La derecha ha dicho muchas veces que la educación está en crisis, pero lo que viene proponiendo desde que es gobierno nada tiene que ver con los déficits y dificultades que realmente existen en el sistema educativo. Ahora, además, aparece un proyecto que pretende destruir uno de los grandes logros de los últimos años, que es todo lo que se ha avanzado en educación sexual.

Considerar que es un derecho de niños, niñas y adolescentes (NNA) una educación sexual integral es tan ideológico como considerar que deben conocer la historia de su país y el significado de “democracia”. Es entender que esos saberes contribuyen a su plenitud como persona, a su libertad y a la toma de decisiones en base a elementos contrastables. Estos saberes, además, se construyen y ordenan en base a conocimientos técnicos que toman en cuenta las etapas de aprendizaje y momentos psicológicos y emocionales de los NNA. ¿Es un derecho el no saber? ¿Hasta qué edad? ¿Hasta qué circunstancia?

El proyecto de reglamentación de la “Educación sexual en instituciones educativas” ingresado a la Cámara de Representantes en marzo de este año está firmado por tres representantes, pero su principal promotor es Rodrigo Goñi, del Partido Nacional, lista 40. En este se considera que la educación sexual atañe a la intimidad personal y a las convicciones morales y religiosas, y por ello “todo padre o tutor tiene derecho a ser informado previamente sobre el tipo de educación sexual que se ofrecerá a sus hijos o pupilos” (artículo 4), y para ello las instituciones públicas y privadas deberán informar a comienzo de cada año la propuesta de educación sexual, los objetivos y valores, materiales didácticos y bibliografía, así como identificar a la persona encargada y su formación. En caso de considerarse insuficiente la información, se podrá pedir ampliaciones. Luego viene la impracticable e improcedente propuesta de implementación, que va desde que los padres puedan oponerse hasta ofrecer “al menos, las dos visiones de la educación sexual” (artículo 5.3).

Señores legisladores firmantes, pocas cosas en el mundo educativo no se vinculan a convicciones morales, y muchas cosas más de la “intimidad personal”, además de la sexualidad, se ponen en juego en un aula. El camino que se está proponiendo es nefasto en contenido y peligrosa su puesta en práctica. Los contenidos que se imparten, los materiales y las modalidades de trabajo no son un misterio para nadie, están a disposición de la población y es mucho lo que se ha producido desde la academia, afortunadamente, en los últimos 15 años, y ojalá se continúe por ese camino. Uno de los grandes logros ha sido que se pueda hablar en las aulas sobre sexualidad, en su amplio sentido, con naturalidad. Este proyecto nos vuelve al tema como un tabú, generaría interferencias en el ya arduo trabajo de los centros educativos y sus profesionales, y eventualmente podría darse la situación de que un niño o niña fuera retirado del aula para no acceder a ciertos contenidos... ¿Contenidos inmorales? ¿A qué se le teme? ¿A que un niño vea una imagen de dos personas del mismo sexo besándose? ¿A que un adolescente se entere de que existe el sexo anal? ¿O a que se le diga que alguna práctica sexual no está mal en sí misma? ¿Pero cuáles serían “los otros”, esa otra “visión”?

Esta propuesta de reglamentación de la educación sexual protege al mundo adulto que abusa de niños, niñas y adolescentes en su familia.

El proyecto sostiene que la educación debe ser acorde “con las convicciones morales y religiosas más representativas entre los padres”. ¿Y quién daría esa clase? ¿Un cura? ¿Una mãe? ¿Un pastor? ¿El mismo docente que da el contenido curricular estaría obligado a dar también esa “otra visión”? ¿Y si esta es discriminatoria, se imparte igualmente?

Pero quizás lo peor del proyecto no está en lo anteriormente comentado. Este proyecto alienta volver al tabú y, por lo tanto, al silencio. Aunque no se lo proponga, en la práctica lo hace. La educación sexual integral, conocer nuestro propio cuerpo y saber nombrarlo, hablar de lo que nos gusta y lo que no nos gusta, es uno de los pilares de la prevención de enfermedades de transmisión sexual, embarazos no planificados, así como de abuso sexual, y en el caso de llegar tarde, de su posible detección. Esta educación les ayuda a las víctimas a darse cuenta de que eso que les está pasando es abuso y está mal, y que está bien que les enoje y angustie, y ellos y ellas buscarán la forma de pedir ayuda. Muchas veces esa ayuda, ese adulto de confianza, lo encuentran en el sistema educativo, formal o no formal. Hay que ser inmoral para quitarles eso. O necios para no verlo. Esta propuesta de reglamentación de la educación sexual protege al mundo adulto que abusa de niños, niñas y adolescentes en su familia. Así lo creemos, así lo decimos.

Se ha dicho que este proyecto refleja el pensamiento de un movimiento de familias vinculadas a diferentes iglesias cristianas, y en gran medida es así. Quienes abrazamos el camino que trazó Jesús sobre cómo vivir, desde una perspectiva liberadora, sencillamente no entendemos la vinculación de estas posturas con el cristianismo. Desde nuestra experiencia y fe, Jesús nos quiere libres y plenos, y aun viviendo en una sociedad muy patriarcal y reglada, oprimida y opresora, él no nos dijo cómo vivir nuestra sexualidad. Sí que compartamos y no acumulemos, que amemos y no odiemos, que creamos y no temamos.

Desde el Parlamento, desde la docencia y la educación, y desde la calle trabajaremos para conservar la educación sexual integral que se ha ido construyendo. Son derechos conquistados y, como tales, los defenderemos en la plaza.

Daniel Gerhard es diputado por el Partido por la Victoria del Pueblo, Frente Amplio.