Que la explotación animal constituye un severo problema para la sostenibilidad de la vida y, paradójicamente, muy especialmente para la humana, es un hecho que ya prácticamente no hay quien lo niegue. Incluso la ciencia y la industria –por sólo nombrar los principales ámbitos productores de violencia especista– han tomado conciencia de ello, aunque más no sea para atenuar el daño que producen y poder continuar con sus actividades basadas en la búsqueda de lucro y estatus. Como muestra de esta situación injusta, basta consignar que “nuestra población se ha duplicado desde los años sesenta, mientras que la de animales salvajes ha caído en un tercio”.

Breve racconto de la lucha animalista

La lucha por la liberación animal se ha dado y se da en varios frentes –desde el académico en todas sus disciplinas, hasta la acción directa anónima– y tanto por el ejercicio colectivo de los movimientos sociales como de los individuos, desde hace larga data. La historia está llena de grandes pensadores como Pitágoras, Buda, Da Vinci, Tolstoi o Einstein, que identificaron el brutal trato hacia los animales como una de las raíces de la violencia en nuestra sociedad y alentaron la compasión y la solidaridad como formas de relacionamiento.

Pero puede decirse que el primer movimiento propiamente dicho por la liberación animal fue la Society for the Prevention of Cruelty to Animals, nacida en Reino Unido en 1824 con el objetivo principal de evitar los abusos de los coches de caballos. De este modo se constituía la estrategia del bienestarismo animal que, así como la ambientalista y la de derechos básicos, características de organizaciones como aquella, no son sino una expresión más del reformismo burgués.

La actual situación de intensificación de la explotación animal y de posible colapso ecosocial enfrenta al movimiento por la defensa de los animales a grandes retos.

A pesar de los esfuerzos de organizaciones como la Society, el siglo XX dio lugar a la industrialización global de la explotación animal y el recrudecimiento de la destrucción ambiental y la guerra. Como respuesta a esta nueva coyuntura, y ante la ineficacia del pacifismo bienestarista, a partir de los años 60 surgen movimientos basados en premisas ya no conservadoras, sino revolucionarias –de hecho, con gran influencia del pensamiento anarquista–. El cambio estratégico fundamental consistió en abandonar la protesta pasiva con afán representativo-legalista por la acción directa, que incluía sabotajes para salvar la vida de los animales. El más claro ejemplo de esta nueva tendencia fue y es el Frente de Liberación Animal (ALF, por sus siglas en inglés), surgido en 1976 también en Inglaterra y rápidamente internacionalizado a casi todo el globo, con agrupaciones vivas hasta hoy. El “extremismo” de sus acciones –básicamente la liberación de animales de laboratorios y granjas– le ha valido la condena de terrorismo a varios de sus miembros.

La actual situación de intensificación de la explotación animal y de posible colapso ecosocial enfrenta al movimiento por la defensa de los animales a grandes retos; resta conocer, por ejemplo, el porvenir del veganismo, en el contexto de su total asimilación por parte del libre mercado.

Como es sabido, muchos movimientos sociales se ven fortalecidos por el poder aglutinador que genera la martirización de algunos de sus miembros (el cristianismo entendió muy bien esto). Para el caso que nos ocupa, existen varios ejemplos de activistas que una vez muertos en acción han quedado inscriptos en la memoria colectiva. Casos como los de Jill Phipps (atropellada por un camión que transportaba terneros vivos para ser exportados desde el aeropuerto de Coventry) y Barry Horne (muerto por falla hepática después de protagonizar cuatro huelgas de hambre mientras cumplía una sentencia de 18 años de cárcel por plantar dispositivos incendiarios) son ejemplos de ello. Es precisamente en el aniversario de muerte de este último (el 5 de noviembre de 2001) que se realizan movilizaciones en todo el mundo, incluido Uruguay.

Lucha animalista en Uruguay

En el terreno local, si bien haría falta más robustez de la investigación histórica para afirmarlo, la lucha animalista despertó más recientemente. Aunque como antecedente de la lucha bienestarista cabe tener en cuenta que, como en otros ámbitos de la vida política, el batllismo tuvo una poderosa incidencia con la prohibición de la tauromaquia en 1912 (segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez), a pesar de que algunas décadas luego continuaran realizándose corridas de toros mediante algunos vericuetos jurídicos.

Recientemente, uno de los hitos más importante en este orden fue la campaña por el cierre del zoológico de Villa Dolores, que se extendió por varios años hasta lograr una parcial victoria política (reubicación en parques y reservas de especies exóticas). Asimismo, podría mencionarse las acciones de intervención contra las jineteadas en la Rural del Prado, con consignas como “¿Tradición o tortura?” y “¿Disfrutás ver tortura?”. Estas interrupciones en la fiesta del sector agroexportador fueron criminalizadas por la cobertura massmediática, por la cual suelen recordarse. Finalmente, para mencionar casos menos visibles, vale recordar las actuales acciones de bloqueo y “vigilia” en el puerto contra la exportación de ganado en pie.

Marcha por la Liberación Animal

En 2018 emergieron diversas organizaciones y espacios de coordinación pensados desde el antiespecismo. En consecuencia, dichos colectivos visualizaron la necesidad de que las diferentes formas de militancia y frentes de lucha coincidieran en una demostración concreta de fuerza que lograra dar visibilidad a las problemáticas que rondan en torno a nuestro vínculo con las demás especies animales. Así, ese año se retoma la Marcha por la Liberación Animal, que cuenta con antecedentes desde 2008, cuando tuvo lugar su primera edición.

La coordinación organizadora de la movilización conformada en 2018 partió desde un firme posicionamiento contra la explotación animal y el especismo, abrazando un abordaje interseccional. La interseccionalidad es un enfoque que surge desde los feminismos afro en 1989, y parte de la necesidad de visibilizar el entramado que se traza a partir de las diferentes formas de opresión que configuran la realidad social de cada individuo o colectivo en función de su género, etnia, clase, especie, etcétera. Este abordaje también remite a la idea de que las diferentes lógicas de opresión se retroalimentan; por ello, para el antiespecismo, las relaciones de poder que establecemos con las demás especies devienen en diferentes formas de opresión también dentro de la propia especie humana.

El próximo 5 de noviembre tendrá lugar una nueva edición de la Marcha por la Liberación Animal, en un contexto particular que ha instalado diversos debates en relación al encierro, al consumo de animales y sobre nuestra relación con el planeta y las demás especies que lo habitan. Desde la organización se llama a concentrar a las 18.00 en Plaza Cagancha, haciendo especial énfasis en respetar los criterios sanitarios (uso de tapabocas y distanciamiento físico).

Gustavo Medina es licenciado en Sociología y Franco Berón es comunicador visual y militante antiespecista.