Entremedio de salidas de escena y posibles rentrées en el liderazgo transcurren cuestiones mucho más sustanciales en el coloradismo, como es la inveterada controversia sobre si el partido de Fructuoso Rivera continúa o no representando al batllismo. En las últimas semanas el doctor Julio María Sanguinetti, desde el sombrero de supremo hacedor del relato colorado, ha vuelto a referirse al punto. En una columna en el diario El País –titulada “Batllismo, frentismo, coalición”– (más tarde replicada la argumentación en un video para las redes), conjuga cuestiones de larga data, otras más recientes y algunas actuales, para enumerar lo que entiende que son las diferencias entre batllismo y frenteamplismo. De esa manera fundamenta que el Partido Colorado continúa fiel al batllismo y niega que el Frente Amplio pueda representarlo. Atribuye la idea opuesta a una denominada “intelectualidad frentista”.
Con un triste tono macartista, en los hechos hace a un lado la peripecia de los propios colorados y batllistas para haber llegado a la conclusión que se pretende refutar. Congelando el tiempo en un momento imaginado en el que no habría (no puede, no debe haber) dudas, Sanguinetti omite múltiples acontecimientos que desgastaron la marca batllista asociada al Partido Colorado. En otras palabras, primero hay que buscar los motivos en procesos complejos de largo plazo, a través de los cuales, si se quiere, se habilitó la recepción de ciertos planteos a nivel político y académico de algo que se había instalado gradualmente en la ciudadanía como sentido común. Con ese enfoque van las siguiente líneas.
Dilución de marca
La historia del batllismo es la historia de sus ideas, de sus obras, de su impacto en términos de valores y en el imaginario colectivo, pero también es la historia de su pérdida de identidad. Desde una marca original fuerte –el primer batllismo, el realizado en torno a la acción y prédica del propio José Batlle y Ordóñez– que funciona como prototipo (y estereotipo), en lo sucesivo se desarrollará un proceso que la ciencia política ha denominado de “dilución de marca”, es decir, el desajuste que se produce al contrastar la identidad de origen con las subsiguientes. La dilución puede producirse por inconsistencia o convergencia, es decir, cuando el partido cambia de posición ideológica o cuando se desdibuja la identidad propia por aproximarse a las fuerzas políticas (personalmente incluyo sociales) que habían sido la contraidentidad.1 En el caso del batllismo fue por ambas, sin que una se entienda sin la otra.
Esto lo podemos observar si tomamos en cuenta lo que serían seis momentos de la historia colorada y batllista. Son por sí mismos procesos que se ensamblan y solapan de diversos modos, pero en los que es posible distinguir puntos de inflexión y transiciones que señalan cambios de estado. En su conjunto son el hilo conductor que explica la dilución de la marca batllista.
Momento 1: el abismo de 1933
Como sostuve en otro trabajo, para empezar hay que remontarse a los años 30 del siglo pasado, cuando el sector proveniente del batllismo constituido en torno del presidente Gabriel Terra, junto con el antibatllismo colorado y el Herrerismo, perpetra el golpe de Estado de marzo de 1933. El batllismo, opositor a la dictadura, vive tiempos dramáticos en los que planea recurrir a la violencia, está cerca de conformar un frente popular y hasta debate crear un nuevo partido ante el riesgo de “corromperse por dentro” si volvía a juntarse con el antibatllismo. Finalmente, el batllismo se involucra en el golpe que termina con el régimen en acuerdo con personeros de este (en febrero de 1942) y regresa al lema colorado, decisiones que merecieron reparos.
La clave de lo acontecido es que pese a que la división colorada preexistente entre batllistas y no batllistas (donde acabaron ubicados los terristas, ya que su intención de seguir llamándose batllistas cayó por su propio peso) adquirió una dimensión traumática –se transformó en un “abismo moral”, dijeron–, comenzó a ser incipiente un proceso de confluencia entre ambas corrientes. Se empezó a escuchar cosas como que “rascando”, en el fondo “todos los colorados somos batllistas”. La idea de que se estaba saltando aquel “abismo” comenzaba a instalarse.2
Momento 2: el “verdadero batllismo”
Con el batllismo en el poder, los años que siguen son testigos de su propia división entre las listas 15 y 14. Adjudicarla a los problemas personales entre hijos y sobrino de Batlle y Ordóñez es sólo un lugar común. Quincismo y catorcismo mantuvieron lecturas contrapuestas en torno a los conceptos de democracia, orden y justicia social. Se posicionaron diferente ante el emergente conflicto social y difirieron en sus aproximaciones a los distintos sectores socioeconómicos. La 14 se imbuyó tempranamente de las lógicas de la Guerra Fría. Se convirtió en la principal puerta de ingreso al batllismo de las fracciones antibatllistas herederas de los golpistas de 1933, las que terminaron de desaparecer como agrupaciones autónomas. Además, fue muy crítica con la 15 en el gobierno, en parecidos términos que la oposición blanca, y menos rigurosa con los colegiados blancos después.
El conflicto derivó, entonces, en términos de quién representaba –palabras de los mismos batllistas– el “verdadero batllismo”.3 En ese sentido, el líder de la 15, Luis Batlle, se planta desde un “discurso ortodoxo” y coloca a la 14 como defeccionando del batllismo histórico. Esto pese a que es el catorcismo el que se mantiene más firme en la idea colegialista, reflejando el peso del discurso moral, social y económico para la identidad batllista. El luisismo, entonces, utilizó y ayudó a que calara el eje progresistas-conservadores no sólo para explicar la línea divisoria entre partidos –colorado-blanco– y entre colorados –batllistas-no batllistas–, sino para también establecer las diferencias dentro del propio batllismo.4 Es decir, la tesis de un batllismo que se derechizaba provenía de su propio seno.
Momento 3: ¿nueva ideología?
Con la muerte de Luis Batlle en 1964, el quincismo se fractura en varias agrupaciones, y el grupo mayoritario, con el liderazgo de Jorge Batlle –que se apropia del simbólico número 15–, encara un proceso de tal cambio ideológico que por aquellos años hizo decir al prestigioso sociólogo Aldo Solari (de raíz colorada, es bueno acotarlo) “que hace prácticamente imposible saber en qué sentido de la palabra el grupo de Jorge Batlle puede considerarse una parte del batllismo”. El cambio fue casi integral, tanto en asuntos vinculados a la estructura institucional del país como en la matriz del pensamiento socioeconómico batllista. Solari se preguntaba si se estaría ante “un paso más en el proceso de desideologización del batllismo” o podía ser incluso –interesante punto– el “primer paso en la construcción de una ideología nueva”.5 Como, por su lado, se había completado la amalgama del catorcismo y el antibatllismo histórico con la conformación de la Unión Colorada y Batllista (1962), el giro ideológico de la 15 –“archivando prácticamente todos los perfiles distributistas” de la ideología batllista–6 determinó que el centro de gravitación del coloradismo, ubicado a la izquierda con Luis Batlle y su clara impronta popular y progresista, se corriera a la derecha.
Por otra parte, se estaba completando el proceso de desestructuración del Batllismo como fracción organizada –el Partido Colorado Batllista o Batllismo– para dispersarse en diversidad de agrupaciones de mayor o menor tamaño, sin vinculación orgánica común.
Momento 4: silencio frente a la injusticia
Tras la muerte de Óscar Gestido, llegó la hora del fenómeno pachequista (1967). Con un discurso populista autoritario, talante tecnocrático y empresarial y las medidas de excepción como sistema, el gobierno de Jorge Pacheco Areco fue otro momento clave. Si bien el fenómeno tiene características particulares, más que un fenómeno absolutamente original, el pachequismo puede inscribirse como la continuidad natural, en las circunstancias apropiadas, de las lógicas y los presupuestos mantenidos por la parte del batllismo que se había derechizado desde fines de los 40 y que terminó por confluir con el antibatllismo. La dinámica se profundiza cuando el pachequismo es uno de los lugares privilegiados (el Herrerismo es el otro) donde termina de integrarse el cuerpo ideológico y caudal electoral del Ruralismo –movimiento de derecha ultranacionalista, golpista, enemigo declarado del batllismo– que había quedado huérfano tras la muerte de Benito Nardone. El proceso culminaba, entonces, con la creación –diría Germán Rama– de un virtual “colorado-ruralismo” y la candidatura de Juan María Bordaberry en 1971 como manifestación más evidente.7
El gobierno de Pacheco es apoyado por la 15 de Jorge Batlle y tiene progresivamente la oposición del resto de los grupos colorados. Para Amílcar Vasconcellos, la situación derivó en que el partido volvía a dividirse entre batllistas y antibatllistas: “Los intereses populares de la clase media ya no son determinantes de su accionar político; les preocupan otros intereses vinculados a sectores empresariales [...] las libertades públicas pierden entidad en su enfoque político [...] entienden por orden el silencio frente a la injusticia”. Poniéndole moño agregó: “Se sienten más cerca y solidarios con sectores blancos que con hombres de su propio partido”.8 Para la elección de 1971, los sectores netamente batllistas son claramente minoritarios o emigran del lema.
Momento 5: batllismo o pachequismo
El golpe de Estado de 1973 quebró al sistema una vez más en dictatoriales y antidictatoriales. En el coloradismo, el pachequismo –verbigracia, la Unión Colorada y Batllista– respaldó el golpe, colaboró con la dictadura y apoyó la constitución autoritaria plebiscitada en 1980. El resto de las fracciones se opuso al régimen cívico-militar y votó por No. Cuando se convocó a elecciones internas de los partidos políticos habilitados (1982), la campaña de los opositores colorados planteó abiertamente el dilema en el que creían encontrarse: “batllismo o pachequismo”. Las conductas y no las etiquetas –se dijo– definían quién era batllista, y se hizo un registro de las conductas por las que se negaba que el pachequismo lo fuera.9 El planteo tenía dos obstáculos. El primero es que todas las corrientes de mayor peso en la interna colorada habían visto fuertemente impugnada su afiliación batllista como para que las distinciones categóricas también estuvieran en cuestión. Sin embargo, el principio que parecía querer establecerse (restablecerse, tomando el antecedente de 1933) es que la ubicación en el eje demócratas-no demócratas era, en última instancia, un criterio que no podía obviarse para determinar si esa afiliación era verdadera. El segundo obstáculo es que nadie, incluidos los golpistas, tenía la intención de dejar de usar la etiqueta.
Congelando el tiempo en un momento imaginado en el que no habría (no puede, no debe haber) dudas, Sanguinetti omite múltiples acontecimientos que desgastaron la marca batllista asociada al Partido Colorado.
Probablemente el mencionado mensaje de campaña tenía más de estrategia política en la coyuntura y menos de un intento serio de sostener la dicotomía en forma permanente. Apenas un año después de la elección interna, las fracciones coloradas pactaron establecer por la nueva Carta Orgánica (todavía vigente en estos aspectos) que batllista era el Partido Colorado.10 Dicho de otro modo: adscribir al partido equivalía mecánicamente a ser batllista. Había que “rascar” poco para darse cuenta de que la afirmación era insostenible. Al mismo tiempo, una vez más se hacía a un lado el criterio democrático para discernir. Puede considerarse un momento culminante del proceso de inconsistencia: si los colorados decían que eso era el “batllismo”, entonces, la deducción sería que no había batllismo en el Partido Colorado.
A la postre, continuó la dinámica de rearmado, división y agregación de las antiguas fracciones con la aparición de nuevos agrupamientos.
Momento 6: primero la familia
Tras la dictadura, el Partido Colorado se plantó desde la marca diluida y dentro de un sistema de partidos que había visto fenecer el duopolio bipartidista tradicional, sin que una cosa pueda explicarse sin la otra. Como consecuencia, el viejo antagonismo colorado-blanco comenzó a trastocarse por uno nuevo, antes incluso de que se lo asumiera plenamente.
En ese sentido, resulta paradigmático comparar las campañas electorales coloradas de 1994 y 1999. En la primera de ellas, Julio María Sanguinetti hizo campaña bajo el elogio del centro, tomando equidistancia del frenteamplismo y del herrerismo. Exhibiendo estadísticas, especialmente en lo social, le pedía a la ciudadanía que comparara su gobierno al retorno de la democracia (1985-1990) con el gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera que finalizaba (1990-1995) para que se valorara lo diferente que era ser gobernados por el batllismo. Cinco años después, Jorge Batlle mostraba similares estadísticas pero ahora tomando en su conjunto los 15 años previos (1985-1999), comprendiendo los dos períodos que antes se contraponían, dándole así sentido a una gestión unificada de los partidos tradicionales. De por medio habíamos tenido la elección tripartidista de 1994 que ayudó a “blanquear” la existencia del bloque tradicional. A continuación, se lanzó la propuesta de las “familias ideológicas” y de reformar la Constitución introduciendo el balotaje. Además, todos los estudios mostraban que tanto en el continuo izquierda-derecha como en el liberal-conservador, los partidos Colorado y Nacional se superponían entre sí.11 Para el batllismo que se decía representar –no así para el coloradismo no batllista que tempranamente había convergido con el Herrerismo– implicaba suponer que podía ocupar similar espacio que aquella identidad que había sido su álter ego.
La historia que sigue de alianzas informales y formales entre los partidos tradicionales es más conocida y nos deposita en la actual coyuntura: un Partido Colorado en multicolor coalición con la derecha tradicional blanca y la derecha “ruralista” de Cabildo Abierto, algo más en consonancia, como vimos, con la historia colorada antibatllista. Por el otro lado, los que se alían con el “batllismo” lo hacen porque entienden que no es el batllismo que enfrentaron en el pasado. Habría que agregar el acuerdo de los mismos actores a nivel departamental de Montevideo, reiterando la presentación coalicionista (antes Partido de la Concertación, ahora bajo el lema Partido Independiente) pero con la inédita fórmula de que ahora el candidato de los colorados es un herrerista. Todo lo cual tiene suficientes bemoles en materia identitaria como para que tenga al ex presidente Sanguinetti febrilmente ocupado en ello.
Más que incertidumbre
Las identidades partidarias se forman por lo que hacen y dicen los actores y por lo que dicen de ellos sus contradictores. Las personas se forman una idea de esa identidad y se sienten cercanas a ella, al mismo tiempo que se sienten distanciadas de otras. La identidad se diluye –dice Lupu– cuando se incrementa la “incertidumbre” sobre las posiciones del partido, es decir, cuando se percibe que ya no estaría representando ni defendiendo lo que se entendía que representaba y defendía (los “beneficiarios” de su pensamiento y acción, por ejemplo). La pregunta es por qué pasa. El recorrido por ciertos momentos decisivos que realizamos nos muestra varios elementos para entender el caso del batllismo.
El camino batllista se hizo sobre las dudas de su fidelidad a aspectos sustanciales de su propia identidad. Algo importante: ya en vida de Batlle y Ordóñez, la vinculación batllismo-coloradismo estuvo interpelada. Lo fue desde dos lados: desde quienes se identificaron sólo como batllistas al considerar a la tradición colorada como una rémora, y desde los colorados antibatllistas, que entendían al batllismo como algo ajeno a aquella. Es decir, el batllismo representó un mojón ideológico y deontológico de tal magnitud que hizo pensar, desde ángulos distintos, que no existía sintonía completa con el coloradismo. El tiempo siguiente se jugó entre el intento (que hizo el propio Batlle en su momento) de superar la contraposición planteada y el desgaste de la marca que justamente la acentuaba. Se podría decir que cuanto más se sumergía el batllismo en lo colorado, más aceptable se volvía para los no batllistas pero menos batllismo era. No obstante, desde mi punto de vista, lo fundamental no es la contradicción fáctica entre lo colorado y el batllismo –por algo nació donde lo hizo y no en el Partido Nacional, como nos dicen gráficamente José Pedro Barran y Benjamín Nahum–,12 sino el error de intentar conceptuarlos como exactamente la misma identidad. En cualquier caso, el coloradismo batllista es una identidad que se diferenció del coloradismo no batllista, y no exclusivamente en aspectos de segundo orden. La creciente convergencia entre ambos coloradismos –fusión, podría decirse– fue lesiva para el batllismo. ¿Era previsible que sucediera? Por supuesto. Había que haber escuchado a Batlle y Ordóñez: “Tendería a presentarnos a todos como iguales [lo que] haría dudar a los elementos populares de nuestro amor a las ideas que proclamamos”.13 Otro tema es si era una dinámica ineluctable. Lo único que no se podía era hacer como que no pasó.
El periplo histórico evidencia, por otra parte, que lo más indicado es hablar en términos de trayectorias.14 De un mismo “punto de partida” (aunque también es discutible) más que una sola trayectoria batllista, lo que hubo fue la apertura de diferentes trayectorias (confluyendo de diversos modos con las trayectorias no batllistas, además) que empezaron a distinguirse sobre diversos continuos (izquierda-derecha, progresismo-conservadurismo, democracia-autoritarismo). Hablar del batllismo como una única línea de continuidad no resiste el análisis. Las diversas trayectorias con sus distintas direcciones no podían tener los mismos “puntos de llegada” y remitirse a la identidad batllista de la misma manera, lo que explica gran parte del desgaste. En una afirmación que partió en primer lugar de los propios batllistas, se valoró el alejamiento respecto de capítulos valiosos de la cosmovisión batllista que significaban algunas de esas trayectorias. El agionarmiento como explicación para algunos ítems no cuajó: no era adaptación sino viraje. Los grupos que recorrían las trayectorias que más se percibían defeccionando fueron ampliamente mayoritarios –relegando a los otros a una escasa capacidad de incidencia–, y a su influjo se entienden los recorridos posteriores. Finalmente, el proceso desemboca en un empobrecimiento de la pluralidad interna colorada donde las diversas trayectorias confluyen casi sin posibilidades de distinguirse en algún aspecto identitario. No obstante, el uso del “batllistómetro” para medir la cercanía al prototipo (o a sus supuestas copias) de agrupaciones o personalidades continuó y continúa, lo que remite más a la antigua diversidad colorada o batllista que a la fase actual de homogeneidad interna. En el Partido Colorado de hoy se defiende monolíticamente a Jorge Pacheco Areco y a Jorge Batlle.
Evidentemente, por último, el reemplazo del “otro” no podía ser inocuo. Es cierto que Batlle y Ordóñez precisó sus distancias con el socialismo (aunque también quedaron claras sus afinidades). De cualquier forma, en una situación de bibloquismo como es la actual configuración de nuestro sistema de partidos, la opción por un bloque y su conjunto de identidades define la identidad de quien lo hace. Por otro lado, la identidad frenteamplista, que no es la caricatura que de ella hacen sus adversarios, tampoco es –debe decirse– sinónimo de batllismo. Pero en su construcción, desarrollo e impronta hay componentes que no se entienden a menos que tomemos en cuenta el recorrido, por acción u omisión, de las trayectorias batllistas.
Estas son las cuestiones que en términos generales los colorados no asumen. Siguen rememorando hechos históricos, citando a don Pepe y enumerando sus logros para presentarse como herederos, cuando el efecto es nulo y hasta diría el contrario. No son creíbles en su reivindicación de batllistas, aunque los haya en el partido, porque no es tema de una propuesta o talante puntual, sino de la promoción de lo que es una cuasi nueva identidad, construida en capítulos sobre el conflicto con la marca de origen. Y entonces hacen como Sanguinetti: insisten con el relato confiando en que terminará por prender y, mientras tanto, prefieren imaginar que el problema es que la gente no entiende.
Carlos Fedele es politólogo y escritor.
Referencias
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Lupu, Noam, “La dilución de marca y el colapso de los partidos políticos en América Latina”, en Partidos políticos y elecciones. Representación política en América Latina, Fernando Tuesta Soldevilla (editor), Jurado Nacional de Elecciones, PNUD, Lima, 2016. ↩
-
Fedele, Carlos, ¡No les perdonaremos nada! Batllismo y golpe de Estado de 1933. El principio del fin, Debate, Penguin Random House Grupo Editorial, Montevideo, 2019. ↩
-
Ferreira Rodríguez, Pablo, “Democracia, orden y legalidad. El surgimiento de un batllismo conservador y de derechas en el Uruguay feliz de los tempranos cincuenta”, Revista de Historia Americana y Argentina, Vol. 54 Nº 2, Mendoza (Argentina), 2019. ↩
-
Panizza, Francisco, Uruguay: Batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis del Uruguay batllista, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1990. ↩
-
Solari, Aldo, Uruguay, partidos políticos y sistema electoral, Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 1991. ↩
-
Real de Azúa, Carlos, Partidos, política y poder en el Uruguay (1971-Coyuntura y pronóstico), Universidad de la República, Facultad de Humanidades y Ciencias, Montevideo, 1988. ↩
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-
Vasconcellos, Amílcar, Batllismo al día, Imprenta Rex, Montevideo, 1970. ↩
-
Semanarios Opinar y Correo de los Viernes, noviembre de 1982. ↩
-
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-
Altman, David, “Cambios en las percepciones ideológicas de lemas y fracciones políticas: un mapa del sistema de partidos uruguayo (1986-1997)”, Cuadernos del Claeh Nº 85, Montevideo, 2002/1. ↩
-
Barrán, José Pedro y Nahum, Benjamín, Batlle, los estancieros y el Imperio Británico, Tomo 3, El nacimiento del batllismo, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1986. ↩
-
Caetano, Gerardo, La república conservadora 1916-1929, Tomo II, La guerra de posiciones, Fin de Siglo, Montevideo, 1993. ↩
-
Roberti, Eugenia, “Perspectivas sociológicas en el abordaje de las trayectorias: un análisis sobre los usos, significados y potencialidades de una aproximación controversial”, Sociologías, N° 45, Porto Alegre, mayo/agosto 2017. ↩