En esta columna quisiera por un lado expresar mi respeto a las opiniones que expresó el destacado dirigente del Frente Amplio Danilo Astori en la diaria, y por otro indicar alguna discrepancia.

Advierto la desigualdad de la que parto, que sólo se disimula un poco en el hecho de que ambos provenimos de la academia. Cuando Danilo Astori distingue, en el concepto de “política”, la acepción que refiere a la conducción de la acción del Estado con fines de mejoramiento de la sociedad, de la actitud de determinadas “fuerzas políticas” que procuran beneficios subalternos, coincido plenamente, y agrego mi humilde coincidencia al lamentar que Ernesto Talvi se haya alejado de la política.

Concuerdo, pues, en la concepción de que, desde el Estado, es posible mejorar en algo la sociedad. Pero no coincido en lo que –aunque no está expresado directamente– se desprende de su muy valioso y respetable aporte acerca de su concepción del sistema económico imperante.

Todo el documento, como es habitual en su autor, es extremadamente cuidadoso en no descalificar a nadie, y entonces surge de él que los diálogos, las argumentaciones fundadas, el avance de los conocimientos, etcétera constituyen la esencia de los logros obtenidos y de los avances y las transformaciones solidarias futuras. No hay una palabra que aluda a los mecanismos objetivos que el sistema de competencia impone en la esfera económica y que, por tanto, se proyectan a la esfera de lo político.

Astori discrepa con delicadeza por la actitud de Talvi de centrar en una decepción de carácter ético su apartamiento de una acción noble, pero al hacerlo (aunque no haya sido su propósito) contribuye a ocultar que política y economía no son dos esferas de la realidad separadas. Yo no le puedo pedir a Astori que proclame que en la sociedad de competencia existe una lucha permanente entre los propietarios de los medios de producción y los asalariados –más los desocupados– y que esa disputa afecta, en forma directa o indirecta, también a los jubilados, porque el compromiso solidario que adquirió en política lo hizo siempre desde una óptica de mejoramiento de lo que supongo considera casi como un hecho natural: el capitalismo. O como un hecho histórico, pero insuperable, aunque sí cree posible mejorarlo.

Nadie puede predecir cuál de estas dos hipótesis es la más probable, si es inherente a la especie humana (y entonces natural) o si depende de otros factores (y por eso sería contingente). Yo comparto la idea de que estamos viviendo bajo el imperio de una ideología dominante (que es producto espontáneo del sistema competitivo) y que la ideología emergente (que, lógicamente, está en proceso de crecimiento) tiene como principal eje conductor los aportes que realizó el marxismo, que distinguió entre estructura y superestructura, pero que aún no tiene una teoría adecuada para enfrentar la acción devastadora de los medios de comunicación dominantes, que banalizan y despolitizan mucho más de lo que informan.

Roque Faraone es escritor y docente.