El 9 de marzo, Leonel Briozzo publicó en la diaria, bajo el título “Origen, impacto sanitario y perspectivas de la pandemia covid-19”, un excelente artículo sumamente descriptivo sobre la pandemia, incluidas recomendaciones “sociomedicinales” que contribuyan a optimizar caminos de resolución al problema que nos incumbe. Sobre el final del artículo afirma, como ya otros lo han hecho, que “hay que asumir que el verdadero causante de la pandemia global es este modelo de expansión capitalista” y que “el capitalismo salvaje constituye la mayor amenaza para nuestra especie”. Y propone indirectamente un modelo alternativo (sin expresar cuál) para solucionar la crisis.

Coincidiendo con la primera afirmación, llama la atención la calificación de “salvaje”, ya que trae implícita la existencia de un capitalismo no salvaje o “bueno”, que fue la esencia del pensamiento de la socialdemocracia alemana, por la cual este partido votó el rearme alemán en el Parlamento de la así llamada República de Weimar, y que condujo a Adolf Hitler al poder. Después de la Segunda Guerra Mundial, en la Alemania democrática, la socialdemocracia colaboró por su actitud política difusa a la ascensión al poder de la derecha.

También sobre el final del artículo, el autor afirma: “La ciencia y la tecnología son la clave de la respuesta”. Esta afirmación sería siempre válida si los científicos en su totalidad, como los angelitos de la iglesia, estuvieran desnudos de intereses económicos, políticos y de clase, y sólo trabajaran al servicio de la solidaridad. Es importante recordar el apoyo que tuvo el sistema capitalista en los avances tecnológicos de los últimos tiempos.

Cabe así preguntarse si la formación de los científicos los hace libres de influencias espurias, o si las así llamadas ciencias exactas ignoran u olvidan el hecho empírico de los “efectos colaterales” (entropía) de toda actuación (intercambio energético) o si los científicos “duros” embelesados por sus descubrimientos (que sí pueden ser maravillosos) no creen necesario preguntar lo que las ciencias sociales pueden predecir por su uso.

No queremos ni podemos desconocer la importancia de la investigación científica, dado que hemos invertido la mayor parte de nuestra vida tratando de hacer ciencia, pero sí reclamar que desaparezca la formación de élites basadas en conocimientos que no sólo no se comunican debidamente al pueblo, aunque hayan sido obtenidos a su costa, sino que se utilizan en forma misteriosa como símbolos que dan “autoridad” a sus autores. Quizás sea importante recordarles lo que dijera Werner Heissenberg: “Cuando uno sabe un poquito, sabe cuán poquito sabe”. Y que, por otra parte, el conocimiento es social.

¿Por qué ahora, aprovechando este salto al vacío que dará la economía, no nos atrevemos a lo único posible para acceder a una sociedad más justa: barajar y dar de nuevo?

Pero volvamos al problema del ocultado causante de la crisis sociomedicinal que nos ocupa: el capitalismo. Si ya no dudamos de los efectos desastrosos que el sistema capitalista produce, si ya sabemos que los intentos de salvar un capitalismo “bueno” han fracasado varias veces, si lo que desea correctamente el autor es terminar con los autoritarismos, especialmente los producidos por la acumulación de capital en pocas manos, a costa de la pobreza padecida por 99% de la población mundial (poseedora de 1% de la riqueza mundial), ¿por qué ahora, aprovechando este salto al vacío que dará la economía, no nos atrevemos a lo único posible para acceder a una sociedad más justa: barajar y dar de nuevo?

¿Cómo?

Perdonando todas las deudas.

Prohibiendo la exportación de capitales y eliminando la moneda actual y el valor del oro para que desaparezca el valor transable de las riquezas actuales.

Nacionalizando las riquezas sin costos por parte del Estado (bancos, industrias, bienes muebles e inmuebles, semovientes, materias primas, finanzas).

Creando un sistema de valoración de las riquezas existentes para poder repartirlas, en forma de un sueldo social, entre todos los habitantes.

Fomentando el cooperativismo con intervención del Estado como cooperativista.

Creando un sistema de control y reparto (¿impositivo?) que evite la acumulación de capital y poder en manos de pocos.

Haciendo que los controles se hagan mediante un sistema democrático en el que la relación representante-representado no sea la actual, en la que se invierte el sentido y el representante se convierte en autoridad y dicta por sí mismo y sin control posterior del pueblo, leyes y decretos. No creemos que quepan dudas de que esto produce desequilibrios sociales. La consulta obligatoria al soberano debe ser impuesta (ya existen países, como Suiza, donde trimestralmente los ciudadanos votan varios referéndums e iniciativas cuyo resultado entra automáticamente en vigor).

Claramente diciendo no a la irreal práctica del “desborde” si la economía de los grandes progresa, al igual que a la teoría del mercado regulador, donde el poderoso ofertante se impone siempre al débil demandante.

Dejando a un lado la teoría del crecimiento continuo, que es un imposible y que influye con su creencia –especialmente en el pueblo desinformado– en propiciar un consumo desmedido que colabora directa o indirectamente al problema que hoy nos preocupa.

En esta época de crisis que se pronostica como peor que la de 1929, estamos en el momento propicio para llevar a cabo lo propuesto. Otra cosa sería gatopardismo.

Claudia Piccini es doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable. Ignacio Stolkin es ingeniero químico.