Antes de empezar a leer este artículo le pido al lector que si tiene a su alrededor algún niño, se grabe leyéndole un cuento, y mejor aún si es una traducción de un autor internacional. Me preguntará el porqué de esta petición, pero al final de la lectura podrá confirmar o no ciertas observaciones que voy a realizar.

¿Quién no se acuerda de la magia que experimentamos cuando alguien nos leía un cuento de chicos? Y muy a menudo era el mismo (mi madre en particular me recuerda que le pedía todas las noches “Quero pato cuento”), que disfrutábamos una y otra vez esperando ese conocido desenlace o los momentos más inquietantes. En este sentido, la tensión in crescendo que genera el diálogo que Caperucita tiene con el lobo cuando él está ataviado con las prendas de la abuelita, y que desemboca en la reacción más que impulsiva del animal, sigue vigente aun con los diferentes finales que ha adoptado este cuento clásico o de hadas.

Charles Perrault escribió este cuento en el siglo XVII para sus hijas, incluyendo además una moraleja en la que el lobo o los lobos serían emulables a los jóvenes que pretenden seducir a las señoritas. El autor, así como los hermanos Grimm o Hans Christian Andersen, los recogieron de las tradiciones populares de la época, en que los cuentos eran transmitidos de generación en generación de manera oral. Al respecto pueden encontrarse versiones antiquísimas hasta de Asia, donde una niña con un manto rojo se ve sorprendida por una emboscada de lobos. Daniel Nahum (2013), en su libro Introducción a la teoría y crítica de la literatura infantil, señala como uno de los componentes que pueden definir a la categoría en sí misma el hecho de la reversión, que no es más que los cambios que se han realizado a los cuentos clásicos. Vista la literatura como la expresión que tiene cada sociedad sobre la producción escrita con fines artísticos, Nahum señala que hoy en día sería impensable contarles a los niños la versión original de la Cenicienta, donde se le corta el talón a la hermanastra para que le entre la tan ansiada zapatilla de cristal y logre el amor del príncipe, por ejemplo.

Los adultos realizan cambios a los textos que les leen a los menores, sea porque se preocupan por la interpretación y explican el vocabulario, o por añadir expresiones que hacen más amena la lectura.

Resulta algo medianamente palpable que los adultos hacen cambios a los textos que les leen a los menores, sea porque se preocupan por la interpretación y explican el vocabulario o expresiones que les pueden ser ajenas al público en cuestión, o por añadir expresiones que hacen más amena la lectura, etcétera, estableciendo una especie de interconexión entre el libro y el oyente.

En un estudio realizado en 2017 en jardines de infantes públicos con un grupo de 20 lectores, de los cuales diez fueron docentes de educación inicial y diez padres o allegados a los alumnos, se documentó que casi la totalidad (19 en 20) hicieron cambios en la lectura de los textos. Esto no sería un dato curioso por lo anteriormente argumentado; lo que sí llama la atención es que al preguntarles si los habían hecho, la gran mayoría contestó que no. Esto me llevó a cuestionarme si es que la mediación de la lectura pasa por caminos implícitos que no tienen una razón específica.

De forma general, los cambios más interesantes tenían que ver con las formas más utilizadas en la variedad del español europeo: quizá se cambió por quizás, verle por verlo, viéndole por viéndolo, le por lo, les por los, paseó la vista por miró, en variadas ocasiones. Además, en los lectores no docentes se observó el uso de los diminutivos utilizando lo que se puede llamar lenguaje infantilizado, lo que no sucede con los lectores docentes: pata por patita, quieto por quietito, gorda por gordita, hojas por hojitas.

Dentro de estos cambios incluso se pudo apreciar de manera llamativa que nueve de 20 lectores hicieron cambios a las formas de tratamiento. Se observó cierta tendencia de los docentes de cambiar hacia el voseo, siendo que el tuteo es el paradigma preferente en la escuela, con cambios como: mira por mirá, cómelo por comelo, etcétera.

El libro en la sociedad tiene un valor implícito con respecto al lenguaje que contiene, es decir, cuando seleccionamos qué libros compartimos con las generaciones más jóvenes. Nuestras preferencias lingüísticas como adultos entran a la cancha en estos momentos de lectura y desde varios ángulos.

Ahora sí, escuche su grabación si es que la hizo (igual puede hacer el experimento con otra persona después de haber leído) y dígame si lo que leyó concuerda con el texto original. Y ahora pregúntese por qué habrá hecho los posibles cambios y si además el autor del libro quedaría conforme con su lectura y si usted también lo está.

Johanna Holt es magíster en Gramática del Español.