El coronavirus, desde su invisibilidad, se ha vuelto omnipresente, avanzando sobre todos los territorios de lo vivo y dejando de ser un problema estrictamente sanitario. Ha infectado nuestros cuerpos pero también nuestras relaciones, nuestra vida cotidiana, nuestra relación con el mundo del trabajo, y empiezan a identificarse algunos síntomas que permiten asegurar que también ha afectado nuestras democracias.

En este artículo trataré de fundamentar la tesis precedente refiriéndome a seis características del contexto nacional que podrían coadyuvar a la producción de una democracia de menor intensidad y espesor.

1: La negación de la política

Parados en el proceso de creciente despolitización de la sociedad uruguaya, sobre el que en algún momento las fuerzas de izquierda deberíamos hacernos una profunda autocrítica, el gobierno de derecha ha fortalecido una línea de discurso en la que disocia gestión de política. Esta opción alimenta los mensajes que desde la ilusoria grieta entre la sociedad y la política buscan horadar esta última hasta convertirla en mala palabra.

Política es todo lo concerniente a la gestión de la vida, pero el estado de excepción derivado de la emergencia sanitaria parece haberle sustraído a esta su atributo más elemental. En un ejercicio de simplificación, se ha construido una operación simbólica que ha reducido “la política” a la “política profesional”, e incluso en el campo de esta, la gestión de la pandemia parece no obedecer a lineamientos políticos o ideológicos. Hacer política honestamente implica asumir personería de nuestras acciones, no utilizar “lo sanitario”, “la ciencia” o “los mercados” como velos o excusas. La pandemia, que nos desafía profundamente y exige sensibilidad, es utilizada como escudo para negar que con cada medida que se toma, o se descarta, se está implementando un plan de gobierno, y que tras cada anuncio en favor de un “todos” abstracto hay sectores concretos que se perjudican o benefician.

2: Un sistema republicano a media máquina

En segundo lugar, en estos más de dos meses pudimos observar cómo la suspensión de actividades centrales para la vida del país nos dejó un sistema republicano funcionando a media máquina.

El Poder Judicial suspendió por 49 días su actividad tras resolver una feria por motivos sanitarios, lo que generó una situación compleja. Al verse afectada la indelegable administración de justicia por parte del Estado, quienes resultan más perjudicados son los justiciables que se encuentran en condiciones de mayor vulnerabilidad, para quienes el factor tiempo es casi tan determinante como la justicia en sí. Por el otro lado, el Poder Legislativo parece no haber exhibido demasiado funcionamiento hasta el ingreso del proyecto de ley de urgente consideración (LUC). Este escenario concentró en el Poder Ejecutivo todas las acciones de gobierno y, como en varios países, pueden advertirse ciertas tentaciones abusivas al debilitarse el sistema de contrapesos y controles.

En la misma línea, el Poder Ejecutivo no ha demostrado voluntad de “dejarse ayudar” por la oposición. No sólo ha descartado las propuestas para enfrentar la crisis que han planteado las fuerzas políticas que no integran el gobierno, sino que en varias ocasiones las ha desacreditado caracterizándolas de demagógicas, impertinentes e ineficaces.

Concomitantemente con esto, los grandes medios de comunicación han demostrado en este corto tiempo ser parte orgánica del poder económico y político que sostiene al actual gobierno. Este puñado de familias que incide a través de las ondas públicas en nuestras formas de pensar, sentir y vivir no se somete a elecciones, pero se vale de sus socios políticos para, en un contexto de pandemia, promover modificaciones a una ley de medios que impuso ciertas restricciones a sus privilegios.

3: Intensificación de la sociedad disciplinaria

En tercer lugar observamos una intensificación de las características de la sociedad disciplinaria. Han quedado en evidencia todas aquellas técnicas (hoy no tan) sutiles de control, de las que hablaba Michel Foucault, tendientes a disciplinar a la sociedad regulando comportamientos, prácticas productivas y hábitos, caracterizándolos como normales o desviados.

Decretar una “nueva normalidad” no es otra cosa que un nuevo ejercicio de normalización, y por tanto un acto excluyente de la desadaptación a la norma. La construcción simbólica que se ha hecho de la figura del enfermo ha teñido toda su existencia de la peligrosidad de contagio, invisibilizando su dimensión sufriente y relativizando derechos fundamentales. En estas semanas, además, hemos visto cómo se ha castigado con mayor crudeza la circulación de los cuerpos pobres para los cuales “quedarse en casa” no tiene viabilidad si no se les garantizan ingresos básicos para poder sostener su vida.

Se ha relegado a una porción importante de la población más vulnerada a gestionar individualmente el cuidado de su salud y su vida, empujándola a asumir una actitud mendicante para garantizarse los derechos más básicos.

En línea con este proceso de hipervigilancia de los cuerpos, en los últimos días se hizo público que el gobierno pondría a disposición de las multinacionales Google y Apple toda la información relativa a los infectados de covid-19 a efectos de que se les notifique a las personas por sus celulares si han estado expuestas a un covid-positivo. En un escenario de pandemia controlada y con una escala del tipo de la de Uruguay, ¿amerita exponernos aún más a la vigilancia de estas empresas, ahora en alianza con el Estado? ¿Se han valorado las consecuencias que puede tener sobre la salud mental de las personas exponerse a estas notificaciones, que además, por efecto del sistema Bluetooth, pueden ser imprecisas? ¿El otro como amenaza permanente es una innovación de la “nueva normalidad”, o es más de la “vieja” pero exacerbada?

4: Transferencia de ingresos hacia los más ricos

En materia económica, algunos estudios comienzan a desnudar que se está produciendo una transferencia de ingresos desde los trabajadores y sectores populares hacia los más ricos. La ONG Inequality.org publicó un informe que determina que algunos multimillonarios han incrementado sensiblemente su riqueza durante la pandemia, desarmando aquello de que “la covid-19 nos ha golpeado a todos y todas”. En otra escala, en nuestro país, al remarque de precios de artículos de primera necesidad se sumó un aumento importante de las tarifas públicas que repercute en los ingresos de las grandes mayorías. La riqueza de las personas y la distribución desigual de recursos tienen un impacto directo en sus posibilidades de incidencia y ejercicio de poder sobre la cosa pública. Un ejemplo claro en esta línea lo constituye la inmunidad de los actores económicos más poderosos frente a los ajustes tributarios.

5: Debilitamiento de lo público

Existe un claro debilitamiento de lo público no estatal. Las medidas de repliegue en los hogares y el confinamiento para prevenir la propagación del virus tienen un impacto inmediato en el debilitamiento de los lazos sociales, la disminución de las interacciones y las posibilidades de acción colectiva.

Para quienes militamos por un proyecto de transformaciones profundas, extender la democracia política hacia lo económico y social es una tarea fundamental. Sólo el protagonismo y la participación activa de las personas jugando su papel en los sistemas de decisiones públicas robustecerán una democracia que no se limite a elegir representantes cada cinco años.

En esta línea, transitando del distanciamiento físico al distanciamiento social, observamos una creciente hostilidad hacia los espacios de lo público no estatal, expresada en una estrategia de aislamiento político a los movimientos sociales y de cancelación de convenios entre el Estado y organizaciones de la sociedad civil.

Contra los sindicatos, en particular, se ha echado a andar una campaña de desprestigio en la que los reclamos por los derechos más básicos de las y los trabajadores se califican de politiquería inoportuna y sus herramientas de reclamo se criminalizan, más allá de que se tomen todos los recaudos sanitarios, que son inexistentes en muchos lugares de trabajo. No obstante lo anterior, en este contexto, los movimientos sociales han desplegado su creatividad a la hora de expresar sus planteos y reivindicaciones.

6: La construcción del sujeto pandémico

Por último, y en función de lo anterior, quisiera reflexionar sobre la construcción del sujeto pandémico. Quienes habitamos este país somos diversos, y también tenemos distintas herramientas y capacidades para sanar, por lo que quisiera hacer una opción por mirar desde las víctimas. Con apoyos nulos o insuficientes de las políticas públicas, escasas redes de contención, habiendo desaparecido algunas áreas del Estado del territorio, y con los movimientos sociales estigmatizados, se ha relegado a una porción muy importante de la población más vulnerada a gestionar individualmente el cuidado de su salud y su vida, empujándola a asumir una actitud mendicante para garantizarse los derechos más básicos. Es que en el marco de este sistema y en la lógica del actual gobierno, la salida de la crisis también es privada. Se privatizan dolores, sufrimientos sociales y se remueven heridas hablando en lenguajes meritocráticos a quienes, por motivos no atribuibles a la pandemia, corren con desventaja y no conocen de grandes oportunidades.

¿El sujeto fragilizado, aislado en sentido amplio, disminuido en su capacidad de agencia, no es acaso el ciudadano que necesita y construye la política neoliberal? ¿Las víctimas serán consideradas sólo en tanto “opinión pública” para determinar las marchas y las contramarchas del gobierno?

Hasta aquí la reseña de este conjunto de síntomas del padecimiento democrático. Las ideas pueden propagarse con la misma velocidad que un virus, por lo que encontrar portadores del proyecto de una sociedad más justa, solidaria, igualitaria y humana es un imperativo ético para nosotros. La lógica de funcionamiento del capitalismo lo convierte en un enemigo de la democracia, y esta pandemia deja más al descubierto esa tendencia. Es pertinente señalar, como sostiene Marcelo Percia, que este sistema injusto no es una enfermedad sino una decisión civilizatoria.

La lucha siempre será de abajo para arriba, instituyendo nuevas prácticas y librando la batalla cultural, que es la medida de la profundidad de los cambios. Allí radica nuestra esperanza, que es el principal anticuerpo para esta pandemia, para este sistema y para este gobierno.

Nicolás Lasa es licenciado en Psicología.