Tomaré un ejemplo de un dato concreto –sobre el coronavirus– que debí perseguir (en varias fuentes nacionales y extranjeras) para poder comprender y evaluar esa información.
Una fuente tituló: “China sugirió que el origen del virus podía ser el Ejército norteamericano”. Otra afirmó: “Un alto funcionario de la cancillería china atribuyó a Estados Unidos el origen de la epidemia”. Varias fuentes no publicaron nada al respecto.
Utilizando –con tiempo dedicado a ello– los medios electrónicos pude comprobar que, efectivamente un alto funcionario chino (en su cuenta de Twitter) reprodujo el video de un alto responsable estadounidense que fue interrogado por otro alto funcionario del mismo país sobre diversos temas, entre ellos, las enfermedades padecidas por los militares estadounidenses en funciones. El interrogado dijo que algunos –que estuvieron en funciones en Asia– padecieron enfermedades respiratorias que les causaron la muerte y que, posteriormente, se comprobó que el diagnóstico correcto debió haber sido que murieron por coronavirus. Preguntado por los hospitales donde fueron tratados, dijo que no lo sabía.
El comentario que agregó el funcionario chino fue: “Debió haber dado la información que tenía, debió compartirla” (o algo semejante).
Lo que se publicó atendía a la vez el interés por la pandemia, la pugna evidente entre Estados Unidos y China, y trataba de ser sintético para darle cabida al resto de las noticias. No eran noticias “falsas” pero sí “defectuosas”.
Casi no es necesario recordar que el trabajo periodístico se realiza siempre “contrarreloj”, lo que explica en parte los errores señalados de atribuir a un país (y casi como un hecho) una opinión de un funcionario que se expresó públicamente pero no en forma oficial, y también explica algún silencio, debido este último tal vez a la prudencia. Pero, además de la urgencia, todos los periodistas, y aun los que tienen mejor formación, están influidos por la ideología dominante.
Darwin, mal interpretado
¿Quién no recuerda “la supervivencia del más apto”? Ese darwinismo de bolsillo ha sido aplicado para tratar de legitimar la idea de que la competencia entre los seres humanos es un hecho de la biología, un fenómeno natural, y como consecuencia esto es aplicado al sistema productivo capitalista, que no sólo se funda en la competencia, sino que la exacerba, impulsando la expansión y el consumo indefinidos.
Estamos más informados ahora que hace un siglo, cuando había sólo prensa y el porcentaje de analfabetos superaba el 80% en nuestro país, que ahora carece casi completamente de iletrados. Pero las reglas que se impusieron y se siguen imponiendo son las reglas de la competencia, también en la información.
Importa más informar cuántos muertos hubo por país que informar sobre las capacidades hospitalarias que tenemos y las que se prevé que podamos necesitar, porque lo primero lo exige la competencia informativa y lo segundo compromete más el principio de solidaridad social.
Vemos, sin duda, una dedicación y un esfuerzo (solidarios) en los periodistas, por cumplir una función que reputan esencial en esta circunstancia de pandemia. También vemos (porque salta a los ojos) que la sociedad toda, incluyendo el gobierno de derecha que tenemos, se está movilizando solidariamente, pero en ningún momento se subraya que las “ayudas” que se propugnan a quienes quedan sin empleo o ven reducidas sus entradas destinadas a subsistir deben ser prioritarias y sin retaceos, mientras que las “ayudas” a los empresarios sólo se justifican en cuanto puedan contribuir a atenuar la desocupación, el desabastecimiento y la preservación de la salud. Aparecen ambas “ayudas” en un mismo plano de legitimidad.
Confío en que sea posible superar el capitalismo y que para ello es esencial la información. Pero una información que recuerde a su público que ella misma padece de la contradicción entre solidaridad y competencia.
Roque Faraone es escritor y docente.