Aprendimos que la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad. Algo así ocurre con la democracia. Encierra una acumulación que trasciende largamente la superación de los regímenes totalitarios que hemos padecido y de donde venimos, de la mano de las luchas que heredamos y nos trajeron hasta acá.
La democracia no es un concepto evidente, ni un banderín de llegada. Se parece bastante más a un blanco móvil. Esencialmente perfectible, desafiante, superable.
Tampoco es un ratón de laboratorio. Por el contrario, la democracia se aprende en la casa, en la mesa, reverdece en el goce de los derechos y en la vigencia de las libertades. Por eso su deterioro puede ser tan lesivo como imperceptible.
Dicho de otro modo, la democracia es una forma de vivir. Capitas de conquistas que van engrosando la democracia político-electoral representativa, amenazadas cada vez que levantamos la barrera imaginaria y dejamos que se cuelen expresiones, demandas reaccionarias, proyectos de ley, ostentaciones de poder o pretensiones oscurantistas.
El portugués Boaventura de Sousa habla de la necesidad de “democratizar la democracia”. En nuestro “aquí y ahora”, sería algo así como mantener la guardia y apuntar con los reflectores cuando nos quieren correr la línea blanca y achicar la cancha.
La aparición de carteles con manifestaciones en alusión a la Juventud Uruguaya de Pie (JUP) ha generado incertidumbre. Tal como recoge la diaria en sus columnas del 14 y 15 de octubre, tanto el senador Guido Manini Ríos como su hermano –el ex integrante de la JUP– Hugo Manini Ríos sostuvieron que el hecho fue obra de “agentes provocadores” contra su partido. Según el líder de Cabildo Abierto (CA) los carteles representan “una provocación clara” que busca “agitar un fantasma”.
¿No es acaso una grosera provocación por parte de los senadores Guido Manini Ríos, Guillermo Domenech y Raúl Lozano haber cuestionado los fallos judiciales contra ex militares y ex policías, reivindicando el rol “restaurador” que las fuerzas armadas tuvieron en el pasado y reconociendo que hubo “algunos excesos represivos”? Rechazar los fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos por ser “lesivos de nuestra soberanía”, arremeter contra el Poder Judicial o la Fiscalía debe llamarnos a la reflexión.
¿No es provocador hablar de excesos hoy? Con todo lo que sabemos acerca de las violaciones a los derechos humanos cometidas al amparo del terrorismo de Estado.
¿Qué sucede cuando CA presenta un proyecto de ley para derogar la ley de caducidad, a fin de anular toda posibilidad de investigar y juzgar los crímenes cometidos durante la dictadura? El proyecto de ley es, jurídicamente, un disparate que no resiste el análisis de constitucionalidad ni de convencionalidad internacional. No prosperará, pero la cuña quedó como una estaca.
¿No es acaso una violenta provocación, al día siguiente de conseguir que la coalición multicolor negara el desafuero del senador Manini, haber salido a agitar una denuncia por prevaricación contra el fiscal de la causa?
Lamentablemente, ejemplos sobran. Cada vez que el río intenta volver a ser espejo, se arroja otra piedra y se vuelve a agitarlo.
La provocación planificada está instalada desde la gestualidad, con una estética democrática cuidada, vestida de civil, en el escenario de la democracia política más plena.
¿Por qué, si no, la diputada colorada Nibia Reisch y su par Carlos Testa (CA) hicieron pedidos de informes al Banco de Previsión Social (BPS) para conocer, entre otras cosas, los nombres de las personas que reciben reparaciones por haber sido víctimas del terrorismo de Estado y qué suma de dinero le corresponde a cada una? Cuando –como todos sabemos– no se puede dar esa información porque lo impide la ley de protección de datos personales.
La provocación planificada está instalada desde la gestualidad, con una estética democrática cuidada, vestida de civil, en el escenario de la democracia política más plena.
Sin ir más lejos, el programa de gobierno de CA incluía: flexibilización laboral, reducción del “peso de la excesiva carga fiscal” para la estructura productiva privada, reducir a sus funciones básicas la participación estatal en la actividad socioeconómica, un Estado con fuerte presencia policial, mayor participación de militares retirados y la creación de un “salario maternal” para aquellas mujeres que con tres o más hijos pudieran renunciar a sus trabajos para dedicarse “al hogar y la crianza de sus hijos” si así lo deseaban.
En pleno siglo XXI proponer un “salario maternal” no sólo reivindica un discurso tradicionalista, sino que invisibiliza las décadas de lucha por la igualdad de oportunidades. Imposible no recordar en estas horas a Quino dando cuenta de la lucha de las mujeres por desarrollar actividades distintas a los cuidados y labores domésticas; cuando la inolvidable Mafalda –luego de observar lo tedioso de la rutina de su madre– preguntaba: mamá ¿qué te gustaría ser si vivieras?
Finalmente, un último ejemplo de las afirmaciones que, desde una aproximación progresista y republicana, no pasa bajo el radar. En la sesión de la Cámara de Senadores del 13 de octubre Domenech reivindicaba el “día de la hispanidad”, rindiendo homenaje a “nuestra España” y a través de esta a su monarquía, “la cruz del obispo y el pendón de Castilla”. “Soy orgullosamente hispano”, sostuvo el senador mientras reivindicaba “las armas cristianas y españolas” que hicieron posible el “descubrimiento de América”.
Sostenía Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina: “La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”.
Es clave detenernos a observar esta catarata de hechos y discursos políticos cuya relevancia es inocultable. No podemos ni debemos dejar que nos anestesien el reflejo.
Democracia es mucho más que votar cada cinco años. La democracia institucional, “pelada”, a secas, es muchísimo. Vale (y ha dolido) todas las penas, pero no alcanza.
“La poesía es un pájaro que tiembla”. No concebimos una imagen mejor lograda que la de Elder Silva para ilustrar una idea que quisimos compartir acá. La democracia plena, la dimensión más cabal de ciudadanía, tiene de frágil todo cuanto luce de libertad.
Laura Fernández es abogada e integrante de Fuerza Renovadora, Frente Amplio. Lorena Infante es politóloga e integrante del Nuevo Espacio, Frente Amplio.