Entre seguro de paro y trabajadores informales sin el laburo diario, hay alrededor de 150.000 uruguayas y uruguayos a quienes la ola del virus, venido de otro lado del mundo, les pegó en la frente y el agua les llegó al cuello. Y hubo que salir a apagar los incendios. Para eso, este gobierno se apoyó en el sistema y los planes de contención social que dejó el Frente Amplio para llegar a la población más vulnerable, como dicen ahora.

No innovó, no inventó, no creó. Tiene un registro de todas y todos los que necesitan asistencia (por medio de las fuentes de datos del Ministerio de Desarrollo Social, el Banco de Previsión Social, la Intendencia de Montevideo), cuando hace 20 años solamente figuraban en listas los que tenían un trabajo y aportaban; los demás eran un ejército invisible, en negro, por fuera de la protección que cualquier Estado debe a sus ciudadanos. Hace 20 años, ninguno de los gobiernos anteriores tuvo la sensibilidad y voluntad de por lo menos registrarlos como habitantes del país.

Ahora que la pandemia los puso contra las cuerdas, acuden a esa información para tratar de paliar y contener las urgentes necesidades de aquellos que están al costado del camino de la “formalidad”, que son muchísimos, y aunque el Frente Amplio mejoró el porcentaje de subidos al barco, muchos y muchas quedaron en los botes, en alta mar, a merced de tormentas, como hoy dicen las colas para las ollas y las 10.000 canastas entregadas en 15 días, más otras formas de asistencia, conocidas o no.

La práctica y los hechos son prueba irrefutable del acierto de la instalación de los municipios en los territorios. Lo demás son cadenas de televisión, con cara de circunstancias y símbolos patrios.

Hoy la realidad tiene forma de urgencia, de eficiencia y eficacia, de solidaridad, de esfuerzo común, de rescate del naufragio. Aunque el gobierno dejó en claro que insistirá con la derrotada teoría y práctica de que los ricos van a sacar al país y a los pobres del pantano, cuando el capital arranque los motores y el gobierno les facilite el camino y no les ponga piedras en él, impuestos a su riqueza, por ejemplo. Lo de siempre termina como siempre. Los mismos y más ricos, y los mismos, o más, pobres. Las migajas de la torta en el cumpleaños. En términos políticos, esta pandemia y su susto universal le van a salvar, por el momento, la petisa de todos sus disparates. Aunque no lo digan, gracias al Frente Amplio aquellos que se dice que no sabían que estaban o que eran tantos hoy tienen un nombre, un apellido, una cédula, y casi todos una dirección donde dejar la canasta o a donde enviar una tarjeta de asistencia.

Este trabajo de llegar a casi 50.000 personas en nuestro Montevideo, con canastas, información, contención, en forma diaria, sistemática, trabajando de ocho a doce horas por día, con funcionarias y funcionarios expuestos en su salud, pero comprometidos con la función pública, se hace desde los municipios. ¿Quiénes conocen mejor que nadie la realidad de cada barrio, sus puntos fuertes y sus lados flacos? Los denostados e ignorados municipios, que respondieron, responden y responderán mejor que nadie, cuando de estar al frente se trate. Y si no, pregúntenle a cada uno o cada una que se alegra por algo tan simple como ver parar un camión o camioneta y bajar la canasta que salvará el día. O si no, pregunten a dónde va la gente cuando llueve. Y quiénes están más cerca de la gente y sus penurias hoy. Funcionarios y funcionarias municipales. En esta aldea municipal, se llega todos los días y no se deja a nadie afuera, mediante sus relevamientos, sus redes, sus vecinos/as organizados/as. La práctica y los hechos son prueba irrefutable del acierto de la instalación de los municipios en los territorios. Lo demás son cadenas de televisión, con cara de circunstancias y símbolos patrios.

Gastón Silva es alcalde del Municipio G.