora bien, resulta inquietante que el propio diario El País del 26 de julio de 2020 refute el editorial anteriormente mencionado. El periodista Renzo Roselló,2 en su nota homenaje a propósito de los 56 años de Mafalda, expuso una serie de motivos que permiten indicar que la cuestión anticapitalista de Quino no podría ser puesta en duda. Allí encontramos la siguiente cita sobre Mafalda: “Su creador, el dibujante Joaquín Lavado, más conocido como Quino, la había creado como una herramienta de publicidad. ¿Su tarea? Vender electrodomésticos. Pero nunca llegó a estrenarse como vendedora. En cambio se convirtió en una furibunda crítica del capitalismo, el consumo desmedido y casi todas las taras de la sociedad moderna”.

No hay punto o coma que merezca ser agregado para captar el componente humano, sensible y comprometido con el abajo social que brinda Mafalda. Si bien podríamos afirmar que Quino no fue un paladín anticapitalista, tampoco fue indiferente a las problemáticas y realidades sociales. En pocas palabras: nunca fue un tibio. Esa crítica social se refleja en Mafalda, pero también en toda la obra del autor, que se afianza desde un humor sociopolítico comprometido, de forma coherente en todo el universo Quino. Por lo tanto, si la obra de Quino refleja el pensamiento del autor y encontramos en esta obra las características que ya hemos mencionado, sería muy difícil sustentar la idea de un Quino despolitizado, o lo que es lo mismo, un Quino anodino.

La siguiente frase del artículo de Jelen permite ahondar en la reflexión sobre la noción de objetividad y periodismo: “Los periodistas postularon durante décadas la ‘objetividad’ como criterio determinante de la calidad de sus trabajos y hasta de la veracidad de la información que ofrecían. Resultó imposible. Las rocas y los termómetros pueden ser ‘objetivos’, pero los periodistas sólo pueden ser subjetivos, en tanto no son objetos sino sujetos que por lo general informan sobre otros sujetos. La objetividad, más que una pretensión ética, resultó una escuela estética que reclamaba cierto despojamiento, medido de acuerdo con la subjetividad de los periodistas y empresarios periodísticos que se creían objetivos y el reflejo empañado de la infinidad de subjetividades que intervenían en el proceso. Eso sirvió, en su momento, como coartada para los medios aburridos y escudo para los periodistas temerosos”.

Así, lo que Jelen problematiza desde la objetividad puede ser entendido a partir de la filosofía como el antiguo problema de la verdad. En ese aspecto, Quino nos podría introducir desde su obra humorística a la noción filosófica que entiende verdad como aletheia, un concepto griego que se traduce literalmente como des-ocultamiento. Esta noción de verdad supone “quitar los velos que oscurecen el apreciar y conocer las cosas o seres tal cual son”.3 Sobran ejemplos para encontrar esas denuncias, guiños, señalamientos, des-ocultamientos o tensiones entre el ser y el parecer de las cosas en el humor irónico de Quino.

La editorial de El País, además de reivindicar un “Quino-de-todos”, es decir, un Quino sin banderas políticas, señala: “Perdido el creador, los personajes quedan en nosotros”. Esta frase parecería pasar por alto que, para Quino, la sensibilidad y la crítica no son valores abstractos en su cabeza, sino que valen en la medida en que se hacen carne en sus personajes. Es ese compromiso de Quino el que nos lleva a decir que Mafalda está más viva que nunca en la visión política y el compromiso social de su creador. Si algo no era Quino, era anodino. No era un pensador “inocuo”, sino un provocador de su sociedad; de sus realidades, sus diferencias, sus privilegios, y especialmente un acérrimo crítico de los defensores del orden social imperante.

No caben dudas de que Mafalda era un instrumento de vehiculización de una lectura del mundo políticamente comprometida, férrea defensora de ideales sociales de justicia, libertad e igualdad.

Sería tendencioso pretender apropiarse con exclusividad de Mafalda, haciendo del ícono un uso político partidario, pero su dimensión política trasciende esas limitaciones. Nuevamente, desde una lectura filosófica podemos identificar una actitud política en el sentido aristotélico del término. Es decir, la visión política que se interpreta en Quino es una visión comunitarista, ya que plantea que la felicidad no es algo individual, sino que sólo es posible en el marco de la polis. En otras palabras podemos decir que, para Quino, la felicidad es colectiva. A raíz de ello, afirmamos que Mafalda es profundamente política. Es decir, podemos criticar los intentos de usar a Mafalda en sentido político partidario, pero nunca esa crítica puede pretender despolitizar a Mafalda. Así, siendo Quino un artista, intelectual y provocador, con su crítica sagaz como herramienta de análisis, debió eludir los intentos de domesticarlo por parte de los grandes medios que, si bien difundieron su obra, trataron de quitarle su aguijón político.

No caben dudas de que Mafalda era un instrumento de vehiculización de una lectura del mundo políticamente comprometida, férrea defensora de ideales sociales de justicia, libertad e igualdad. Por eso, podemos entender la postura de aquellos grupos de poder, de los cuales forman parte algunos de los grandes medios de comunicación, que optan por esta lectura del Quino anodino: que en pocas palabras podemos definir como una lectura de Quino en la cual eviten verse interpelados. Más allá de estos esfuerzos, la profundidad del universo Quino (que es oportuno reiterar, no se agota en Mafalda), nos invita a reflexionar desde múltiples lecturas, y cualquiera de ellas será, al igual que toda la obra de Quino, eminentemente política.

Tan política es, que el propio Quino reflexionaba en una entrevista publicada en Página 12, el 22 de febrero de 2004:4

“El capitalismo también se va a ir al carajo. Esto no puede continuar así. Yo lo que espero es que a la larga se intente otra forma de socialismo. No igual al que ya fue, pero para mí sigue siendo el mejor sistema de gobierno”. En ese sentido, Quino se definía como socialista. Esa misma entrevista finaliza con la pregunta de si “morirá siendo socialista”, a lo que Quino responde: “Sí, por supuesto. Esa es la mejor forma de gobierno que concibo, es el mejor sistema. Apenas tuvo 70 años para expresarse y es probable que estuviera mal aplicado. Si pensamos que al cristianismo le llevó tres siglos imponerse, ¿por qué no podemos pensar que el socialismo regresará y finalmente podremos vivir en un sistema más justo y más humano para todos?”.

Y si se pretendiera disociar a Quino de su propia Mafalda, bastaría con recordar su reflexión acerca de por qué la figura de la niña no fue continuada hacia un proceso de “adultez” del personaje, a lo que el autor respondió que “probablemente estaría muerta porque habría sido una de las personas desaparecidas durante la dictadura”.5

A modo de cierre, nos queda decir que es y será imposible encorsetar el pensamiento de Quino. La ternura de su humor, la agudeza de su crítica y la acidez de su lectura han logrado una fórmula que nunca podrá ser callada. En cada lector o lectora quedará la responsabilidad de darle un sentido a su lectura. Ese es el mayor legado de su obra.

En relación a los molinos ideológicos, Quino nunca fue un negador de estos. De la misma manera, tampoco puede reducirse su lectura a la mera dicotomía política. Así, son dos las cuestiones relevantes para finalizar este pequeño homenaje: por un lado, nos toca sacar nuestras conclusiones de si Quino cargaba agua para algún molino. Por otro lado, debemos reflexionar que, más allá de esos molinos ideológicos, Quino no se agotó en dicha lectura. Lo ideológico en la obra de Quino no es menos ideológico que la pretensión de quien escribe acerca de Quino y que sugiere una postura neutra. Sobre eso mismo, tanto Quino como Jelen, cada cual desde su rol, su actividad y su obra, nos advierten sobre el uso político del que se valen los medios de comunicación a la hora de presentar la información.

A partir de todo lo expuesto, podemos concluir que, al final de cuentas, no es tan descabellado identificar en Quino un paladín anticapitalista.

Nicolás Mederos Turubich es profesor de Filosofía.